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El juego del hombre
Manuel Neila
Renacimiento.
Sevilla, 2018.
El auge actual del aforismo entre los escritores españoles
debe mucho a la figura de Manuel Neila. Poeta, traductor, ensayista, le ha
dedicado al género importantes estudios, recogidos en el volumen La levedad y la gracia, y diversas
antologías; además ha editado o reeditado a los principales aforistas en la
colección “A la mínima”, que se publica bajo su dirección.
Es también
Manuel Neila un destacado cultivador del género. A sus Pensamientos de intemperie (1912) y a sus Pensamientos desmandados (1915), añade ahora una nueva serie, Pensamientos del malestar, y con ella
completa la trilogía que ha titulado El
juego del hombre y subtitulado “Discordancias”.
Manuel
Neila, como aforista, descree del ingenio y desdeña la ocurrencia fácil (“No
hay tonto más molesto que el ingenioso”, afirma citando a La Rouchefoucauld),
aunque a veces –algo que parece inevitable después de Gómez de la Serna–
incurre en la greguería: “Hay erratas y erratas. Las últimas deberían
escribirse con hache”.
Conoce bien,
y alude a ellos con frecuencia, a los maestros del género, especialmente a los
moralistas franceses y a autores como Lichtenberg o Nietzsche, de quien procede
el título, “El caminante y su sombra”, de la serie dialogada dispersa por los
diversos capítulos de El juego del hombre.
Aunque a
menudo toca temas filosóficos, su especialidad es la crítica de la sociedad
contemporánea. La sociedad de masas, la sociedad del capitalismo avanzado
encuentra en él uno de sus más radicales detractores. A veces esa crítica se concreta
en el mundo literario, en el que, como él
mismo diría, no deja títere con cabeza, aunque sin citar nombres. Los que
podríamos llamar metaaforismos, o aforismos sobre el propio aforismo, son
también abundantes.
Llama la
atención, en un estilo un tanto arcaizante, el abundante uso de las
interjecciones, que lleva a un cierto amaneramiento. Cito algunos ejemplos:
“Los mediocres de la clase media atribuyen sus errores a la debilidad de la
condición humana… Y ¡hala!, a seguir errando”, “A los cuarenta años, la vida
nos parece una tragedia de Esquilo. A los sesenta, una tragedia de Sófocles. Y
a los ochenta… A los ochenta, ¡ay!, posiblemente nos parezca una comedia bufa
de autor desconocido”, “(Más éiica y
menos cosmética). Lo contrario, ¡helas!, es el camino hacia la servidumbre
voluntaria. Y, ¡hace!, todos contentos”. Como “jacarandosos” califica a los
artistas de la sociedad “lúdico-masiva”.
Los
moralistas franceses, en contra de lo que parece indicar la expresión con la
que se los conoce, no se dedicaban a moralizar, sino a reflexionar sobre las
costumbres de la sociedad de su tiempo. Como ha escrito Carlos Pujol, “es
dudoso que sean edificantes, más bien tienden a cierto cinismo desengañado y de
buen tono”. Manuel Neila, por el contrario, adopta con frecuencia un aire de
predicador. La literatura contemporánea, repite a menudo con distintas
palabras, ha renunciado a ser arte para convertirse en entretenimiento. ¿Pero es
ese es rasgo de la literatura contemporánea o de la literatura de cualquier
tiempo? En los años veinte no solo publicaban novelas Gabriel Miró o Benjamín
Jarnés; los más vendidos eran Pedro Mata o El Caballero Audaz.
Al criticar
al mundo actual, incurre Manuel Neila en la falacia, bastante común, de
compararlo con un imaginario pasado que no ha existido nunca. Un ejemplo: “A
decir verdad, el vicio más extendido durante los últimos años, y del que menos
se habla, es el vicio supremo de la vulgaridad”. Una frase cierta, pero que ya
era cierta en tiempos de los romanos (releamos a Juvenal o a Horacio) y me
imagino que también en el antiguo Egipto.
Aunque
resulte difícil definir el género, parece claro que no todos los textos que
Manuel Neila incluye en El juego del
hombre –título un tanto “vintage”: hoy tendemos a no utilizar “hombre” para
referirnos al hombre y a la mujer– pueden considerarse tales. Es el caso de las
notas dedicadas a Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado o Gabriel Insausti, que
más bien parecen borradores para la solapa de alguno de sus libros. Y aunque en
el “Glosario del descreído” que figura como apéndice, los términos se definen
como en un diccionario (“Azar: Una de las pocas eventualidades que podemos dar
por seguras”), resulta dudoso que se pueda considerar como aforismo personal
una definición que parece tomada de la Wikipedia: “El término ‘empatía” (del
griego ‘empathés”, ‘emocionado’) es la capacidad cognitiva de percibir lo que
otro individuo puede sentir. También es un sentimiento de participación
afectiva de una persona en la realidad que afecta a otra”.
Solemnizar
lo obvio es uno de los riesgos que acechan al Manuel Neila aforista; otro, un
cierto tono moralista. Acierta cuando abandona la crítica de brocha gorda –sus
discordancias son a veces muy concordantes con las de ciertos telepredicadores–
y se deja llevar por el humor (“Cualquier político sabe que a la masa hay que
agitarla antes de usarla”) y la poesía, las dos armas favoritas de la
inteligencia: “Relámpago verbal, el aforismo vuelve visible la noche y audible
el silencio”.
Martín, no tiene usted ni puta idea. Ni puta idea.
ResponderEliminar¿Quién será este elegante anónimo? Se admiten apuestas.
EliminarJLGM
El secreto era nada.
ResponderEliminarLa tarde tranquila y muda
con los muchachos paseando al perro
y el viejo volviendo de la compra.
El secreto era nada.
Posarse en el mundo a ser uno más.
Todo era mucho.
Ahora todo es insuficiente.
Ordenemos, alma mía, lo que venga
y hagamos un pequeño todo de nada.
© María Taibo
Leí una entrevista con él, y me gustó. Aún no he leído nada suyo, pero habrá que poenrle en la lista.
ResponderEliminarGracias por tus reseñas. Un saludo
Has retrasado un siglo la salida de sus libros!, amigo Martín.
ResponderEliminarSobre el autor del comentario: desde luego tiene autoridad en la materia. Yo hubiera puesto: No tienes ni Neila idea, ni Neila idea.
En fin, la gente no tiene ni Neila gracia.
Gracias, Jaime. Tendrías que haber visto el correo que me envío mi amigo Neila retirando su amistad. Ese sí que tenía gracia.
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