El lector desprevenido
Ricardo Senabre
Ediciones Nobel.
Oviedo, 2015.
El crítico, el buen crítico, nos enseña a leer de otra
manera y nos muestra lo que merece la pena ser leído. En las últimas décadas,
ningún crítico mejor que Ricardo Senabre. Unía la minucia y el rigor de la
crítica académica con la curiosidad por lo nuevo y la agilidad de la crítica periodística.
Durante más de medio siglo –su primer libro es de 1964– no dejó de leer y de
tomar notas sobre lo leído ni un solo día.
El lector desprevenido no es, contra lo
que pudiera pensarse, una obra menor, una apresurada recopilación póstuma a
modo de homenaje. Se trata de una síntesis de su concepción de la literatura y
de un espléndido recorrido por toda la historia de la literatura española desde
el poema de Mio Cid hasta los narradores más recientes, los dados a conocer en
los últimos años. El estilo es didáctico, claro, sin tecnicismos inútiles. La
obra va dirigida al lector común, pero no por ello resulta menos útil a los
especialistas. Puede ser leída con tanto provecho tanto por el alumno que se
inicia en los estudios literarios como por el catedrático que acumula sexenios.
El lector desprevenido es un libro de
tesis, una tesis que puede resumirse en su afirmación final: “la literatura se
sustenta en la literatura y la dilata, la prolonga, la transforma y la
explica”. Tal hecho resulta sobre todo evidente en las obras analizadas en dos
de los capítulos del libro, significativamente titulados “Plagios, intertextos,
autocitas” e “Imitaciones, apócrifos y reescrituras”. Vale, sin embargo, para cualquier
tipo de texto literario, como el poema “No volveré a ser joven”, de Jaime Gil
de Biedma, cuyos conocidos versos finales (“envejecer, morir / es el único argumento
de la obra”) replican a Jorge Guillén quien en El argumento de la obra (un comentario a Cántico) escribió que “vivir no es un ir muriendo”.
En la obra
literaria, insiste una y otra vez Senabre, lo vivido importa menos que lo
leído. A veces da la impresión de exagera un tanto su tesis, quizá para
contrarrestar mejor ciertos tópicos extendidos entre el lector común y entre la
crítica literaria tradicional. Rechaza, con mucha razón, la explicación
biográfica de las Rimas de Bécquer,
su lectura ingenua: las ideas de Schiller expuestas en Sobre la educación estética del hombre tendrían en ellas más
importancia que las concretas experiencias amorosas vividas por el poeta.
Sus
comentarios a Los pobrecitos, de
Alfonso Paso, ejemplifica bien la parcialidad de Ricardo Senabre (una
parcialidad que en nada limita el valor de su libro, pero que lo hace más
atractivamente polémico). Los pobrecitos se
estrenó en 1956 y es una de las piezas más destacadas de un autor prolífico, de
mucho éxito en su tiempo, y hoy olvidado. Alfredo Marqueríe, “obsesionado por
la correspondencia entre vida y literatura” (a Senabre, en cambio, lo que le
obsesiona es la correspondencia entre literatura y literatura), cuenta que el
comediógrafo, en 1952, recién casado, se alojó en una pensión modesta y que esa
experiencia “luego serviría de inspiración y de base para una de sus más
famosas obras: Los pobrecitos”. No
está de acuerdo Senabre. En su opinión el origen de la obra se encuentra en una
pieza de teatro radiofónico publicada por Ellery
Queen. Revista de misterio en 1954, y ciertamente la trama argumental de
ambas obras ofrece amplias coincidencias, pero eso no invalida la “insostenible
afirmación de Marqueríe”, como la califica Senabre.
Si
cuestionable a veces en sus afirmaciones generales, en las que reacciona con
algún exceso contra ciertas ideas muy extendidas, nada más iluminador que el
análisis que nos ofrece de pasajes concretos de ciertas obras. Su libro es una
admirable colección de comentarios de textos, sean estos algunos sonetos del
siglo de oro o los fragmentos de alguna novela de Galdós o de Luciano G. Egido.
En el
rastreo de fuentes (en la humorísticamente llamada “crítica hidráulica”, que él
reivindica), Senabre no tiene igual: nada parece escaparse a la prodigiosa memoria
de quien da la impresión de haberlo leído todo en las principales lenguas. Y
que no rechaza (como tantos estudiosos de su edad) el libro electrónico (léanse
las primeras páginas del libro) y está atento a lo que se publica solo en
Internet, como las parodias aludidas en la página 289.
Un libro
fundamental, El lector desprevenido, de
un autor que mucho tiene que decirnos sobre la literatura de ayer y de hoy, y
con el que se puede, en algún punto concreto, discrepar. En el romance “La
monja gitana”, por citar un ejemplo, escribe Lorca: “¡Qué ríos puestos de pie /
vislumbra su fantasía!”. Para explicar esos “ríos puestos de pie” recurre
Senabre, muy borgianamente, a un texto posterior, el soneto “La tierra”, de
Blas de Otero, en el que se afirma que “el hombre, que era un árbol, ya es un
río”. Más adecuada que esa algo rebuscada explicación parece relacionar los
versos de Lorca con la identificación clásica del río con un dios que puede
alzarse, como en la “Profecía del Tajo” de fray Luis, para advertir a los
hombres (o para enamorar a una monja).
Un libro
vivo de un autor vivo, aunque falleciera el pasado mes de febrero.
Leía las críticas que publicaba en El Cultural, de El Mundo, y me llamaba la atención que siempre las remataba citando errores lingüísticos (como uso de barbarismos) o gramaticales del escritor. Por supuesto que estos errores deben ser reprendidos, pero al concluir así todas las críticas daba la impresión de que estas cuestiones de mero detalle prevalecían sobre el contenido y valoración general de la obra objeto de crítica. Lo que no entiendo es que las editoriales no le contratasen para efectuar la última revisión formal o idiomática del texto y corregir así, antes de entrar en máquinas, sus errores y erratas.
ResponderEliminarSeguro que lo intentaron, pero él tenía otro trabajo que le interesaba más.
ResponderEliminarJLGM
Sin duda Ricardo Senabre puede ser un autor que merece ser leído y escuchado. Sobre muchos aspectos de la literatura (salvo este blog, que hace ya tiempo que sigo) cito a un autor, uno de cuyos libros, intenté leer en inglés cuando casi no podía. Me refiero a Saúl Bellow ("Herzog"). Dice sobre la indiferencia: "¿Cree usted que hay alguna distinción entre la ignorancia y la indiferencia? Ni lo sé ni me importa". También encuentro otra de Shakespeare: "El peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia".
ResponderEliminarYo olvido cosas que ignoro y muestro otra vez justificable indiferencia.
"Escribir es viento fugitivo y publicar columna arrinconada". Yo, como Blas de Otero, "vuelvo a la vida con mi muerte al hombro". Blas de Otero, aquél que leí hace ya tanto tiempo.
ResponderEliminarConvendría que este sensible Anónimo leyera en Café Arcadia lo que pienso yo de los comentarios anónimos, aunque sean sensatos e inteligentes.
EliminarJLGM
Ya lo había leído, disculpe. No volverá a ocurrir. Sólo me considero el eco de lo que otros ya dijeron. Ahora ando en liza con esta cita de Martín Santos: "Como si el hombre, Dios mío, no fuera el mismo en todas partes y siempre tan inferior a los animales, pero siempre superior a la idea que los filósofos se hacen de él para comprenderlo". O esta de Borges: "Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos". Otro argumento de peso para la sana indiferencia. Un saludo.
ResponderEliminarHe querido decir Martín Santos, en caso de que me haya despistado.
ResponderEliminarAunque anónim@, creo que mi mayor virtud es que quizá me quede algo por decir (o escribir) y no tengo ninguna prisa por hacerlo. Y es que, como Borges, prefiero leer, que me cuenten a tener que contar.
ResponderEliminarLe agradezco mucho su recensión del libro póstumo de mi padre.
ResponderEliminarComo podrá haber leído en ese Introito, obligado, del que soy responsable, este libro fue elaborado por él durante los últimos dos años de su vida, con el mismo entusiasmo de siempre. En absoluto responde a una "recopilación póstuma". Se comprende que no lo es, nada más leer esas primeras líneas, necesarias para que el lector comprenda el contexto de la obra. Una investigación, por cierto, que terminó dos semanas antes de su fallecimiento.
Un saludo. David Senabre López.
Un libro importante y ejemplar. Esperemos que tenga la difusión adecuada.
EliminarJLGM