Poesía completa (1993-2018)
Karmelo C. Iribarren
Visor. Madrid, 2019.
Desde hace algún tiempo, la poesía ha pasado de ser la
cenicienta de los géneros literarios a ocupar un lugar destacado en las librerías,
junto a la novela negra y los libros de autoayuda. Pero no la poesía en
general, sino la firmada por gente muy joven, desconocida en el escalafón
literario, que se promociona en lecturas, que a menudo son algo más, fuera de
los lugares convencionales y en las redes sociales.
Entre esos
poetas populares de nuevo cuño, destaca la figura de Karmelo C. Iribarren, de
otra generación, de formación autodidáctica, y que aunó desde el comienzo el
aprecio de los lectores que no leen habitualmente poesía con el de sus maestros
literarios y buena parte de la crítica.
Una nueva
edición de su poesía completa, más de seiscientas poemas escritos en poco más
de veinte años, desde La condición urbana
(1995) hasta Mientras me alejo (2017),
nos permite descubrir las razones de su éxito y también del paternalismo algo condescendiente
con que le tratan en ciertos medios.
Karmelo C. Iribarren
comienza siendo un aplicado discípulo de Roger Wolfe, el poeta que popularizó
entre nosotros la estética del llamado “realismo sucio”: poemas escritos en
lenguaje coloquial, con expresiones malsonantes poco frecuentes en poesía, con
impúdicas anécdotas autobiográficas o protagonizadas por personajes marginales;
mucho alcohol y otros estimulantes, no escasa escatología; El mal poema de Manuel Machado reescrito por Bukowski.
Algo
rechina, sin embargo, en los poemas tan aparentemente realistas del primerIribarren:
son más ejercicios literarios que apuntes realistas. En el poema “La vieja”, de
su primer libro, una prostituta le cuenta al poeta su tópica historia (“Había
pasado, / igual que una moneda, / de mano en mano, / pero nadie / quiso jamás /
quedársela”) y profetiza: “Como una perra enferma / de arrabal, / moriré
cualquier noche / en una esquina”. Y tenía razón, piensa el autor-narrador
cuando, tiempo después, se encuentra con su esquela en un periódico. ¿Y desde
cuándo se publican esquelas –que tienen su precio– de los marginados que viven
en la calle y mueren cualquier día en cualquier esquina sin que nadie recuerde
su nombre?
Toda su
obra está llena de los mismos detalles inexactos. Un poema de Atravesando la noche (2009),
“Sensaciones raras” nos habla de “las áreas de servicio en las autopistas, / en
invierno, al caer la tarde”. El poema continúa así: “estás a kilómetros de la
civilización,/ no te conoce nadie, / y esos tipos desperdigados / por las mesas
/ tienen una pinta de asustar… / Apuras de dos tragos el café / y ni siquiera
vas al baño a refrescarte”.
¿Pero qué
tipos desperdigados por las mesas hay en las estaciones de servicio de las
autopistas? ¿No son más bien apresurados automovilistas que aprovechan para
echar gasolina, tomar algo e ir al baño? ¿No estará confundiendo una estación
de servicio con el bar de una estación o cercano al puerto en una vieja
película?
Detalles
inexactos, léxico inadecuado: a una mujer “le dieron fuego” (p. 293), pero no
es que le encendieran un cigarrillo, sino que la prendieron fuego; habla de un
placer “estoico” (p. 98) cuando parece decir querer “platónico”; se refiere a
un barrio cuando quizá quiere decir barriada: “antes era solo un barrio, / ahora se lo ha
tragado la ciudad” (p. 274).
En
ocasiones, el modelo de un poema de Iribarren resulta cercano y evidente. Es el
caso de “La mujer de mis sueños” que parecer resumir para el lector apresurado
de las redes sociales, uno de los más conocidos poemas de Felipe Benítez Reyes,
“La desconocida”.
A veces el
poema reescrito es de la propia autoría. El último poema de su primer libro
dice así: “Lo pienso ahora que miro / por la ventana abierta / la autopista,
viendo / como los coches parpadean / en el último tramo / antes del túnel. /
Pienso / que así es la vida, / y que no hay más. Un leve / guiño de luz hacia
la sombra / a mayor o menor velocidad”. Le ha gustado la comparación, así que
vuelve a ella en el libro siguiente: “Oigo el tráfico / abajo, en la autopista,
/ incesante, monótono. / Levanto la persiana y miro / las luces de los coches /
a lo lejos perderse… / Igual que nuestras / vidas, pienso: una pizca / de luz,
y otra vez nada”. No es el único caso, compárese “Un pequeño suceso” (p. 416)
con “Pequeña elegía nocturna para un periódico de bar” (p. 448).
Pero,
paradójicamente, a pesar de estas disonancias o de los poemas que nos cuentan
visitas de admiradores o de su rechinante imagen de la mujer (en el poema
“Entonces” nos dice que hay “muchas maneras diferentes / de hacer feliz / a una
mujer / (los grandes almacenes están llenos de ellas)”, pero que él no conoce
ninguna “tan sencilla y eficaz / como cogerla desprevenida por la espalda / y
decirle que la quieres”), Karmelo C. Iribarren es un poeta que, en más de una
ocasión, consigue emocionarnos y hacernos sonreír.
Un grueso
tomo de poesía completas no es la mejor manera de acercarse a este poeta (quizá
a ningún poeta), a no ser que la leamos, hojeando acá y allá, un tanto
distraídamente, sin prestar demasiada atención a lo que leemos, exactamente
como se lee en las redes sociales.
Aunque no
resulte en exceso evidente, hay una cierta evolución en su poesía. Poco a poco
se va olvidando de los temas tremendistas de sus primeros libros y acierta a entremezclar,
cada vez con un toque más personal, humor y lirismo en poemas que reflejan una
vida cotidiana que, tras las turbulencias juveniles camina hacia la serenidad. Son poemas que hablan de crepúsculos,
de paseos junto al mar, de despertarse junto a la mujer que se ama, de la
lluvia que brilla a la luz de las farolas. Pequeños poemas con encanto: “¿Qué
haces? / Nada. Solo / miro llover / sobre la plaza. / Y se sentó a su lado. / Y
se sumó, / en silencio, / a aquella celebración / de la nostalgia, / a aquella
exuberancia / de la melancolía”.
Hace unos meses, he tenido ocasión de leer la obra completa de Karmelo C. iribarren para hacer una selección de su poesía. Y he encontrado en ella una voz singular y cercana, confidencial y próxima, como confirman los ejemplos que pones... No mana de Roger Wolfe sino del léxico habitual de los bares y del contacto directo con la calle. Obviamente ninguna poesía es adánica, entrelaza lecturas y experiencia. Se ha ido despojando en el tiempo en el tiempo, es más testigo, más esencial. Y eso lo perciben muchos lectores que han hecho de la poética de Karmelo C. Iribarren un referente de nuestro tiempo. Me encanta su poesía. No necesita guantes de boxeo que maltraten sus versos, sabe que la existencia es un cuadrilátero. Un saludo cordial.
ResponderEliminarPues a mí me parece, tras una atenta lectura, que buena parte de su poesía viene más de la literatura que de la vida, sobre todo en sus primeros libros, artificiosos y llenos de detalles inexactos (he anotado muchos ejemplos). Pero creo que poco a poco se ha ido convirtiendo en un poeta limitado, pero verdadero. Puedo estar equivocado, por supuesto. Me limito a dar mis razones, fruto de una atenta lectura (sus poemas pierden un poco al ser releídos con atención).
ResponderEliminarMartín, por razones que tú sabes agradezco doblemente esta vez la crítica de la semana. No he leído aún la obra completa, pero tengo intención de hacerlo. Que tenga lectores comunes, no sólo poetas, es un logro, a mi ver. La poesía que recuerdo de Karmelo C. Iribarren casi no tiene palabras malsonantes (de esas palabras que están también en la poesía desde que se inventó, supongo). Su mayor atractivo, aparte de ser un poeta acechador, que habla menos de sí mismo que de la vida, o la literatura, que lo rodea, es que lo hace en un tono sin ruido, casi en voz baja, propio de quien convence por su encantadora sencillez. Sobre las incongruencias, admirado amigo (me refiero a ti) quizá no son tales. Por ejemplo, la pobre que muere desamparada y el poeta ve su esquela. No es usual pero no imposible, por varias razones, ver una esquela de alguien que muere tirado en la calle. Y en resumen, sabes lo que creo, que literariamente Karmelo está entre Roger Wolfe y tú. Pero sobre todo, está en su propio mundo. Su tejido verbal es reconocible, tiene un aroma inconfundible.
ResponderEliminar¿Puede una bobería (aparente) llegarte bien dentro? ¿Puede una perogrullada ser una pedrada? Con Iribarren sí:
ResponderEliminarEl amor,
ese viejo neón
al que aún
se le encienden
las letras.
Tratándose de usted, extraña que las pegas que le pone a la poesía de Iribarren sean de tan poco fuste.
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