Antología poética
Edna St. Vincent
Millay
Traducción de Ana
Mata Buil
Lumen. Barcelona,
2020
“Poeta, por ser claro no se es mejor poeta; / por oscuro, poeta,
no lo olvides, tampoco”, escribió Rafael Alberti. Pero cada una de esas maneras
de ser poeta tiene sus ventajas y sus inconvenientes. El poeta oscuro, el que
necesita escolios y exégesis, es el favorito de los estudiosos y le resulta más
fácil encontrar un sitio en la historia de la literatura; al poeta claro, al que
no necesita intermediarios para llegar al corazón de los lectores, le resulta más
difícil, y a veces casi imposible, ser tomado en serio por los críticos.
Eliot, el
Eliot de La tierra baldía, puede ser considerado ejemplo del primer
tipo; Edna St. Vincent Millay, la poeta más popular en la Norteamérica de los
años veinte y treinta, del segundo. A su temprana fama contribuyó sin duda el
personaje: una mujer joven que representaba el nuevo tipo de feminidad en el
mundo enfebrecido y cambiante surgido tras la Gran Guerra.
En
contraste con la renovación poética de Eliot, Pound, Wallace Stevens o William
Carlos Willians, una mujer que escribía sonetos y baladas, que hablaba
impúdicamente de sus amantes, parecía una figura menor y su popularidad
producto de la moda. Algo, bastante, de misoginia había también en el mirar por
encima del hombro a Edna St. Vincent Millay, a pesar de sus reconocimientos y
sus innegables méritos. Ana Mata Buil cita en el prólogo a la espléndida
antología que le ha dedicado una frase de Eliot: “Me esfuerzo por mantener la
escritura en manos masculinas porque desconfío de lo femenino en literatura”.
Pero todas
las razones extraliterarias que, desde los años cuarenta y tras su temprana
muerte en 1950 (había nacido en 1892), habían contribuido a la postergación de
la poeta hacen hoy de ella una figura especialmente atractiva. La lectura de
esta Antología poética convencerá a los más escépticos de que este
renovado interés no se trata de una ocasional moda. Hay en ella una verdad y
una maestría que no han envejecido, junto a un puñado de poemas que nos cortan
el aliento.
Ana María
Buil conoce bien la figura de Edna St. Vincent Millay (le dedicó su tesis
doctoral) y tiene ideas muy claras sobre lo que debe ser la traducción poética:
han de respetarse cuanto sea posible los elementos formales, el ritmo e incluso
la rima del original. A veces, debido a la connotación de las palabras, no
traduce literalmente, busca otro término que en español tenga idénticas
connotaciones. Pide por ello que no sea lea el volumen saltando de la versión
al original y del original a la versión, como suele ser habitual en las
ediciones bilingües: la traducción de un poema requiere atención plena, como
cualquier texto literario.
A veces,
como no podía ser de otra manera, la traducción parece solo el borrado de un
poema, pero no escasean los poemas memorables que funcionan en español como si
se hubieran escrito en esa lengua. Cito algunos: “Primavera”, “Lamento”,
“Árboles de ciudad”, “Elegía antes de la muerte” o “Hasta que se consuma el
cigarrillo”. de Segundo abril (1921). Resulta curioso comparar “Elegía
antes de la muerte” con “El viaje definitivo” (“Y yo me iré, Y se quedarán los
pájaros cantando”), de Juan Ramón Jiménez. Dos maneras distintas de tratar
idéntico tema sin que ninguno de esos poemas desmerece ante el otro. “Hasta que
se consuma el cigarrillo” es un soneto y muestra bien cómo esa estrofa que
tanto se presta al sonsonete consabido es capaz de adquirir en mano de Edna
Millay –que la cultivó toda su vida-- resonancias nuevas.
La “Balada
de la hilandera del arpa” es otro ejemplo de cómo no es necesaria la innovación
formal para conseguir poemas que sean algo más que recreación arqueológica de
la poesía tradicional. Ana María Buil ha conseguido el prodigio de que la
musicalidad de esa conmovedora balada no se pierda en español.
No era
menor la maestría de Edna Millay en el verso libre, como demuestra “Que nunca
se recoja el fruto” y tantos otros poemas.
Bastaría el
“Canto fúnebre sin música”, incluido en El ciervo en la nieve (1928),
para que Edna Millay tuviera un lugar en cualquier antología de la poesía
universal. Pocas veces se ha escrito una elegía tan escuetamente conmovedora.
En la vida
de la poeta, hubo dos vidas y ambas dejaron huella en su poesía. Corresponde la
primera a los años vividos en el neoyorquino Greenwich Village, a la bohemia y
un tanto escandalosa juventud, a los impúdicos –para la época-- poemas de amor
y a los desenfadados epigramas, como “First fig”, “Primer higo” (el título
alude a una cita bíblica), que Buil traduce como “Primer fruto”. En la segunda
etapa, casada con el político Eugen Boissevain, residió en Steepletop, una
granja cerca de Austerlitz, en el estado de Nueva York, hoy dedicada a su
memoria, y la naturaleza –y el compromiso político-- adquirieron nueva
presencia en su obra.
Algunos de
los poemas políticos de Edna Millay pueden resultar circunstanciales estar
demasiado ligados a determinadas circunstancias históricas. No es el caso de
“Apóstrofe al hombre” o de “Objetor de conciencia”, incluidos ambos en Vino
de estas uvas (1934), escritos ambos cuando la perspectiva de otra
guerra se iba haciendo más y más evidente y que siendo tan vigentes ahora como
entonces. De estilo muy distinto es “El cervatillo”, incluido en el mismo
libro.
Hablamos de
dos épocas, pero Edna Millay fue siempre una poeta plural, atenta a los grandes
temas, el amor y la muerte, al tiempo circular de la naturaleza y a las
turbulencias de la historia. Desde muy joven –desde que se dio a conocer en
1912 con el poema “Renacer”-- demostró su virtuosismo en todos los resortes de
la escritura poética, pero nunca quiso hacer exhibición de ello: escribía para
llegar directamente al corazón y a la inteligencia de los lectores. Y sigue
llegando.
Cito un
poema más, en esta antología de la antología preparada por Ana Mata Buil:
“Gorriones (Washington Square)”, descripción de un amanecer neoyorquino, un
minimalista canto de amor a la ciudad.
Edna St.
Vincent Millay fue todo un personaje, pero fue también algo más: uno de los
nombres fundamentales de la poesía contemporánea. Muchos de sus poemas siguen
tan vivos y heridores hoy como en el momento en que fueron escritos, y no solo
en el original sino también en esta traducción al español gracias al buen hacer
de María Mata Buil.
UN AFORISMO
ResponderEliminarEl avispero español permite escuchar a Beethoven como cuando vivía.
Hay que apoyar a la cultura para que la misma brote con fuerza, y medre poderosamente en la educación, y desarrollo de las personas.
ResponderEliminarArtículos como el tuyo son excelentes para recordarnos estos buenos autores del pasado, que contribuyeron con su obra a la poesía, a la literatura y a la cultura.