Ya sentarás
cabeza. Cuando fuimos periodistas (2006-2011)
Ignacio Peyró
Libros del Asteroide.
Barcelona, 2020.
Entre los escritores de la derecha española, hay una cierta competencia por ver quién puede ser nuestro Chesterton, que puso todo su talento literario –y era mucho, y en todos los géneros-- en demostrarnos que nada hay más revolucionario que la tradición ni nada más heterodoxo que la ortodoxia, entre un sinfín de rutilantes paradojas.. Con muchas papeletas para ello cuenta Juan Manuel de Prada, aunque a mí me parece que se acomoda más el poeta Enrique García-Máiquez, menos apocalíptico y malhumorado. En Ignacio Peyró encontrarán un gran competidor. Nacido en 1980, siempre aparentó más edad. “Pareces de otra época” es un reproche está acostumbrado a oír , según nos indica en una de las anotaciones de Ya sentarás cabeza. Lo considera el mayor de los elogios en una época como la nuestra. Vaya por delante que Ya sentarás cabezas, que abarca seis años de su vida, los que van de 2006 a 2011, es un libro excepcional, el autorretrato de un personaje que a nadie dejará indiferente y la crónica de un tiempo reciente desde una óptica –la de la buena gente de derechas, la de los ricos de toda la vida-- a la que no estamos acostumbrados.
Se
subtitula “Cuando fuimos periodistas” (así, con plural mayestático) porque el
autor, tras abandonar la empresa familiar, quiere probar fortuna en el
periodismo. Comienza escribiendo reseñas en el ABC
Cultural, de la mano de Fernando Rodríguez Lafuente, y termina en La
Gaceta de “pluma para todo”, alternándola con otras publicaciones como El
Confidencia Digital, para el que hizo de corresponsal en el Congreso, o la
opusdeísta Alba. Para La Gaceta escribe noticias, un perfil
internacional los domingos, “unos apuntes sobre restaurantes, el agitador y
la doble página frívolo-intelectual de los sábados”. Aunque él procura dar gran
importancia a la cultura –busca colaboraciones de los escritores que admira,
comenzando por Valentí Puig, su maestro--,es consciente de que ese periódico
(como los otros medios ligados a Intereconomía) “es solo carga dinamitera
antizapaterista”.
En Ya
sentarás cabeza abundan, como no podía ser de otra manera, las ironías
sobre los políticos socialistas del momento, comenzando por José Luis Rodríguez
Zapatero y María Teresa Fernández de la Vega, pero no son menos, acaso sean
más, las que se dedican al otro bando. Pocos salen bien parados, quizá solo
Rajoy, con el que luego iría a trabajar a Presidencia del Gobierno.
Especialmente feroces son los cuatro trazos que dedica a Álvarez Cascos, al que
cita con su propio nombre, y no con las iniciales que suele utilizar en otros
casos: “Se hizo construir un cuarto, con cama de matrimonio, junto a su
despacho. Fueron incontables las chicas de las juventudes que hizo pasar por
allí”.
No es el
único personaje o personajillo vapuleado en estas páginas, pero ese aspecto de
ácida crónica social, de chismoso amarillismo (que se va acentuando según pasan
los años), no es lo más destacado del volumen. Las referencias al Opus, en
cuyos medios periodísticos colaboró ampliamente, no son precisamente amables.
De uno de sus compañeros en el periódico nos dice que es de los pocos que
conoce que están en el Opus “sin que pensemos que es porque no tenían ningún
otro sitio donde ir: durante años cogieron a los mejores –cuando España era un
país católico--, pero ahora cogen lo que pueden”. Y termina la semblanza con
una frase que dice mucho sobre los medios en que colaboró: “Cómo llegó este
señor al alcantarillado del periodismo es cosa que sorprende, aunque me encanta
la idea de que haya un hombre bueno en un lugar donde el que no es un hijoputa
sueña con serlo”. Otro ejemplo: “Me veo con el chico que lleva ahora Nueva
Revista. Opus sección ñoña. Los hacen a todos iguales: sonrientes,
falsamente cálidos, con sus politos y sus náuticos, su manera de decir ‘joé,
macho’ y casi siempre alguna banal fijación cultural, por lo general
cinematográfica, joé, macho, es que Malick es un genio”. Con emoción y
remordimiento, se evoca un episodio de bullyng vivido, como verdugo o cómplice,
no como víctima, en el elitista colegio en que estudió: “Que era distinto se
notaba en todo, en esas pequeñas diferencias que los pequeños hijos de puta, ya
conscientes del estatus, agrandábamos: Julián no llevaba zapatillas Nike o
Reebok, llevaba Yumas o Fer-Gar,. No llevaba los libros forados con arionfix,
sino con papel de estraza. No llevaba plumas de marca, sino un anorak
sesentero. Julián no tenía semana blanca. No repartía gominolas cuando era su
cumpleaños y nadie le llevaba a ver el Madrid. Lo tratábamos como si oliera
diferente, a un jabón más barato”.
Espléndidas
resultan la evocaciones autobiográficas, los retratos familiares, las historias
de los compañeros de colegio, las notas de lectura, los crónicas de los viajes
que unas veces realiza como periodista (a Guinea, acompañando a Moratinos) y
otras simplemente porque a un amigo se le ha antojado celebrar su despedida de
soltero en Las Vegas. Muy sugerentes resultan las páginas dedicadas a Palma,
donde el azar le lleva a encontrarse en la calle con uno de los escritores que
más admira, José Carlos Llop.
Abundan los
aforismos, en los que nunca se condesciende con la pretenciosa obviedad, y no
faltan los pasajes que se podían incluir en una antología del poema en prosa. Mi
favorito está al comienzo del libro, lleva el título de “Happy hour” y creo que
no habría desdeñado firmarlo Jaime Gil de Biedma: “Ponte guapa, alma mía, que
esta noche salimos a cenar: aféitate bien, deja ya de leer a Schopenhauer,
échate la colonia esa que apesta a nectarina, ríe, sonríe, recibe todo como un
don, ponte la camisa de triunfar y sácales un poco de brillo a los zapatos.
Alma mía, este frío y estas luces son el mediodía de la vida, los años breves,
coronados de pámpanos; tus mejores tardes y tus mejores páginas. Ríe, sonríe;
no te preguntes por quién mezclan los gin-tonics: es por ti”.
Al comentar la noticia de la muerte de Umbral, Peyró lo trata con cierta condescendencia, pero él tiene mucho de heredero del mejor Umbral: es capaz de escribir un ingenioso y rutilante artículo literario sobre cualquier tema, lo mismo sobre Julio Iglesias que sobre un restaurante del barrio de Lavapiés. Los restaurantes, por cierto, ocupan un lugar destacado en el libro. Comimos y bebimos. Notas de cocina y vida se titula tu anterior publicación y no cabe duda de que a Peyró le gusta comer bien y beber mejor y que sabe dónde hacerlo. Tampoco falta el elogio del tabaquismo, y parece que considera la prohibición de fumar en lugares públicos como una de las peores herencias del zapaterismo.
El
personaje que protagoniza Ya sentarás cabeza, con su clasismo que a
veces no se esfuerza en disimular, irritará sin duda a muchos lectores.
Una de sus grandes éxitos en el periodismo lo consiguió porque en un
restaurante se puso a su lado “una mesa de notable del PSOE”; tuvo el oído atento
y luego contó todo lo que hablaron, “con gráfico de los sitios incluido”. Fue
su segunda noticia de apertura, según nos dice. Añade que lo que más le extrañó
fue, no que se expresaran con tanta libertad en un lugar público, sino que
“unos socialistas tan destacados vayan a cenar a un sitio de ese precio –Sushi
99 es muy caro-- en plena crisis”. Al lector lo que le sorprende es que el
periodista Peyró, que en algún lugar se queja del retraso en ingresarle la
nómina y en otro nos informa de que un jefe le “gratifica” con un sobre en el
que hay un cheque regalo de El Corte Inglés, cene en tales lugares sin que le
parezca necesario explicarlo.
No es un personaje de una pieza Ignacio Peyró, actualmente director del Instituto Cervantes de Londres (el mejor destino para quien ha escrito esa prodigiosa enciclopedia de la cultura y la vida inglesas que es Pompa y circunstancias). Por eso Ya sentarás cabeza disgustará a los lectores más ortodoxos de uno y otro lado del espectro ideológico. “Lo bueno de ser un escritor conservador –ha escrito aplicándose a sí mismo la ironía, algo que hace con frecuencia-- es que los contrarios no te quieren y los tuyos te detestan”. A Peyró podrá no querérsele, podrá incluso detestársele por algunas de sus afirmaciones, pero lo que parece imposible es no admirarle. Ya sentarás cabeza, no importa si irregular y excesivo como toda buena miscelánea, lo sitúa en la primera fila de los diaristas contemporáneos.
Mala conciencia demuestra este hombre sobre su niñez requetepija.
ResponderEliminarLo malo es que a veces no lo superan
El "Retrato del artista adolescente", de Joyce inauguró o puso de moda la novela de iniciación.
ResponderEliminarParecía que todos debían emular a Joyce, "AMDG" de Perez de Ayala; "El árbol de la ciencia" de Baroja; "En el camino" de Delibes; "El guardián entre el centeno", Dylan Thomas...Con mayor o menor fortuna.
"El árbol de la ciencia" se publicó en 1911.
Eliminar"AMDG", en 1910.
El "Retrato...", de Joyce, "en formato de serial por la revista The Egoist, entre 1914 y 1915, y como libro en el año 1916".
Luego no parece que pudiera influir ni sobre Baroja ni sobre Ayala.
(De paso, el libro de Delibes se titula "El camino", no "En el camino", que es el título en español de la novela de Kerouac "On the road").
Gracias, Jose
EliminarSalinger, "El artista como perro joven" de Dylan Thomas. No confundamos
ResponderEliminarPodríamos hacer un escrutinio de todas las novelas de iniciación que has citado, Victor:
ResponderEliminarJames Joyce es el maestro porque rezuma ironía y humor.
AMDG está bien. Yo la he leído hace muchos años. Desde entonces no la tocó, temo una decepción.
"El árbol de la ciencia" es infumable. De las peores novelas de Baroja. Era lectura obligatoria en bachiller. Luego estaba "Zalacain, el aventurero." Pero con el puto árbol cogí asco a Baroja durante años.
"En el camino" de Delibes si era muy apropiada. Después no he vuelto a leer a Delibes ni a escopetazos.
"El guardián entre el centeno", es capaz de matar a cualquiera, no solo a John Lennon.
Y Dylan Thomas parodia. Pero prefiero su poesía.
Buscar estas diferencias, entre Joyce y los otros, es comparar el "Quijote" de Cervantes con el de Avellaneda.
Un saludo
Cambio de tema, viendo las noticias. Vamos de mal en peor.
ResponderEliminarNos volverán a confinar, y el virus seguirá ahí.
El botellón de Pedro J. Sin mascarilla y con Illa es impresentable.
La gente va a reaccionar.
Que me disculpe Martin por tanta diatriba. Me callo
ResponderEliminarJosé, "Stephen, the hero", fue publicada entre 1904 y 1906, inacabada, es un anticipo del "Retrato...".
ResponderEliminarIgnoro si era del conocimiento de Perez de Ayala (supongo que si, pues estaba al tanto de la literatura en ingles), y de Pio Baroja.
Hay que tener en cuenta el enorme prestigio literario de Joyce, ya en aquellos años.
Lo que dices es incorrecto. Copio, del artículo de la wikipedia dedicado a "Stephen el héroe":
Eliminar"Stephen el héroe (Stephen Hero, en inglés) es una novela inacabada del escritor irlandés James Joyce, escrita entre 1904 y 1906 y publicada póstumamente en 1944".
No pudieron pues conocerla, ya que, aunque escrita, estaba inédita, y así permaneció muchos años.
Respecto al prestigio de Joyce, en aquellas fechas sólo había publicado un libro de poemas, "Chamber music", en 1907. Su primera obra narrativa, "Dublineses", sólo se publicaría en 1914.
José, la escribió en folletines, y no solo estaba inacabada sino también censurada.
ResponderEliminarPonte en la Irlanda de principios del siglo XX.
El prestigio de un escritor puede venir de un simple libro de poemas, y "Chamber music" es muy bueno
Joyce ya era muy conocido cuando público "Chamber music". Los cuentos de "Dublineses", también eran conocidos y son geniales.
ResponderEliminarLa censura le hizo un gran favor. Y el, que no era tonto, lo aprovechó.
Lo más curioso de todo es que confieses, con tan encantadora y aun cándida desfachatez, que admiras a muchos de los que detestas y que detestas a muchos de los que admiras
ResponderEliminarUn poco de precisión conceptual, Abelardo, que no cuesta nada. Hay cosas que la gente que admiro que detesto y cosas en la gente que detesto que admiro. ¿Tan difícil es de entender eso? ¡Pues no hay cosas que detesto en mi admirado Ruano (o en Aquilino Duque sin ir más lejos)! Y cosas que aprecio, sus artículos viajeros por ejemplo, en quienes aprecio poco como poetas (caso de César Antonio Molina).
ResponderEliminar¿Cómo que no cuesta nada? Contigo cuesta muchísimo, porque no te equivocas ni estando dormido. Admiración y rechazo e incluso odio no son (o no son solo) “ingredientes en” o “ingredientes de”. No creo que tu pudieras, razonablemente, decir que te encanta que el turrón de Jijona lleve almendra pero que detestas que lleve miel. Además, contigo nunca está del todo claro cuándo hablas del autor y cuándo de la obra o cuándo hablas de los demás y cuando de ti mismo. En cualquier caso, me reconozco que resultas admirable.
ResponderEliminarY también detestable con frecuencia, Abelardo, ¿para qué negarlo? Yo creo que la única persona que conozco que no me ha detestado en algún momento, soy yo mismo.
ResponderEliminarDisculpe Abelardo y JLGM, vuelvo a Joyce y José José te recomiendo la lectura de "Paris era una fiesta", de Hemingway.
ResponderEliminarNos retrata a un Joyce exiliado, escaso de dinero, pero literariamente muy reconocido.
Fue Ezra Pound, creo, quien lo público en francés.
Pero hasta entonces pasaba como clandestino
Víctor Menéndez, en cuestión de fechas y de datos no discutas con Jose, te da cien vueltas, no se le escapa una.
ResponderEliminarA Abelardo Linares
ResponderEliminarHay que ser muy masoquista para discutir con JLGM. Yo no sé si existe algún escritor con más mala fe que él. Yo no conozco a ninguno (ni en España ni en Francia - otro país cuyo mundillo literario conozco bien). Y lo peor del caso es que presume de ello. La gran pregunta que suscita su actitud es: ¿por qué necesita de manera tan visceral tener la razón en todo, a pesar de que ello le acarree problemas y enemistades, y no sirva para nada, puesto que no logra nunca convencer a quienes discuten con él - todos prefieren abandonar la partida a seguir la sesión de tortura?
Baltasar, José Luis es un gran polemista pero es encantador.
ResponderEliminarAdriana