viernes, 17 de junio de 2022

La verdad y otras dudas

 

 Verbigracia
Enrique García-Máiquez
La Veleta. Granada, 2022.

Reúne el poeta Enrique García-Máiquez en Verbigracia los seis libros que lleva publicados, desde Haz de luz (1997) hasta el reciente apareció este mismo año, Inclinación de mi estrella. En el prólogo, afirma que le ha sorprendido la coherencia del conjunto y que, en realidad, forman un único libro. Y tiene razón: puede ir ganando en virtuosismo técnico y en sentido del humor, pero ya todo él estaba en sus primeros poemas.

            García-Máiquez es un poeta sin adjetivos, uno de los grandes poetas de las últimas generaciones, y es también un poeta confesional. Escribe para todos y escribe a veces solo para los feligreses. Varios de sus poemas disuenan en el conjunto, aunque a él le parezcan tan naturales —tan poco sectarios— como los otros. Voy a limitarme a comentar uno de ellos, “Manual de uso para la Resurrección”. Comienza en ese tono conversacional, tan típicamente suyo: “Un segundo después de que estires la pata / darás un salto. / ¡Lo sabías: / la vida eterna / entera / y sin estrenar!”. Y continúa: “Pero cuidado antes de volverte a los vivos / para sacar la lengua a los ateos / porque era verdad aquello que avisaste / y que no te escuchaban”. No hace falta que el poeta se pida a sí mismo que no se burle de los vivos no creyentes en el momento de resucitar. Nadie se burla ni deja de burlarse después de muerto, por mucho que —según García-Máiquez insiste— la resurrección sea inmediata. Estas incoherencias catequísticas harán para algunos lectores desmerecer el volumen. También alguna nadería —“Orstodoxia”— que podría haber quedado fuera. O cuando se enreda con la argumentación, como en el confuso “Don Juan” o en los sofísticos “A un irritado”, “Sex”.

            Pero cuánta maestría en este libro y cuantos verdaderos poemas, de esos que son de todos y de nadie, y que son para siempre. Enrique García-Máiquez hace lo que quiere con el verso, la métrica clásica no tiene secretos para él y juega a enredarla con humor, a quitarle apolillado empaque. Es un maestro del soneto. Entre varias piezas maestras —“Ética a Nico”,  “Empujones”, la traducción del soneto 29 de Shakespeare—, nos ofrece su versión del más famosos de los “sonetos sonetiles”, el que escribió Lope de Vega. El último terceto explicita que un poema es otra cosa que un hábil ejercicio: “Porque un poema es pálpito en el pecho. / Ni guiño a la afición ni flor formal. / Cuento —sí, son catorce— y no está hecho”.

            Pero el poema podrá ser “pálpito en el pecho”, autobiografismo, confesionalismo —y eso son muchos de los poemas de García-Máiquez—, pero sin el artificio retórico que los sostiene no serían nada, o no tendrían más que un interés personal.

            García-Máiquez es un poeta ingenioso que gusta de sorprender a los lectores con un guiño y a los estudiosos con continuas referencias a la tradición literaria. En “Poema de otro día” recrea el “Poema de un día”, de Antonio Machado: “Heme aquí al fin, profesor / de Orientación, / y es extraño / que haya pasado en un año / de perdido a orientador”. Se lo dedica a uno de sus más cercanos maestros, Miguel d’Ors. Tiene otros, a los que agradecido homenajea en sucesivos textos, como Wislawa Szymborska, Mario Quintana —a quien ha ejemplarmente traducido— o Eloy Sánchez Rosillo.

            Pocos poetas han escrito tantos autorretratos, han jugado a mostrarse de todas las maneras, casi siempre con un tono de autoironía. Es consciente —lo afirma en un poema— de que su riesgo puede estar en un exceso “de transparencia y autobiografismo”. Pero sabe también que “No hay cuidado” (así se titula el poema): “Mi secreto / al contarlo / da paso a otro secreto / y a otro secreto cada vez mas hondo. / Siempre queda algo —no sé qué— que no se alcanza. / Es eso lo que soy”.

            Alterna García-Máiquez los haikus, tan de moda, con las seguidillas y las soleares, sin incurrir en vacuos exotismos ni en folklorismos. Un ejemplo de los primeros: “Un petirrojo. / Un fuego pequeñito / para el invierno”. Otro ejemplo, “Albada”, de las seguidillas: “Nos vemos mucho más / desde que has muerto: / te veo cada noche / cruzar mis sueños. / La madrugada / —que es de cristal y alondra— / nos desampara”.

            Se define García-Máiquez como un poeta “con más certezas que cervezas” y no duda en homenajear a Aquilino Duque, “hereje democrático”, “para, muy chulo y facha, epatar a los progres, / pasar de la censura y posar de maldito”. Pero por detrás, o al margen, de sus certezas dogmáticas, de sus deseos de epatar, hay en él un poeta que sabe expresar como pocos el misterio y el asombro de vivir.

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