viernes, 22 de diciembre de 2017

Jules y Edmond de Goncourt, memorias de la vida literaria


Diario. Memorias de la vida literaria (1851-1870)
Jules y Edmond de Goncourt
Edición, traducción y notas de José Havel.
Renacimiento. Sevilla, 2017.

Hay dos tipos principales de diarios íntimos. Uno, vuelto hacia adentro, todo reflexión e introspección, que acaba sustituyendo a la vida que nos vuelve la espalda o que no nos atrevemos a vivir. Es el diario de los tímidos. Su máximo ejemplo es el diario de Amiel, el oscuro profesor ginebrino, que para muchos sigue siendo todavía el ejemplo máximo del género.
            Otro es un diario que mira hacia fuera, lleno de nombres propios y de acontecimientos; que no se confunde con la crónica periodística porque cuenta lo que nadie cuenta, lo que las convenciones prohíben contar. Si se trata del diario de un político, como Manuel Azaña, se centra en la vida política; si es el de un escritor, en la vida literaria. “Memorias de la vida literaria” se subtitula precisamente la obra maestra de Jules y Edmond de Goncourt, que escandalizó en su tiempo, que sigue sorprendiendo todavía por su verdad y su capacidad de retener la atmósfera de una época.
            Los hermanos Goncourt constituyen el más perfecto ejemplo de colaboración literaria, también de simbiosis humana. En uno de los pasajes de su diario, se lee: “Ayer estaba yo en un extremo de la gran mesa del castillo de Croissy. Edmond, en el otro, charlaba con Thérèse. Yo no oía nada, pero, cuando él sonrió, sonreí involuntariamente y con la cabeza en idéntica postura… Nunca la misma alma había sido puesta en dos cuerpos”.
            El diario se comenzó a escribir el 2 de diciembre de 1851, el día en que se ponía a la venta la primera novela de ambos y en que Luis Napoleón, presidente de la República francesa, daba el golpe de Estado que lo convertiría en Napoleón III. Desde el comienzo, lo privado y lo público se entremezclan en estas páginas, que escribía Jules, pero teniendo en cuenta siempre las palabras de Edmond.
            Los inicios de esta obra ciclópea resultan un tanto titubeantes, demasiado centrados en los problemas con la censura de los dos jóvenes escritores y los lamentos por su falta de éxito. Pero enseguida eleva el tono y no podemos dejar de seguir leyendo.
            Flaubert se convierte en casi coprotagonista y en estas páginas le vemos de cuerpo entero en la época en que era llevado a los tribunales por Madame Bovary y se esforzaba por componer Salambó. Sus reflexiones sobre la novela nos indican que lo que le preocupaba era la forma, no el argumento. Incluso unos días antes de ponerse a escribir Madame Bovary la concebía de manera totalmente diferente: “Tenía que ser, en el mismo ambiente y con la misma tonalidad, una solterona beata y casta”. Otra confesión del novelista obsesionado con su obra: “El trabajo es el mejor medio de escamotear la vida”.
            El empeño de los Goncourt tiene que ver con el naturalismo y con el impresionismo: querían representar a sus contemporáneos en todas sus facetas y en “su verdad momentánea”, como se mostraban en el día a día, no como figuras de una pieza, tal como suelen aparecer en las memorias. Insisten en que las abundantes conversaciones entre literatos que reproducen han sido recogidas “casi taquigráficamente” y que no representan la opinión definitiva sobre un hecho o sobre una persona, sino la improvisación del momento, con sus hipérboles y sus salidas de tono.
            Jules, el más joven de los hermanos, el redactor del diario, murió en 1870. Su hermano decidió darlo entonces por concluido, añadiéndole solo un conmovedor epílogo: el relato minucioso de su enfermedad y de agonía.
            Esa primera parte del diario constituye una unidad en sí misma. Es el verdadero diario de los hermanos Goncourt; la continuación, aunque lleve el nombre de ambos, es obra solo de Edmond, que sobreviviría más de veinte años a Jules.
            Poco después de la muerte de Amiel, en 1881, se publicó una selección de su diario (las dieciséis mil páginas fueron reducidas a quinientas), que obtuvo de inmediato un éxito resonante. Fue quizá ese éxito el que llevó a Edmond a incumplir la promesa de que no publicaría el de ambos hermanos hasta después de su muerte. El primer tomo apareció en 1887 y causó el escándalo consiguiente: las conversaciones privadas aparecían aireadas en público, las barbaridades que unos escritores decían de otros ahora podían escucharlas los afectados y todo el mundo.
            No le asustaron a Edmond esas críticas ni las amenazas de demandas judiciales y a su muerte, en 1896, ya había publicado nueve tomos. Inauguró la costumbre, seguida de inmediato por Gide y por tantos otros, de que los escritores fueran publicando en vida su diario, como si fuera una parte más de su obra y no un complemento de aparición póstuma.
            A pesar del escándalo, las páginas del diario de los Goncourt habían sido convenientemente peinadas: hasta 1956, la Academia Goncourt, heredera de los hermanos, no se atrevió a publicarlo íntegro.
            Pero esa inmanejable edición completa –útil solo para los estudiosos– no es la más verdadera. En este volumen, tan cuidadosamente seleccionado, traducido y anotado por José Havel, se toman como base los tomos publicados por Edmond: un diario es una obra acumulativa, con inevitables altibajos, que mejora con una atenta labor de edición.
            De vez en cuando, nos encontramos con alguna reflexión heredera de La Bruyère y La Rochefoucauld: “No hablar nunca de uno mismo a los demás y siempre hablarles a ellos de sí mismos es todo el arte de agradar. Nadie lo ignora y todo el mundo lo olvida”.
            Pero lo más característico de este diario, al contrario que del de Renard, no son las frases memorables, sino las conversaciones recogidas en toda su vivacidad, los retratos al aguafuerte de los grandes hombres de entonces (Balzac, Baudelaire, Víctor Hugo), los diversos ambientes –del salón de la gran dama al prostíbulo–, los juicios y los prejuicios de una época –el Segundo Imperio– que aquí vuelve a la vida con todo su impactante esplendor y miseria.


6 comentarios:

  1. El penúltimo lector atento25 de diciembre de 2017, 13:36

    Como nadie parece ver las erratas y los errores de su texto, me sacrifico yo para señalárselos:

    "Salammbô" y no "Salambó".

    "Poco después..." y no "Pocos después"

    "las dieciséis mil páginas" y no "las dieciséis mil página" (o para ser más exactos: las 16 847 páginas).

    "y a su muerte, en 1896, ya había publicado nueve tomos" y no "y a su muerte, en 1897, ya había publicado nueve todos".

    "las páginas del diario de los Goncourt habían sido convenientemente peinadas". ¿Peinadas? ¿Peinar sigunifica censurar?

    "con todo su impactante esplendor y miseria". Yo hubiera escrito: "con todo su impactante esplendor y su miseria".

    Y para acabar, ¿cómo puede escribir usted que "esa inmanejable edición completa –útil solo para los estudiosos– no es la más verdadera"? La edición completa publicada en la célebre colección Bouquins es la única edición verdadera desde hace 28 años, la única que se puede comprar en Francia por todas partes y la más vendida. Y es perfectamente manejable, como todos los "tochos" de esa fabulosa colección.

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  2. El penúltimo lector atento25 de diciembre de 2017, 20:19

    Se ha olvidado usted de corregir "Pocos después".

    Y si españoliza el nombre de Salammbô, debería hacerlo también con el de Bovary y escribirlo "La señora Bovarí" (y ahora veo que hay otras dos erratas, puesto que lo escribe usted Bobary dos veces).

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  3. ¡Pues anda que "Madame Bobary"!

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  4. Qué maravilla encontrar comentarios que corrigen la ortotipografía del texto y se olvidan de Cataluña o de la vida sexual de Gil de Biedma. Muchas gracias, "penúltimo lector atento", muchas gracias Joaquín Arnau.

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  5. "Salambó" está bien escrito y "Madame Bovary" solo precisa de la "v" (lo de "señora" mucho me temo que no viene al caso, dada la tradición traductora consolidada).

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  6. "Madame Bovary" al lado de "El Primo Basilio" es como una novela de Danielle Steel. ;-)

    ¡Feliz 2018! para toda la tripulación de CdePap (torrada de cojons ¡ja ja!) y, por supuesto, el "capi" Josep Lluis.

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