La belleza del
caminar
Avelino Fierro
Eolas Ediciones.
León, 2023.
Calificar a Avelino Fierro de escritor singular no deja de
ser una tautología, puesto que de alguna manera todos los que valen la pena lo son.
Habría que precisar en qué consiste su singularidad. Nacido en 1956, fiscal en
la audiencia de León, cuando publica su primer libro tiene ya cerca de sesenta
años. Pero fue lector omnívoro desde siempre, amigo de escritores, aficionado a
escribir largas cartas hablando de sus lecturas y de sus viajes y también a
ilustrar con sugerentes viñetas los libros que leía. Esas cartas —a menudo colectivas y
fotocopiadas— dieron lugar a un peculiar diario, lleno de citas, de
anécdotas privadas y de divagaciones líricas, que primero se publica
semanalmente en un medio digital y luego va siendo reunido en diversos
volúmenes; el inicial, Una habitación en Europa, apareció en 2014 y el más reciente, Días
sin rostro, este mismo año.
Avelino
Fierro ha creado un género personal —con
mucho de autores como Álvaro Cunqueiro (aunque sin gusto por lo fantástico) y,
sobre todo, de Josep Pla—
que vuelve reconocible e inconfundible todo lo que escribe.
La belleza del caminar es un libro de
encargo. Forma parte de una colección, ideada y dirigida por Gustavo Martín
Garzo, dedicada a un tópico al que parece haber vuelto la espalda buena parte
del arte y la literatura contemporáneos: la belleza. Y que no duda en ocuparse
de la belleza no solo allí donde la esperaríamos —la infancia, los jardines—, sino también en otros temas
menos convencionales: los muertos, los locos. Ya ha publicado algunas obras
memorables, como La belleza de lo pequeño, de Tomás Sánchez Santiago.
A Avelino Fierro, viajero y
paseante, le toca enfrentarse a un tema que se ha puesto últimamente de moda. Y
lo hace a su manera, recopilando toda la bibliografía que encuentra, citándola
y glosándola, dando vueltas y más vueltas, incansable andarín de su propia órbita.
Incluso sus
dudas sobre el libro forman parte del libro. A un amigo le habla de este compromiso
editorial, le dice que no sabe “por dónde tirar, qué camino elegir”. El amigo
le aconseja, muy sabiamente, que se deje de citas, que hable de la belleza del
caminar sin muletas ajenas, compendiando toda la experiencia que ya ha dejado
reflejada en sus diarios.
Pero
Avelino Fierro no sigue tan sabio consejo, no puede dejar de citar a unos y a
otros, también a sí mismo, y nos ofrece un libro descosido y desigual, como los
del último Baroja, pero lleno de encanto. A veces —también le ocurría a Baroja—, se aproxima al poema en
prosa. Lo son muchas de las descripciones paisajísticas incluidas en “Paseos de
otro tiempo” o el fragmento que cierra el volumen: “Un día cualquiera. Paseo.
Miro al cielo. En el límpido azul sin nubes han aparecido las nítidas estelas
de dos aviones. Ha pasado un buen rato y siguen sin desvanecerse. Una pandilla
de arcángeles exiliados de un lado, y de otro músicos y escritores están jugando
a tirar de ellas como si fueran sogas, a tensarlas bien fuerte, como queriendo
enderezar los renglones torcidos de la Creación, los desvaríos del mundo de
hoy”.
A esos desvaríos, que para él
derivan sobre todo de las nuevas tecnologías, alude acá y allá, como en el
resto de sus obras, pero afortunadamente no insiste demasiado en ellos. Prefiere
divagar sobre lo que debería hacer y no hace, amontonar libros sobre su mesa de
trabajo, describirnos los dibujos que ha trazado en las páginas en blanco de esos
libros. Incluso incluye un guion que ha preparado y al que no es capaz de
atenerse: “Primeros pasos, Caminantes (Thoreau, Rousseau, Rulfo, Werner
Herzog…), Paseantes (Kant, Cioran), Ciudades (Nueva York, París, Lisboa,
Cracovia…), Haciendo camino (Machado, Dante, Jorge Manrique), Noche, Literatura
(Walter Benjamin), Bosque y Montañas, Descanso-Serenidad (Xavier de Maistre,
Huysmans)”.
Algo de “un soneto me manda hacer
Violante” tiene La belleza del caminar que insiste en el encargo del
editor, que recoge sus dudas sobre si será capaz de llevarlo a cabo, como si
fuera el diario de la realización del libro —a la manera de los que escribieron
André Gide sobre Los monederos falsos y Thomas Mann sobre Doctor
Faustus— más que el libro mismo: “ Quizá sería conveniente detenerse aquí y
ahora. Y hacer una llamada al editor. Son las siete y cuarto de la mañana del
uno de diciembre de 2022. No ha amanecido. Esperar un par de horas y tratar de
localizarlo, a él o a Gustavo Martín Garzo, que dirige esta colección. Y
pedirles una prórroga para mi trabajo, o quizá sacarlo de esta serie de
libritos sobre la belleza para darle otro enfoque, otra dimensión. Y editar un
mamotreto gordote y plúmbeo, la metáfora de esta escritura que es cada vez más
una ascensión a la montaña, cansina, sofocante para todos, un Sísifo que
escribe y escribe y no llega nunca a la cima, al final de su trayecto”.
Aunque este libro invertebrado —marca
de la casa— no es “gordote” ni plúmbeo, sí resulta a veces fatigoso, y por eso
conviene no leerlo de un tirón, sino abrirlo por cualquier parte, acompañar al
autor un trecho del camino y luego abandonarle durante un tiempo —quizá
acompañando a uno de los autores que él mismo nos descubre— antes de volver a
seguir sus paseos por las calles de León, por los rincones de la vieja Europa,
por las mil y una noches de la literatura.
No conocía esta editorial. Gracias por la información sobre "La belleza de lo pequeño" de Tomás Sánchez Santiago. Ya lo he pedido a mi librería.
ResponderEliminarEl libro de Tomás es delicioso, debería ser obligatorio escribir a mano muchos de sus apartados. Reproducir a mano un escrito, con la debida parsimonia, es la mejor manera de leer.
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