sábado, 9 de mayo de 2015

Sánchez Ferlosio: poesía, filosofía, actualidades inactuales


Campo de retamas
Rafael Sánchez Ferlosio
Random House. Barcelona, 2015.

Pocos libros tan fértiles, inagotables, y a ratos tan discutibles, como el que reúne los textos breves que Rafael Sánchez Ferlosio ha ido escribiendo a lo largo de su vida –los publicados junto a los inéditos– bajo el título de Campo de retamas. Es un volumen que no llega a las doscientas páginas, pero cada una de ellas equivale a diez o doce de cualquier otro autor.
            Desde el punto de vista genérico, los textos de Campo de retamas (que Ferlosio llama “pecios”, equiparándolos a los restos de un naufragio) son muy diferentes: hay aforismos, poemas, incluso muestras de teatro mínimo (atribuidas a algún apócrifo a la manera de Machado), relatos, glosas de textos periodísticos.
            En el epílogo explica esta última modalidad de su escritura: “Los que hayan leído textos míos que no sean de ficción, sino ensayos o artículos, habrán podido observar cuánto uso se hace en ellos de citas literales entrecomilladas, tomadas sobre todo de la prensa. Los diarios, que compro sin recato, me sirven a menudo de andaderas o muletas para mis propias reflexiones”.
            En la prosa de los periodistas, a causa de la urgencia de su escritura, encuentra “las rutinas y los comodines de las representaciones comunes y vigentes” y por eso la considera “una fuente especialmente indicada para llegar a percibir la ideología imperante”.
            La dependencia de los textos periodísticos presenta ciertos inconvenientes. Algunos de estos fragmentos son como “cartas al director” –y eso fueron exactamente los de la última parte– que se vuelven ininteligibles sin la noticia que comentan. Un ejemplo lo encontramos en el fragmento titulado “Gabilondo”. Comienza así: “Tiene razón Arcadi Espada al decir que la pregunta de Gabilondo era ficticia, porque solo tenía una respuesta posible”. Más adelante nos enteramos de que esa pregunta estaba dirigida a González, pero en ninguna parte se nos indica en qué consistía.
            La crítica de Ferlosio a la ideología dominante que encuentra tras los textos periodísticos pierde muchas veces su eficacia cuando la actualidad que a la que se refiere no tiene demasiado de actual. Más de una vez censura la expresión “un honesto esparcimiento” (unida a otras como “un merecido descanso”, “una sana alegría”) que, a su entender, “pone de manifiesto la acrisolada pervivencia de una mentalidad para la que todo lo placentero, como el descanso, a alegría y el esparcimiento, solo es lícito cuando está moralmente justificado”. Pero ¿se emplea a menudo en los periódicos de hoy esa expresión? ¿No es más propia del nacional catolicismo de su juventud, de los textos del Nodo?
            Ferlosio, en estos fragmentos completos, o casi completos, nos emociona, nos hace pensar y nos hace sonreír. Pero esto último, no siempre voluntariamente. La “aceleración histórica”, afirma en una de sus notas, se debe “al aumento de la velocidad de los instrumentos de notificación”. Nada que objetar, pero la frase que cierra esta anotación sobre la filosofía de la historia dice así: “La maldición llamada ‘tiempo histórico’ corre a la velocidad del mensajero y del pregonero, que hoy no son otros que el telégrafo y la rotativa”. ¿El hoy del que habla, en el que las noticias llegan por telégrafo, es el siglo XXI o el siglo XIX?
            No falta el material perecedero en este libro, textos que se publican sin fecha y que ya parece haber sobrepasado su fecha de caducidad, pero eso no disminuye demasiado su riqueza; solo nos exige una lectura alerta, sin beaterías. El propio autor nos pide, en el prólogo, que desconfiemos de los “pecios”, de los aforismos, “porque los textos de una frase son los que más se prestan a ese fraude de la ‘profundidad’, fetiche de los necios, siempre ávidos de asentir con reverencia a cualquier sentenciosa lapidariedad vacía de sentido pero habilidosamente elaborada con palabras de charol”.
            Rara vez incurre Ferlosio en palabras de charol, en el mero relumbrón. Muchos de sus textos breves son pequeñas piezas maestras, como esta desengañada oración: “Señor, ¡tan uniforme, tan impasible, tan lisa, tan blanca, tan vacía, tan silenciosa, como era la nada, y tuvo que ocurrírsete organizar este tinglado horrendo, estrepitoso, incomprensible y lleno de dolor!”
            Una sola frase le basta para conseguir un barojiano poema en prosa: “Aquellos grandes fuelles que unían los vagones de los trenes de mi infancia eran los grandes acordeones que a lo largo del viaje y de la noche iban gimiéndole al alma del viajero que se alejaba de todo lo querido el desgarrado tango de la separación y la distancia”.
            Con una sola frase niega la historia y convierte la epopeya en elegía: “¡Qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón!”
            El tiempo del que Ferlosio habla, en prosa o en verso, es el tiempo de los poetas, no el de las noticias y el calendario: “El presente se pone en manos del futuro lo mismo que una viuda ignorante y confiada se pone en manos de un astuto y deshonesto agente de seguros”. Su sabiduría de otro tiempo, solo es de este tiempo, paradójicamente, cuando no se convierte en glosa de la perecedera actualidad.

            

2 comentarios:

  1. “ («Paisaje para Demetria») Por el lomo de la alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde un gatito, sin cortarse.”

    ¿Mejor que la nada maravillosa, alguna cosa del “tinglao”? Los gatos, como Demetria y usted saben.

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