Donde viven las
almas
Andanzas de la
memoria
Ana María Martínez Sagi
Edición y prólogo de
Juan Manuel de Prada
Fundación Banco de
Santander. Madrid, 2022.
Pocos casos hay en la historia de la literatura de una
obsesión semejante a la que Juan Manuel de Prada sintió, y siente, por Ana
María Martínez Sagi. La descubrió en una época, en que, tras la estela de Las
máscaras del héroe, estaba interesado en los escritores menores, raros y
olvidados, “desgarrados y excéntricos”, como él los llamó en el título del
volumen que recogía sus semblanzas. Por algunos de ellos, como Armando
Buscarini, el interés duró un tiempo y le llevó a rescatar y publicar parte de
su obra, pero no tanto como por Ana María Martínez Sagi, a quien llegó a
conocer poco antes de su fallecimiento, en 2000.
Nacida en
1907, Martínez Sagi fue una de las poetas que alcanzaron cierto renombre antes
de la guerra civil, aunque en su caso debido a razones extraliterarias: fue una
exitosa deportista, algo entonces bastante inusual. Juan Manuel de Prada se
enteró de su existencia en una vieja entrevista de César González-Ruano,
recogida en el libro Caras, caretas y carotas. Parecía que la dedicación
de Prada a Martínez Sagi iba a concluir con su ciclópea tesis doctoral,
publicada recientemente en dos nutridos volúmenes. Pero no. Unos meses después
Prada da a conocer dos obras inéditas de la escritora, Donde viven las almas
y Andanzas de la memoria.
Media vida ha
dedicado Juan Manuel de Prada a rescatar la memoria de Martínez Sagi. ¿Valía la
pena esa dedicación? No todos los escritores olvidados están injustamente
olvidados, tampoco las escritoras. Martínez Sagi, de apasionante peripecia
vital, es una escritora menor. Menor, pero no enteramente desdeñable.
Donde
viven las almas entremezcla el verso con la prosa poética. Escrito en los
años treinta, podría ponerse en relación con Los placeres prohibidos de
Cernuda. Ambos cantan amores que hasta entonces no se atrevían a decir su
nombre. Pero Cernuda se apropia de las nuevas audacias surrealistas, mientras
que Sagi muestra su apego a las delicuescencias modernistas.
Juan Manuel
de Prada ha decidido no publicar este libro en su integridad, sin indicar las
razones. El original se lo entregó la autora con el ruego de que no lo diera a al imprenta
hasta veinte años después de su muerte. Para otra ocasión deja, según nos
indica en nota, “el estudio crítico que este texto demanda”. Pero lo primero
que demanda un texto inédito de un autor que valoramos es su publicación
íntegra. Juan Manuel de Prada, como editor literario, tiene ideas un tanto
peculiares. Cree que una edición crítica es aquella donde se comparan, “a
través de un estudio filológico riguroso”, la redacción original de la obra y
las correcciones que el autor introdujo posteriormente, correcciones, en el
caso de Martínez Sagi “no exclusivamente estilísticas”. También parece pensar
que una edición es tanto más científica y rigurosa cuanto más notas tenga. Y
así él salpica la suya de aclaraciones que, en la mayor parte de los casos,
están al alcance de cualquiera en la Wikipedia. Una fuente de información, por
cierto, que el propio Prada no desdeña usar y parafrasear. A propósito de la
muerte del marqués de Monaldeschi, escribe: “Tal ejecución fue muy criticada
por toda la nobleza europea, pues Cristina, desde su abdicación, ya no tenia
autoridad para ordenar la muerte de sus vasallos”. En la enciclopedia en línea,
leemos: “La ejecución fue muy criticada por la nobleza europea en general,
argumentado que Cristina, desde su abdicación, ya no tenía autoridad para
ordenar ejecuciones.”
Salvo que se trate de una edición
escolar, las notas informativas de lo que antes se llamaba cultura general
sobran, como la aclaración de palabras que el autor puede encontrar en el
diccionario. Prada cree necesario indicarnos que el hotel George V es un
“lujoso hotel, próximo a los Campos Elíseos” o que “el río Moldava, el más
largo de la República Checa, que nace en la selva de Bohemia, pasa por Praga y
se une con el Elba en Melnik”. Toda nota que no sea imprescindible distrae y
estorba, es como una aclaración no pedida que interrumpe la lectura de la obra
literaria. Y la función de un editor no es la de coleccionar y comparar variantes
—eso queda para el estudioso—, sino la de ofrecer un texto lo más cercano
posible a la intención última del autor. Solo si ese original se ha perdido,
como en tantas obras medievales, tiene sentido comparar las diversas copias
conservadas para tratar de reconstruirlo. No es el caso de los textos inéditos
que Martínez Sagi le entregó a Prada.
Andanzas de la memoria es de
escritura posterior y es de muy diversa intención y estilo. En este caso, sorprende
la petición de editarla veinte años después de su muerte, puesto que ya la
autora intentó editarla en vida. Juan Manuel de Prada reproduce el informe de
lectura de una editorial, dirigida por Josep María Castellet, bastante atinado
al señalar aciertos y errores. Los primeros capítulos, dedicados a evocar
episodios de infancia y de primera juventud, escritos con sentido del humor, se
leen con gusto; los siguientes —viajes por Europa, recuerdos de su etapa de
profesora en Suecia y Estados Unidos— son más convencionales y en algún caso
bastante prescindibles.
Juan Manuel de Prada está muy atento
a subrayar los errores de Martínez Sagi —llama “cochinilla” a la “mariquita”,
por ejemplo— y sus intencionados olvidos. Pero aunque se titule Andanzas de
la memoria no se trata de unas memorias propiamente dichas, sino recreación
o invención del algunos episodios ambientados en distintas etapas de su vida.
Pedirles rigor documental a estos ejercicios de autoficción no parece muy
adecuado.
Prada ve en Donde viven las almas
el reflejo de la relación de Martínez Sagi primero con Elisabeth Mulder y
luego con Elsy Longoni. Se deja llevar por la falacia biográfica. Donde
viven las almas es una obra literaria, un libro de amor, no la historia de
ninguna relación concreta. Si de la “amistad amorosa” entre Elisabeth Mulder y
Ana María Martínez Sagi “apenas sabemos nada”, lo mejor es no fantasear y
comentar los poemas en verso y prosa del libro como lo que son, poemas, mejores
o peores, y no como confidencias que nos permiten asomarnos un tanto
morbosamente a la intimidad de la autora.
Todo se lo debe Ana María Martínez
Sagi a Juan Manuel de Prada. Sin su obsesión por ella, ni siquiera sería un
nombre en un índice. Él la ha convertido en personaje, pero los intentos de
rescatar su obra no confirman que esa obra merezca demasiada atención por sí
misma.
What a pity you don't read or comment in English
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