Egipcíaco
Martín López-Vega
Visor. Madrid, 2021.
No es Martín López-Vega un poeta obsesionado por la
perfección formal. Sus poemas entremezclan confesionalismo y divagación,
localismo y cosmopolitismo, aciertos expresivos y desconchados. “Otro ensayo
sobre el día logrado” se titula el primero de Egipciaco y a un peculiar
ensayismo basado en el “pensamiento asociativo” (la expresión es suya) y a la
narración se aproximan los textos de mayor extensión. No en vano los textos
inspirados en textos ajenos –de Yehuda Amijai, Cavafis, Gemma Gorga--, nunca
parten de poemas, sino de relatos o prosas breves
Más convencionalmente poéticos
resultan los poemas breves: el anafórico “Si quisieras”, con algo de Bécquer y
el neorromanticismo del primer Neruda, o la enumeración caótica de “Rú yì”: “La
hierba que crece en los tejados. / El jade de un viejo poema. / El olor de la
tinta en Fuzhou. / La estela de los mil budas. / Los primeros brotes de té de la temporada. / El
sudor en tu espalda. / El jardín donde no pudimos entrar”.
Los dos
poemas más confesionales del libro, los
más “mi corazón al desnudo”, para decirlo con un título de Baudelaire, son “Los
gatos de Niembru o bien Visita de la hija inexistente” y “Los recogedores de
ocle o bien Carta al padre”. Ambos están llenos de pequeños detalles casi
costumbristas (el segundo es en parte un apunte pictórico) y representan las
dos caras del contradictorio personaje que protagoniza estos poemas (y que
tanto se parece al autor). “Qué diferente hubiera sido su vida / si hubiera
tenido otro carácter”, dice hablando de sí mismo en tercera persona. Y
continúa: “Capacidad no le faltaba, / lo supieron siempre sus maestros. / Y
todo le gustaba, no fue esa la razón: / la música, las lenguas, / el cielo, las
matemáticas…”
¿La verdad
humana pesa más que la verdad poética en Egipciaca? A ratos estamos
tentados a pensar que sí. Cerramos el libro y lo que recordamos es la
emocionante anécdota de “Un episodio personal”, en que la abuela analfabeta le
abre al niño la puerta de la literatura, o algunos de los pasajes más heridores
de la “Carta al padre”
Hay
patetismo, pero también humor, en Egipciaco, y un ejemplo puede ser
“Recital en el manicomio”, otro de los poemas que se ciñen a una anécdota sin
incurrir en la divagación. Humor no siempre de trazo fino, ocurrencias
conversacionales a veces, como hablar de “el imbécil de Tintín” en
“Orientalismo”, o, tras contar a su manera el Genesis, concluir que
“para ser un libro tan famoso, la Biblia / está llena de incoherencias
narrativas”). Mayor ingenio, y ternura, hay en “Mi abuela: Poesía completa”.
“Tema de
redacción” se titula uno de los poemas y eso parecen algunos de los textos, con
resultado desigual. El poema se inicia con una estampa escolar, sigue con
divagaciones sobre la felicidad (que es el tema de redacción) e incluye lo que
podría haber sido otro poema, una serie de enumeraciones sobre lo que es bueno
y lo que es malo, lo que es pesado y lo que es leve: “Buena es la libertad. La
mermelada de higo. Roma. / La ausencia de dolor. La ropa que huele a limpio. /
Encontrar un amigo. No perder un tren. / Los dos primeros meses de un amor”.
Entre lo malo se encuentran “los poemas poéticos”.
No es “Tema
de redacción” el único poema que parece hecho de retazos que luego se juntan un
tanto arbitrariamente. De “Un museo” se pueden desgajar los versos dedicados al
Palacio de Verano de Pekin (versos, por cierto, que podrían formar parte de un
“poema poético” de esos que el autor dice rechaza): “la canción del viento
cantada a coro / por el bambú, el loto y el sauce; / un anciano que vuela una
cometa, / una anciana que escribe en el suelo / de memoria, con un pincel
mojado en agua, / un poema de Li Bai; / las libélulas dejando sus huellas en el
canal; / la voz de una mujer que dicta / instrucciones en caso de incendio /
(pensó que era un poema, pero el poema / va siempre en busca de un incendio); /
flores de loto hasta donde alcanza la vista / junto al puente de Liu Qiao”.
Hay en el
Martín López-Vega de Egipciaco, junto al poeta cosmopolita y al que
vuelve una y otra vez a los lugares de la infancia, a los que estamos
acostumbrados, una cierta retórica de los buenos sentimientos que lo aproxima
al redactor de discursos y textos oficiales: convencional es el poema dedicado
a Manuel de Falla (“Qué español no lleva siempre un reloj de más / para marcar
la hora del exilio de la memoria o del futuro) y escasamente afortunado el
elogio fúnebre de “Julián”, con su prosaísmo (ese “pues” repetido tres veces,
por citar solo un ejemplo) y su esforzado silogismo encomiástico.
Pero por muchos reparos que le pongamos a este libro, por muchos descosidos que encontremos, no dejamos de reconocer su intensidad, su verdad, su inconformismo consigo mismo y con lo que sus contemporáneos españoles suelen entender por poesía. “Escribe poemas para iluminar zonas a oscuras”, leemos en el poema final, irónicamente titulado “Epílogo a la vida y hechos de San Martín Egipcíaco”. No siempre lo consigue, pero cuando sí, nos hace olvidar cualquier tropiezo.
A López-Vega, que conozco un poco pues yo ya me iba cuando él llegaba, le falta pulir un poco los contenidos de su poesía.
ResponderEliminarPule la forma, es bastante técnico aunque no se obsesione (mejor). Pero su poesía, y es una impresión, pues ni la leí entera ni sistemáticamente, es una moneda de dos caras:intimismo(recuerdos de la infancia, viejas rencillas y rencores...) y cosmopolitismo, creemos que un tanto forzado para contrarrestar.
No me gusta dar consejos, ni me entusiasma la crítica, pero debería intentar sintetizar o destilar esa dicotomía. Conseguiríamos un licor más universal, cercano y dulce, como los cubalibres.
Víctor Menéndez.
El poeta está desdestilizado,
ResponderEliminar¿quién lo destilizará?
El destilador que lo destilirice
buen destilador será.
Probad a decirlo rápido.
Trabajo para la destilería Oliver.
Víctor
Perdón, que lo destile. Es fácil equivocarse
ResponderEliminarDestilizar sería una palabra compuesta de "destilar" y "estilizar". Viene al caso.
ResponderEliminarSe nota que estoy ocioso esta mañana, ¿a qué sí? A ver si me espabilo.
Víctor.
En Travesías, editorial Renacimiento, hay un buen puñado de poemas. No lo olvidéis
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