José Luis García
Martín
Lo que está pasando
Miguel Brieva
Penguin Random House.
Barcelona, 2015.
El humor siempre ha sido una de las mejores herramientas
para conocer la realidad, para saber lo que está pasando, como se titula la primera
novela de Miguel Brieva, un humorista gráfico que es algo más que un humorista
gráfico.
Miguel
Brieva se inició como autor y editor de la revista Dinero (recopilada luego en un volumen) y destacó pronto por la
mezcla de unos dibujos que recordaban a las imágenes publicitarias de los años
cincuenta y unos textos que daban la vuelta, o ponían de vuelta y media, a los
adormecedores tópicos de la ideología neocapitalista.
Lo que está pasando o Lo que me está pasando, que de las dos
formas aparece el título, adopta la forma del diario (“Diarios y delirios de un
joven emperdedor” se subtitula). Se trata de una novela gráfica, pero el texto
tiene tanta importancia como las imágenes. Desde el primer capítulo –ciertamente
impactante– sabemos que vamos a encontrarnos con algo más que con costumbrismo
y sátira. Así comienza: “He muerto. Mi cuerpo yace sin vida en la sala
principal de la oficina de empleo. Sin embargo, todo transcurre con absoluta
normalidad: la gente aguarda su turno, los empleados teclean en sus ordenadores,
los fluorescentes del techo emiten su zumbido monocorde… Al cabo de unas horas,
de mi cadáver comienzan a brotar unos filamentos luminosos que se propagan en
ondulaciones por toda la estancia, pero tampoco esto parece llamar la atención
de nadie”.
Miguel
Brieva es un buen lector de Kafka y el capítulo inicial de su novela –que tiene
valor independiente, como todos los del libro, sin que eso impida la unidad del
conjunto– podría formar parte de cualquier antología de la literatura
fantástica, pero de una literatura fantástica que a la vez fuera minuciosamente
realista, como toda la obra del autor de La
metamorfosis.
El segundo
capítulo, tras el prólogo espectacular (técnica muy cinematográfica), comienza
parodiando la escritura diarística: “Antes de nada, quisiera disculparme ante
mí mismo por estar haciendo esto. Esto de escribir un diario o lo que sea. Odio
este tipo de cosas. No entiendo a la gente que va por el mundo escribiendo todo
el rato sobre sí misma… ¿No se aburren? ¿Qué interés le pueden encontrar?”
Junto a
Kafka, otro de los maestros de Miguel Brieva es Fernando Pessoa. Como Pessoa,
ha jugado también a la invención heteronímica y uno de sus libros –que incluye
poesía en línea y poesía en verso, aforismos y ocurrencias varias– se titula Obras incompletas de Marcz Doplacié.
Aforismos
de diversos autores (reales o inventados) separan los capítulos de esta
peculiar novela, de este libro de humor que es algo más que un libro de humor:
“Porque yo soy del tamaño de lo que veo y no de mi estatura” (Pessoa), “Los
ángeles vuelan porque se toman a sí mismos a la ligera” (Chesterton), “La
imaginación es libre, el hombre no” (Buñuel), “Para vivir fuera de la ley
tienes que ser honrado” (Bob Dylan). Pero también muchos comienzos de capítulo
no desmerecerían en cualquier recopilación aforística: “La mirada de un niño
pequeño siguiendo la trayectoria de un sonajero es la misma de un astrónomo
escrutando los confines del universo. Máxima curiosidad, plena atención de los
sentidos, total entrega… y absoluta ignorancia de lo que en verdad acontece
ante sus ojos”. En ocasiones parodia el arte de la alusión y elusión
gongorinas. Así nos informa de que se dedicó a repartir propaganda por las
calles: “También pasé horas y días repartiendo árboles seccionados en formatos cuadrados y cubiertos con
inscripciones”.
Víctor
Menta, el protagonista del libro, tiene treinta y dos años, ha estudiado
Geología, vive solo en casa de su abuela (muerta hace un año), de vez en cuando
come con sus padres, solo encuentra trabajos ocasionales (en los que dura
poco), está deprimido, visita a una psicóloga (que le aconseja escribir un
diario “para ordenar sus ideas”), fuma porros, participa en algunas protestas ciudadanas
y recibe los palos de la policía… Pero también conoce a un hombre invisible, le
acompaña un doble, habla con las plantas, no distingue bien entre el sueño y la
realidad. Lo que podría quedarse en un panfleto, en un ejercicio más de
denuncia y demagogia, se convierte en una caja de sorpresas que no condesciende
jamás con la obviedad ni con el tedio.
Pinta muy bien el principio, la pena para mí es el grafismo... ¡qué elusión!
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