Comedia
Dante Alighieri
Prólogo, comentarios
y traducción de José María Micó
Acantilado,
Barcelona, 2018.
Una obra clásica es aquella de la que podemos hablar sin
necesidad de haberla leído. Con los grandes clásicos no es posible hacer spoiler, sabemos lo fundamental, cómo
empiezan y cómo acaban, sin necesidad de abrir ninguna de sus páginas.
La divina comedia no es una excepción.
Pocos de los que se refieran a ella, pocos de los que citan alguno de sus
versos se han tomado la molestia de leer –en el original o en traducción– sus
más de catorce mil endecasílabos.
¿Vale la
pena, si uno no es estudioso de la literatura italiana, realizar esa hazaña?
Vale y no vale la pena. La trilogía de Dante –Infierno, Comedia, Paraíso– alterna los pasajes espléndidos, los
versos memorables, con otros pedregosos, llenos de nombres que no nos dicen
nada (aunque se anoten minuciosamente), de explicaciones teológicas que hace
siglos que se han convertido en letra muerta.
Pocas traducciones
facilitan tanto la lectura hedónica, aunque a ratos fatigosa, de La divina comedia como la realizada por José María Micó, poeta,
estudioso de la literatura clásica (sus trabajos sobre Góngora solo admiten comparación
con los de Dámaso Alonso), capaz de
llevar a buen fin la titánica tarea de poner en claro español el Orlando furioso de Ariosto (un poema
casi tres veces más extenso que La divina
comedia) y a la vez formar parte de un dúo, Marta y Micó, que interpreta canciones muchas veces compuestas por
él mismo.
José María
Micó ha traducido en verso La divina
comedia, pero ha tenido el buen acierto de prescindir de la rima
consonante, de esas rimas que hacen tan ripiosamente arcaizante otra versión
muy aplaudida, la de Ángel Crespo.
Al Dante de
José María Micó lo leemos como si hubiera escrito directamente en español, con
su mezcla de cultismos y vulgarismos, con sus juegos de palabras –que no
siempre se corresponden con los del original–, con su ambición de no dejar nada
fuera del poema.
¿Del poema?
¿Es un poema La divina comedia o es
una trilogía formada por tres poemas relacionados entre sí? El dilema carece de
importancia, como decidir cuál es el título verdadero del conjunto. La divina comedia no se llamó así hasta
bastante tiempo después de la muerte de Dante, tras añadir Bocaccio el adjetivo
de “divina”, a la vez descriptivo y encomiástico, al calificativo de “comedia”
con que alguna vez califica el autor a su obra (otras veces alude a ella como
“poema sacro”). Pero “comedia” no es un título, sino una clasificación genérica
(empieza mal y acaba bien, como las comedias). Infierno, Purgatorio y Paraíso
forman una trilogía que solo se publicó en su integridad póstumamente y a
la que su autor no dio título. El tradicional de La divina comedia resulta más expresivo que el neutro Comedia. No vale la pena cambiarlo.
La primera
parte de la trilogía se publicó en vida del autor y de inmediato lo hizo
popular, aunque no del todo por razones literarias. Dante superaba a Marco Polo
y a cualquier explorador famoso: no había estado en la China legendaria, sino
en el mismísimo infierno y había vuelto para contarlo. Y es que La divina comedia, como apunta Micó en
el prólogo, pertenece a un género que la literatura contemporánea pretende
haber inventado, pero al que solo ha dado el nombre: la autoficción, la
autobiografía fantaseada, la literatura que habla de personas reales a las que
el autor –que lleva el mismo nombre que el protagonista– adula o maltrata según
sus conveniencias. El Infierno, junto
a su saber enciclopédico, también
tenía algo de chismoso quién es quién, lo que siempre ayuda al éxito.
Los poemas
épicos nos contaban la historia de un héroe, histórico o legendario (Alejandro
Magno, Eneas, Orlando, el Cid). En La
divina comedia el propio autor es el protagonista y más de una vez se
dirige directamente al lector e insiste en la verdad de lo que cuenta.
El éxito de
La divina comedia se debió a su
primera parte (de ella procede el adjetivo “dantesco” que pronto se convirtió
en popular), que sigue conservando su atractivo para el lector actual. Es
difícil leer sin emocionarse sus episodios más famosos (el beso de Paolo y
Francesca, la desgarradora historia de Ugolino) y no han perdido nada de su
interés los pasajes más gore ni su
cohorte de demonios, que en la traducción de Micó recuperan la expresividad de
sus nombres.
También en
las otras partes hay fragmentos que destacan, pero las historias de santos
tienen menos atractivos que las de los grandes pecadores, y el poeta se ve a
menudo trabado en su libre discurrir por el teólogo. El Infierno sigue mereciendo hoy una lectura completa. Para las otras
partes, bastaría con un resumen que enmarque los pasajes más sobresalientes.
La edición
–modélica– de José María Micó incluye sintéticamente en su prólogo, en la nota
a la edición, en la cronología, en el índice onomástico toda la erudición sobre
la obra de Dante que pudiéramos necesitar. Añade al comienzo de cada canto un
resumen que aclara muchos de sus puntos oscuros. Conviene dejar esa lectura
para el final y adentrarse directamente en la traducción, que se lee sin
enojosos tropiezos, como un texto literario pensado hace siete siglos y escrito
hoy mismo. Solo después, y para aclarar algunos puntos, podemos volver sobre
los comentarios iniciales.
A pie de
página, y en letra más pequeña, viene el texto original. Recomendaríamos
obviarlo, al menos en una primera lectura. Es costumbre publicar poesía en
edición bilingüe, pero esa, contra lo que suele pensarse, no es siempre una
buena costumbre. La edición bilingüe vale cuando la traducción resulta solo una
ayuda para enfrentarse con el original, no cuando la traducción quiere ser su
equivalente en otra lengua.
Distrae
consultar, tras leer un pasaje de la traducción, lo que ha dicho Dante, porque
a menudo al lector se le ocurre otra versión, que le parece más fiel, de esos
versos y se interrumpe así la continuidad de la lectura, la atención que se le
debe poner a esta Divina comedia en
castellano, que merece ser leída como la gran obra que también es. A mí me ha
sorprendido, por ejemplo, que al traducir los versos del Paraíso (XI, 43-46) que aluden a Porta Sole, una de las puertas
etruscas de Perugia (y que allí figuran en una lápida) prescinda de ese nombre
(que también falta en el índice onomástico): “Entre el Topino y el caudal que
baña / el cerro que escogió el beato Ubaldo, / de un monte pende una ladera
fértil / que el frío y el calor manda a Perusa”.
Son reparos
menores, muy menores. Como con Orlando
furioso, Micó ha realizado con La
divina comedia una labor prodigiosa que solo un poeta que fuera a la vez un
extraordinario erudito podía haber realizado.
Las
personas cultas, y las no tan cultas, para hablar de La divina comedia, e incluso para escribir sobre ella, no necesitan
haberla leído, pero a partir de ahora tendrán menos excusa en su desidia.
Conviene leerla, sin embargo (en esta traducción o en el original), a varias
velocidades: demoradamente en ciertos pasajes, sobre todo del Infierno y a mayor velocidad en otros. Y
en algunos casos, cuando el autor se enreda en retahílas de nombres que no nos
dicen nada o en disquisiciones teológicas, incluso a toda velocidad. El buen
lector sabe que la lectura puede ser un trabajo, pero siempre ha de ser un
trabajo gustoso, nunca una obligación.
Me hubiera gustado que comentaras tambien algo sobre las otras traducciones de la obra. Por lo menos de las más recientes.
ResponderEliminarSe ha de leer, no cabe duda. Si no, es hacer trampas al solitario :-)
ResponderEliminarUn abrazo
A DANTE, DE SU TRADUCTOR
ResponderEliminarCon un carbón de los infiernos
y una rosa
violeta y olorosa
del purgatorio —y con la luz o sombra
de esa otra rosa cándida
del Paraíso,
purifícame.
Quema, perfuma, sana
mis labios y mi lengua,
y que mi mano
trasporte, a tu dictado, en mis palabras
lo que las tuyas de su nada hicieron.
A. C.
Divina por ser comedia, comedia por ser humana. Y entre medias, el prodigio: palabras sobre palabras.
ResponderEliminar"e incluso para escribir sobre ella, no necesitan haberla leído". ¡Vaya tontería! Así los tiempos.
ResponderEliminar¿Dónde está la tontería, Allan Herrera? ¿Usted de verdad cree que todos los que hablan, o escriben sobre, o citan la Divina Comedia la han leído en su integridad? ¿Y sería usted capaz de distinguir, entre los que se refieren a ella, los que la han leído y los que la conocen de oídas? Se llevaría muchas sorpresas. Es lo que pasa con los clásicos que pasan a formar parte de la cultura general.
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