Emilia Pardo Bazán
Isabel Burdiel
Taurus. Madrid, 2019.
Primero fue Galdós, luego Clarín, hoy es Emilia Pardo Bazán
la figura del siglo XIX que más interés despierta entre estudiosos y lectores.
Las razones son exactamente las mismas que en su tiempo provocaron tanta
animosidad contra ella: su feminismo militante, su deseo de no respetar los
rígidos límites que se habían puesto al desarrollo intelectual –o simplemente
humano– de las mujeres.
Tras la
ágil y bien informada biografía de Eva Acosta, parecía que ya lo sabíamos todo,
o todo lo fundamental, sobre la trayectoria vital de la escritora gallega.
Isabel Burdiel nos demuestra que no es así, y aunque lo que añada puedan ser
detalles menores, nos lo cuenta todo desde una perspectiva nueva y más
iluminadora.
Ejemplar
resulta su tratamiento de las cartas de amor que Emilia Pardo Bazán le dirigió
a Galdós y de la novela Insolación, inspirada
en esa relación y en la que mantuvo simultáneamente con Lázaro Galdiano. Las
fronteras entre los público y lo privado no son naturales, sino culturales y
dice mucho sobre un personaje y una época dónde se trazan esos límites.
De las
relaciones sentimentales de Emilia Pardo Bazán –que se casó muy joven y se
separó pronto discretamente y de mutuo acuerdo– lo que importa al biógrafo, lo
que nos importa a nosotros, es su novedoso planteamiento: de igual a igual, entre
compañeros del mismo rango intelectual, algo revolucionario en aquel momento y
que fue motivo de continuas burlas que disimulaban el temor ante aquella mujer
que valía tanto o más que los escritores con los que se relacionó. Por eso lo
que importa de Insolación –que se
leyó como escandalosa novela en clave, pero que ya estaba esbozada antes del
encuentro con Lázaro Galdiano– no son los concretos datos anecdóticos que pueda
aportar –ninguno: es una obra de ficción–, sino lo que nos ilustra sobre la
manera que Emilia Pardo Bazán tenía de entender las relaciones afectivas y
sexuales de las mujeres.
Isabel
Burdiel es una historiadora reconocida, experta en el género biográfico (fue
Premio Nacional de Historia con su biografía de Isabel II), y ello se nota en
el rigor académico, en el exhaustivo manejo de fuentes, en los minuciosos análisis
del tiempo que le tocó vivir a Emilia Pardo Bazán. A veces parece incluso dejar
al personaje de lado o tomarlo como pretexto para un lúcido análisis de las
tensiones políticas e intelectuales de la Restauración y las primeras décadas
del reinado de Alfonso XIII –las dos épocas en las que Emilia Pardo Bazán jugó
a ser protagonista–, y los lectores se lo agradecemos. La precisa erudición no
le hace perder la perspectiva general, al contrario que a tantos especialistas,
más atentos al detalle que al interés general de aquello que investigan.
Esa precisa
erudición a veces nos da la impresión de que no es tan precisa cuando se
refiere a la historia de la literatura. Y no me refiero a detalles concretos
(Clarín no dirigió la revista La vida
literaria, como se indica en la página 481), sino a afirmaciones como la
siguiente: “los nuevos dramas en verso de Francisco Villaespesa o de Eduardo
Marquina, e incluso el teatro de Valle-Inclán, tenían una acogida que podríamos
denominar de poco comercial” (p.
522). Poco comercial fue ciertamente el teatro de Valle-Inclán, que apenas se
representó durante su vida, pero obras como El
alcázar de las perlas, de Villaespesa, o En Flandes se ha puesto el sol, de Marquina, están entre los grandes
éxitos de la época. Ejemplifican ese teatro en verso sonoro y facilón que Pérez
de Ayala parodió en Troteras y danzaderas
y Muñoz Seca en La venganza de don
Mendo. Detalles menores, que no le quitan ningún mérito al libro, como
tampoco la redacción poco afortunada de algún párrafo, como el que en la página
389 parece en principio dar a entender que Juan Valera fue amante de Isabel II.
Asombra lo
que los grandes escritores de la época –con la excepción de Galdós– llegaron a
decir de Emilia Pardo Bazán. La palma se la llevó Clarín, que de ser su valedor
(prologó La cuestión palpitante) pasó
a ser su más pertinaz e insistente tábano. Y no solo criticaba su literatura,
sus presuntas incorrecciones gramaticales (algo en lo que se especializó el
crítico puntilloso de los paliques), sino decisiones como la de matricular a su
hija en un Instituto de bachillerato. “Por amor al progreso”, escribe Clarín,
“no vacila en enviar a una hija propia a una cátedra llena de muchachos que
suelen ser el diablo”. Hay temas –añadía– que no pueden explicarse
conjuntamente a muchachos y muchachas sin ofender la inocencia (“en que creo y
adoro”) de las segundas.
Comienza
esta biografía con un episodio que parece sacado de uno de los cuentos de
Emilia Pardo Bazán, con la historia de un crimen como los que a ella le
interesaba analizar. “El misterio de un crimen es su psicología, los abismos
del corazón que descubre, la luz que arroja sobre el alma humana, sobre el
estado social de una nación. sobre una clase, sobre algo que rebase los límites
de la caja de caudales, el baúsl destripado, la cartera sustraída”, según
indicó en “Como en las cavernas”, una de sus más impactantes colaboraciones en La Ilustración Artística. Pero a ese
crimen, que le tocaba tan de cerca, nunca se refirió. La abuela paterna fue
asesinada por su segundo marido, que luego se suicidó, en una trama en la que
intervienen una hija ilegítima, disputas por la herencia y la contratación de
un sicario para asesinar al secretario que favorecía los intereses del padre de
la escritora. Toda una compleja novela negra, más que un simple caso de
violencia de género.
El epílogo
trágico ya era conocido: el hijo de Emilia Pardo Bazán y su nieto adolescente
fueron asesinados por milicianos en los inicios de la guerra civil. Lo que no
sabíamos es que, al parecer, quien estaba al mando de los asesinos era otro
nieto de la escritora, no reconocido por el padre tradicionalista y tarambana.
La vida puede ser más trágica y melodramática que cualquier folletín.
No mitifica
Isabel Burdiel a Emilia Pardo Bazán, no nos oculta ninguna de sus sombras (se
fue convirtiendo en un interesado figurón, evolucionó hacia un nacionalismo de
corte autoritario y prefascista). No necesita hacerlo para que quede claro que
fue no solo una gran escritora, con no ser eso poco, sino una eficaz e
incansable educadora y agitadora social, una mujer sin la cual ni los españoles
ni las españolas de hoy seríamos lo que somos.
Qué raro es decir que alguien se ha muerto.
ResponderEliminarEn su cuerpo ya no está, eso está claro.
¿Adónde fue, rauda y esquiva,
su alma, de cadenas liberada?
Nadie lo sabe, pero su organizador
al azar no le da nunca la palabra.
Pío Baroja no simpatizaba demasiado con la Pardo Bazán (ni con nadie): "Se exaltaba pensando en la aristocracia; yo le oí hablar varias veces como si fuera carlista. En cuestiones de clase social, era del aristocraticismo más rabioso que puede darse. En cambio, en otras cosas se manifestaba de ideas casi libertarias." Y todavía más: "No me interesó nunca ni como mujer ni como escritora. Como mujer, era de una obesidad desagradable, y como escritora, todo eso del casticismo y del lenguaje no he tenido muchas condiciones para sentirlo (...) En su conversación, doña Emilia era un poco ansiosa y trepadora."
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