Los días, los dones (Poesía, 1978-2018)
Emilio Barón
Eda Libros. Málaga,
2018.
Hay poetas que hacen todo lo posible por estar siempre en el
centro del escenario y otros que por el contrario procuran pasar inadvertidos:
no concurren a premios, no entran en polémicas, no aparecen en las antologías
más llamativas.
Es el caso
del almeriense Emilio Barón, quien tras destacar fugazmente en los años
ochenta, pareció quedar al margen en publicaciones provinciales y ahora
reaparece con unas poesías completas escritas a lo largo de cuatro décadas, un
volumen tan breve (cinco o seis poemas por año) como lúcidamente desolador.
La primera
de las cualidades que destacan en Emilio Barón es su insólita fidelidad a un
maestro, Fernando Ortiz, y a una manera de entender la poesía.
Del
sevillano Fernando Ortiz (1947-2008) aprendió Emilio Barón el rigor métrico, el
respeto a la tradición, el desapego de la sociedad literaria, el gusto por un
cierto virtuosismo formal. Uno y otro desdeñaron la originalidad de las
vanguardias para buscar otra más verdadera que no temía que se transparentaran
los modelos ni incurrir en el deliberado pastiche. A Fernando Ortiz se le
dedican numerosos homenajes a lo largo de estas poesías completas, una insólita
muestra de generosidad.
En
contraste con esos poemas –alguno tal vez en exceso circunstancial–, están los que se
dedican a los gatos. Sin olvidar la Gatomaquia
de Lope de Vega, quizá ningún otro poeta español ha cantado con tanta
constancia, gracia y devoción a quienes poco a poco, según aumentaba la
misantropía del autor, fueron convirtiéndose en sus principales amores. El más
extenso de estos poemas, “Tres”, es
también acaso el más significativo. Se subtitula “El autor, en cuatro cantos,
habla de su vida a solas” y comienza refutando el subtítulo: “A solas no, que
vivo con mis gatos / Luis y Possum, dos tigres muy domésticos. / Los tres en la
terraza luminosa / y amplia dejamos transcurrir el tiempo”,
Los días, los dones que es el título que
Emilio Barón ha querido dar a su poesía completa constituye, antes que nada, un
retrato moral del autor, al que vemos envejecer de un libro a otro. Ayuda a
ello su gusto por dejar constancia de los principales hitos cronológicos en el
camino de la vida. “A modo de balance” glosa, en versos de arte menor, su
llegada a los treinta y cinco años; “Aniversario” se escribe una década
después: “La mujer con quien vivo. Dos gatos. / Los restos de un naufragio que
mueve la marea / y punzan la memoria como espinas. / Un trabajo aceptable y
razonable- /mente incómodo. / La luz de cada día. / Este mes cumpliré 45 años.
/ La vida me retiene todavía”.
La llegada
al medio siglo le sirve para homenajear –una vez más– al amigo y maestro. El
soneto titulado “A Fernando Ortiz” comienza con estos versos: “A los cincuenta
años de mi vida / pienso ahora que toda una mitad, / mi buen Fernando,
transcurrió asistida / por tu constante ejemplo y tu amistad”. Otro soneto se
titula “Al cumplir los sesenta”.
¿Poesía
menor, poesía circunstancial? Eso podrán pensar algunos apresurados lectores
–hojeadores, más bien– de este volumen que corre el riesgo de volverse
invisible –algo que quizá no desagradaría al autor– en la mesa de novedades.
Hay en él
sextinas –esos rebuscados artificios métricos que, tras el ejemplo de Gil de
Biedma, volvieron a ponerse de moda en los años ochenta–, sonetillos
manuelmachadianos (“Gastada / la rima / y ajada / la estima”) y sonetos,
abundantes sonetos, bien con el esquema de rimas habitual o al modo inglés que
popularizó Borges. Emilio Barón se nos
descubre así como uno de los maestros en esta estrofa, casi la única de las
clásicas que ha seguido viva durante el siglo XX y que conserva toda su
vitalidad en el XXI. Los sonetos de Emilio Barón son de muy variados tonos. A
veces nos recuerdan al más grácil Lope: “A mi gato le gusta el desayuno / con
Mozart que preparo en la mañana. / Se instala muy galán en la otomana / y atusa
sus bigotes uno a uno”. En otras ocasiones adopta el empaque de la desengañada
poesía barroca.
Comienza
esta esencializada autobiografía en verso en Canadá, donde el autor realizó sus
estudios e inició su trabajo como profesor universitario, termina retirado en
un rincón junto al mar de su natal Almería, cada vez más desengañado del trato
con sus semejantes. Incluso el amor, o mejor los amores (más que el amor
constante más allá de la muerte, Emilio Barón ha cantado los amores de una
noche), van desapareciendo de unos versos de acentuada misantropía: “La
familia, el Estado y el trabajo / son del hombre enemigos naturales. / No hay
que jugar con esos animales. / Mejor mandarlos todos al carajo”.
Como la Epístola moral a Fabio, uno de los
referentes de Emilio Barón, Los días, los
dones nos ofrece una lección de sabiduría vital, “en un estilo común y
moderado / que no lo note nadie que lo vea”. No salimos indemnes de este
volumen paradójico, que sabe aunar virtuosismo estilístico y corazón al
desnudo.
BIG BANG
ResponderEliminarInmenso amor.
Todavía recojo
mi corazón.
Sin duda interesante La buena poesía sigue viva
ResponderEliminarUn saludo
- Look, Mandy. This a video of my friend the critic. I'd like you to meet him.
ResponderEliminar(They watch a video)
- I'd rather die without meeting him.
Muchísimas gracias por la reseña. En mi nombre y, estoy seguro, en el del autor. La difundo con su permiso.
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