Días sin escuela
Francisco Umbral
Instituto Leonés de
Cultura. León, 2023.
En 1965, el mismo año en que publicó sus tres primeros
libros, Francisco Umbral ganó el premio de novela corta convocado con motivo
del Día de las Comarcas Leonesas, uno
de los innumerables premios menores que obtuvo en sus primeros años. La obra
galardonada se publicó en el número 6 de la revista Tierras de León, correspondiente
a octubre de 1965. Allí quedó olvidada hasta que ahora se reedita con
ilustraciones de Avelino Fierro (que no desmerecen junto a las originales de
Llamas Gil) y un preciso epílogo de Emilio Gancedo.
Días sin escuela es una obra
menor, ciertamente, pero está llena de encanto y ha envejecido menos que tantos
otros títulos de la etapa final de un prolífico autor que acabó convertido en
caricatura de sí mismo.
Cuando se reeditó Balada de
gamberros, uno de sus libros de 1965, lo calificó, a la manera
juanramoniana, de “borrador silvestre” de todo lo que había de ser su
literatura de infancia y adolescencia: Memorias de un niño de derechas, Los
males sagrados, Las ninfas, Los helechos arborescentes. “Y lo que salga”,
añadía irónico y profético en ese 1980, sabiendo que era un venero al que
volvería una y otra vez.
También borrador silvestre, o no tan
borrador ni tan silvestre, de ese ciclo es Días sin escuela, memoria de
una infancia leonesa vivida solo en la imaginación, una imaginación que cada
vez iría desplazando más y más a la memoria —o enriqueciéndola— en sus libros
autobiográficos (mitográficos diría Anna Caballé): “Mis autobiografías van
siendo cada vez más inventadas, más fantásticas, y por lo tanto más reales. Más
que información sobre mi vida, prefiero dar ya la imaginación de mi vida. Un
hombre es su imaginación. Lo que imagina y, sobre todo, cómo se imagina a sí
mismo”.
Francisco Umbral, Francisco Pérez
Martínez, fue maestro en el arte de inventarse, comenzando por el nombre y la
fecha de nacimiento (1932 y no 1935, como figura todavía en muchos lugares).
Nunca contó la verdad sobre su nacimiento. Se hizo escritor colaborando
activamente en las revistas del franquismo —de Poesía española a Mundo
hispánico, pasando por Punta Europa— y luego, con la llegada de la
democracia, borró inteligentemente todo ese pasado y se presentó con éxito como
un resistente en lucha continua con la censura. Y algún encontronazo tuvo con
la censura su primera novela, Balada de gamberros, pero los motivos no
eran políticos, como tampoco en el caso de su modelo en el arte de la
autopromoción, Camilo José Cela, sino morales. El informe del censor
desaconsejó su publicación por un lenguaje a ratos “francamente soez”.
Nada hay de lenguaje soez en Días
sin escuela, destinada a un premio oficial y provincial y no a publicarse
en una editorial independiente, como la Alfaguara de Cela.. En la crónica de la
entrega del premio, publicada en el mismo número de Tierras de León que
la novela, aparece un Francisco Umbral repeinado y encorbatado recibiendo el
galardón que le entrega la reina de las fiestas rodeada de sus damas, todas en
traje regional.
En León había iniciado Francisco
Umbral su fulgurante carrera periodística entre 1958 y 1961. Allí tuvo sus
primeros éxitos —desde la emisora y el periódico del Movimiento, en el club
cultural de la Sección Femenina— y sus primeros escándalos, uno de los cuáles
aprovechó para cortar amarras —León se le había quedado pequeño— y partir a la conquista de Madrid, cuyos
difíciles comienzos rememoraría en uno de sus más atractivos libros, La
noche que llegué al café Gijón.
Los días leoneses que nos cuenta en Días
sin escuela no son estrictamente autobiográficos, o sí lo son, porque su
versión del mito de la infancia trasciende cualquier escenario.
En el terreno del mito nos sitúa la
primera frase: “Lo que deseo decir es que yo tenía una espada de madera y quizá
aquella fue la última espada del Reino de León”. La espada y el yelmo dorado,
atributos del héroe, no aparecerán hasta bastantes páginas después. Memoria y
costumbrismo se entremezclan en un texto que abunda en las reiteraciones y las
anáforas características del poema en prosa. Comienza con la llegada a la
ciudad: “De madrugada, la luna anda saltando de rama en rama, como una lechuza
blanca, a medida que el tren avanza, da vueltas y revueltas, y en cuanto uno
sale de la estación, ya serán los pájaros, si es verano, en todos los árboles,
haciendo una fiesta en cada copa verde”.
“Hablo de la posguerra” nos dice el
narrador que evoca sus días de infancia. No acentúa, sin embargo, la sordidez y
el tenebrismo. Lo que le interesa contar es el eterno combate de la casa y la
calle: “La casa retiene al niño con dedos maternales, con dulces y tediosos
abrazos, pero la calle tira de él, lo hace suyo, le toma y le deja, lo
endurece”.
Como con Cela, con Umbral la
posteridad, no está siendo demasiado benévola. Cuando desaparece un escritor
que parece llenarlo todo con su presencia continua y sus estridencias, lo
primero que sienten los lectores es una sensación de alivio. La escritura de
Umbral, la que le dio más fama, la de las negritas y el halago y el denuesto
que no se detenían ante el servilismo o la calumnia, según conviniera, está muy
ligada a una época. Y el personaje —léase su biografía, El frío de una vida,
escrita por Anna Caballé— tiene mucho de impresentable figurón de otro
tiempo. Pero era un escritor que supo darle un temblor distinto a la lengua, que
mezclaba intuición poética y sorpresa verbal, lo popular y lo culto, como pocos
antes o después que él, aunque a menudo —muy a menudo a partir de los años
ochenta— malbaratara su talento, puesto al servicio del capricho y del mejor
postor.
Estos breves Días sin escuela pueden
servir para que comencemos a reconciliarnos con quien, quizá a pesar de sí
mismo, escribió algunas de las páginas más conmovedoramente perdurables de la
literatura española.
«... Pero era un escritor que supo darle un temblor distinto a la lengua, que mezclaba intuición poética y sorpresa verbal, lo popular y lo culto, como pocos antes o después que él...». Me quedo con eso. Nada más, y nada menos.
ResponderEliminarUmbral pasará a la posteridad por haber escrito uno de los libros más bellos del siglo XX: "Mortal y rosa" (como Alejandro Lérida será recordado durante siglos por sus imperecederos versos "Está lloviendo. Es lunes./Pero da gusto ver salir su pelo del zaguán/—olor rojo Ferrari—, y sus durísimas/ piernas o anacondas" de su poema inmortal "Los días putas").
ResponderEliminarGracias por la publicidad, Pablo. Eres encantador, de veras. Así, infinitamente y sin descanso. Un beso, cómo no, también imperecedero.
EliminarRipios van.
ResponderEliminarripios vienen.
el que gana
siempre pierde.
Alejandro
sus frutales
y don Pablo
anacondas,
don Víctor
en su onda,
y Martín
asombrado.
Mas contento
está Umbral,
sin escuela
no hay hogar.
Y ahora aquí
se acaba el ripio.
Perdón, Martín,
por el suplicio.
Totalmente de acuerdo. A pesar de sí mismo, un escritor con voz propia
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