Hacerse todas las ilusiones posibles y otras notas dispersas
Josep Pla
Edición de Francesc
Montero
Destino. Barcelona,
2017.
Cuando un escritor se convierte en mito, sus textos dejan de
valorarse literariamente para pasar a ser reliquias. No vamos a discutir la
categoría literaria de Josep Pla, pero sí el valor literario de buena parte de
lo que escribió en la posguerra, cuando poco a poco se metamorfoseó en símbolo
y personaje y los tomos de sus obras completas en un contenedor que había que
llenar de cualquier manera.
Francesc
Montero, quien con tediosa minuciosidad nos informa de los avatares de las
“notas dispersas” reunidas en Hacerse
todas las ilusiones posibles (el título es responsabilidad del editor), nos
informa de que, cuando Josep Vergés, recibe el original de Notas dispersas (duodécimo volumen de sus Obras completas), se quejó de que Pla se había quedado corto y que
faltaban muchas páginas para llegar al número adecuado. Se puso a escribirlas
de inmediato. Llenar páginas divagando sobre cualquier tema no era para él
ninguna dificultad, sino su manera de ganarse la vida como periodista al que,
tras la guerra civil, le estaban prohibidos todos la mayor parte de los asuntos
que le habían obsesionado en su etapa anterior.
Aunque
lleno de páginas prescindibles, de anotaciones inanes y escritas de cualquier
manera, no deja de tener interés Hacerse
todas las ilusiones posibles, pero su interés es menos literario que
sociológico y psicológico.
Al
enterarse de la muerte del duque de Las Torres, Gonzalo de Figueroa (en 1958 y
no en 1985, como por error se indica en nota), nos cuenta lo siguiente: “El día
en que, borracho de whisky, tiró por la ventana de una casa que tenía alquilada
en la Carrera de San Jerónimo, en Madrid, a una puta que le molestaba, Cacho y
yo estábamos con él. Nos dio un ataque de pánico terrible y nos escabullimos
del piso como pudimos. Durante dos día tuve la sensación de que la policía iba
a aparecer de un momento a otro, pero no pasó nada”.
¿Qué iba a
pasar? El probable homicidio de una prostituta era muy poca cosa para molestar
a un grande de España, o para que a Pla le quedara alguna preocupación por la
víctima.
Otra
anécdota significativa tiene lugar en la rotonda del hotel Palace. Allí se
encontró con un amigo, el periodista Carles Sentis, y se puso a hablar con él
despreocupadamente, de esto y de
aquello, también la situación política. “En esto –cuenta Pla– entró un señor
Orbaneja, jefe de orden público de Madrid. Sentís, supongo que para hacerse el
gracioso, le contó todo lo que le había dicho. Orbaneja me obligó a presentarme
en Seguridad, que estaba en el edificio del Ministerio de la Gobernación del
Estado –Puerta del Sol–. Pasé dos días en un salón durmiendo sobre una otomana.
Logré enviar un mensaje a Sentís pidiéndole que su socio, Gregorio Marañón,
hiciera que me pusieran en libertad. Me dieron un salvaconducto y me fui a
casa”.
Una carta
de Sentís, que se incluye en apéndice, aclara el incidente, del que Pla salió
muy bien parado gracias a los servicios prestados como espía al servicio de
Franco durante la guerra. Pero aprendió para siempre de la libertad de
expresión, de la que tan buen uso había hecho durante la República contra la
República, había terminado para siempre. Ya había tenido antes una advertencia:
“Después de la entrada de los nacionales en Barcelona, un día apareció, en el hall del hotel Ritz, el embajador alemán
(Von Stohrer) con uniforme de gala. Yo presenciaba el espectáculo al lado de J.
F. de Lequerica. Le dije muy bajito: Este señor tiene cara de imbécil.
Lequerica me dio un pisotón que me hizo ver las estrellas mientras en su cara
se dibujaba una gran sonrisa de admiración por el diplomático”.
Pronto
aprendió que, durante el franquismo, que él había contribuido a traer, lo más
conveniente era hablar del tiempo, de los vinos del Penedès, o de la
gastronomía, y eludir cualquier tema que pudiera resultar comprometido. Una de
las notas cita una carta al director de uno de los periódicos en que colaboraba:
“El genio José Pla, ese nunca desmentido fecundo escritor que se saca de la
manga con la mayor naturalidad y bonhomía los más enjundiosos artículos sobre
el tema más baladí…”
Lo que
pensaba de la España de Franco, que él tanto había contribuido a traer, lo sabemos
por alguna de las notas ahora rescatadas (“es un pantano de mierda”), pero tras
la guerra civil (y el incidente del Palace) siguió al pie de la letra el
consejo del Caudillo, no meterse en política: “He escrito en los periódicos, he
hablado en la radio, he publicado libros, he obtenido un premio. Todo lo he
hecho para ganarme la vida. Nunca he hablado de política”. Trata de consolarse:
“En los tiempos que me ha tocado vivir, no podía hacer nada más. Nunca he sido
un héroe, que quede bien claro”. Y termina el párrafo exculpatorio con un “qué
pena”.
Literariamente
Hacerse todas las ilusiones posibles vale
poco. A quien no le guste el grafómano Pla, encontrará buenas razones para
seguir detestándolo; sus numerosos admiradores, deben dejarlo de lado si no quieres
encontrarse en el riesgo de dejar de serlo. Pero los interesados en el
personaje y en el tiempo sombrío en que le tocó vivir, no dejarán de encontrar
pasajes de interés en estas páginas dejadas de lado por diversos motivos y que
quizá habrían encontrado mejor acomodo como apéndice en algún estudio o tomo de
obras completas..
Sobre el machismo plaico, recomiendo aquesta conferencia: https://www.youtube.com/watch?v=vN8FwydpnfI
ResponderEliminarEl episodio de la prostituta defenestrada dice mucho de la amoralidad de Pla, de su indiferencia ética y su carácter cobarde y acomodaticio, con principios erráticos, o simplemente carente de ellos. Sin embargo me pareció un escritor muy bueno en El quadern gris.
ResponderEliminarSobre su actuación como espía al servicio de Franco, no sé si directamente lo fue o sólo colaboró con la mujer sueca con la que convivía, ella sí, espía. No he conseguido encontrar una opinión bien fundada.
Entre paréntesis: Entiendo que un blogger es dueño y señor de su blog; pero esto no disminuye mi decepción y frustración por el hecho de que Martín decidiese borrar los comentarios del post/chapapote hace un par de semanas. Buscando un comentario interesante que había leído, me encontré la sorpresa. Me parece una claudicación, o dicho de otro modo, un caso de "bullying" triunfante y exitoso, montado por un clan de acosadores contra el colectivo de comentaristas. Me parece feo y triste.
Pues a mí me parece que debería haberlo borrado antes. Este no es un foro de debates, sino un lugar donde se comentan libros. Creo que los comentarios deberían versar sobre los libros reseñados. Estaré más atento otra vez para evitar que se conviertan en un depósito de anónima basura.
EliminarLo cierto es que en los comentarios se describían pasajes de la biografía de varios autores, en especial de JGB. Nada más literario que la biografía de un escritor, salvo que uno se haga estructuralista, reniegue de la importancia se la biografía del autor en la obra y crea en intertextos e ideologemas. Este blog directamente debería prescindir de los comentarios; por mi parte es el último que hago, aunque lo seguiré leyendo, las reseñas son interesantes per se.
EliminarEs una pena, Jesús.
EliminarSuprimir los comentarios soeces o insultantes no creo que le hubiese importado a nadie. Tampoco los que no venían a cuento ni comentaban nada. Lo arbitrario es eliminar todos indiscriminadamente. Unos cuantos eran impersonales, teóricos y muy correctos. Los había también muy interesantes. En fin, entiendo que lo considere necesario, pero no deja de ser una pena. Algunos que comentaron de buena fe se preguntarán para qué lo hicieron.
ResponderEliminarSí, pagaron justos por pecadores, algo bastante habitual. Mis disculpas.
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