He heredado un nogal sobre la tumba de los reyes
Basilio Sánchez
Visor. Madrid, 2019.
Las palabras denotan y connotan, como es bien sabido. No es
lo mismo cabalgar en un corcel que en un caballo, aunque a efectos prácticos
sea lo mismo.
Los poetas
se pueden clasificar de muchas maneras y una de ellas es la de los que prefieren
el corcel al caballo, que muchas veces se confunden con los que optan por “los
eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” frente al machadiano “lo que
pasa en la calle”.
Basilio
Sánchez en He heredado un nogal sobre la
tumba de los reyes se nos muestra como un poeta que gusta de la sugerencia,
que procura eludir en sus versos las referencias precisas, el anecdotario
cultural o biográfico, que incluso se despreocupa de la estructura del poema.
El título
del libro y los títulos de cada una de las partes –“Hay un olor de agua y de
resinas”, “Mi mesa de madera es del tamaño de un nido”, “El mar ha edificado una
iglesia a la salida del sol”– son versos que podrían haber sido escogidos al
azar. He heredado un nogal sobre la tumba
de los reyes no habla de herencias ni de nogales ni de tumbas ni de reyes.
¿De qué habla? De lo mismo que habla una sinfonía.
Pero las
palabras, al contrario que las notas, unen sonido y sentido. La poesía de
Basilio Sánchez parece una continua lucha del sonido contra el sentido, o mejor,
de la sugerencia imaginativa frente a las referencias concretas.
Los poemas
–o fragmentos del poema que es el libro– están formados por piezas sueltas que
admiten diferentes combinaciones. “En la ventana arde / la lámpara de cobre /
de la que se desprenden las palabras”, comienza uno de los poemas. Y continúa
con “Lo conocido excava / una puerta en
el muro / de lo desconocido”, para concluir: “El corazón no sabe / que algo
dentro de él, calladamente, / se prepara en secreto”. Cualquiera de esos
pequeños segmentos vale por sí mismo o podría formar parte de cualquier otro de
los poemas.
En raras
ocasiones, hay referencias culturales concretas. Las encontramos –un poco a la
manera de la poesía culturalista de los años setenta– en las dos primeras
partes del poema de la página 13: “En un vuelo rasante / un pájaro acaricia con
su vientre / el penacho amarillo de una espiga / en el valle del Eufrates, en
la primera orilla de los hombres. // En medio de la acera, una hoja verde / que
brilla con la lluvia / de esta misma mañana / parece una tesela del mosaico /
de San Vital de Rávena, / un fulgor desprendido / de la venera clara de Teodora”. El poema se cierra con dos versos a modo de
conclusión: “La realidad es un relámpago que persiste. / El sol es una piedra
en la arcada del horizonte”. El segundo de esos versos produce una cierta
impresión de gratuidad, y no es el único en un libro no ajeno del todo a la
escritura automática de los surrealistas, aunque en este caso las palabras que
se entremezclan azarosamente suelen seleccionarse entre las convencionalmente
poéticas.
Los finales
sorprendentes por su arbitrariedad son tan frecuentes en el libro que sin duda
obedecen a una poética que busca desconcertar al lector. Véase, por ejemplo, el
poema de la página 18, que nos habla de una gruta, un río subterráneo y del
“rumor apagado / con el que los planetas / que acabaron desgajándose del universo
/ continúan descendiendo hacia el abismo”, y que concluye con estas dos
afirmaciones: “Nos han dejado solos / como a una flor plantada en la llanura
del mundo. / No hay ningún escritor / que no se sienta abandonado por las
estrellas”.
De los poemas
de Basilio Sánchez se salvan algunas hermosas imágenes – como esos “grandes
árboles / que iluminan de verde las mañanas del mundo”–, pero es difícil
encontrar uno que se sostenga en su integridad, que no sea una amalgama de
imágenes inconexas o que no termine con rotundas y vacuas afirmaciones de corte
sapiencial: “El poeta no ha elegido el futuro. / El poeta ha elegido
descalzarse en el umbral del desierto”. La gratuidad resulta acompañada a veces
por la obviedad: “Cada uno posee su propia historia. / Cada uno preserva para
sí su propio enigma”.
Abundan los
aforismos –llamémoslos así– en el cierre de los poemas (“El que entiende de
pájaros entiende de narcisos”, “El silencio es la elegancia absoluta”) y con
uno de ellos concluye el libro: “Las palabras son mi forma de ser”.
La poesía
es plural y cada lector debe buscar la que más se adecúa a sus particulares
preferencias. La de Basilio Sánchez es más para ser escuchada que para ser
leída y para ser escuchada como se escucha una música, dejándose llevar por las
resonancias, ajenos al sentido, aunque He
heredado un nogal sobre la tumba de los reyes no carezca enteramente de él.
En sus mejores momentos, puede considerarse como un canto, con resonancias
míticas, a la vida natural, al sosiego y al silencio: “Me tienta la alegría que
no entiende de nada”.
Pues los versos transcritos ni me muerden ni me queman. Me dejan como estaba. O sea que no.
ResponderEliminarParece que sea versos que guardan cierta potencia.
ResponderEliminarGracias por compartir. Un abrazo y feliz fin de semana
Gracias por la exigente reseña. Podrían ser como unas “Impresiones y paisajes” de un F. García Lorca.
ResponderEliminarMuy acertada la crítica. El libro tiene imágenes buenas, pero a veces es incomprensible. Me gusta, pero no recuerdo ningún poema que deje huella.Observo semejanzas con el expresionismo alemán, salvando las distancias.Un saludo.
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ResponderEliminarSe eliminó por error. Decía que le había gustado el libro y que había asistido a un recital del autor y le había encantado.
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