martes, 19 de marzo de 2024

Baile y revolución

 

Janet Riesenfeld
Bailarina en Madrid
Edición de Amparo Martínez Herranz
Traducción de Aurora Rice.
Espuela de Plata / Prensas de la Universidad de Zaragoza. Sevilla, 2024.

Con un “Prólogo de obligada lectura” –así se titula-- comienza Janet Riesenfeld su libro Bailarina en Madrid, publicado en 1938 y ahora por primera vez reeditado y traducido al español. Preceden a ese prólogo tres ensayos de Julián Casanova, Agustín Sánchez Vidal y Amparo Martínez Herranz que a pesar de su interés constituyen, como las palabras preliminares de la autora, otros tantos escollos antes de adentrarnos en una historia verdadera que no ha perdido nada de la gracia ni de la frescura con que fue escrita. Conviene empezar a leer por la página 77, con el relato de cómo pierde, por pocos minutos, el último tren de París para Madrid. Es la mañana del 19 de julio de 1936. Comienza así su odisea para llegar a la capital de España, donde está contratada por una compañía de baile flamenco y la espera su prometido.

            Janet Riesenfeld tenía veintidós años cuando empieza su aventura española. Nacida en Nueva York, hija de una ilustre familia de músicos, a esa edad ya había tenido tiempo de viajar por Europa, aprender cuatro idiomas, ejercitarse en el baile, enamorarse apasionadamente de un joven español que había ido a Hollywood a probar fortuna en el cine, de olvidarse de él, de casarse con otro, de reencontrarlo en México y volverse a enamorar, de iniciar los trámites de divorcio. La razón de su viaje a España en ese año que pronto pasaría a la historia es doble: por un lado, ha sido contratada por Miguel Albaicín para bailar en su compañía; por otro, pretende casarse con su primer amor, Jaime Castanys, que ahora, abandonadas las ambiciones como actor, se ha convertido en empresario.

            El tren la deja en Hendaya y allí fallan todos sus intentos de cruzar la frontera, aunque en uno de ellos logra pisar tierra española en Vera del Bidasoa: “Para llegar había que subir una montaña, en cuya cima se encontraba el primer puesto fronterizo de la zona. Aquí, en la mismísima cumbre, había una taberna con un balcón desde donde se contemplaba la belleza sombría y primitiva de los valles vascos”. Los aburridos guardias, que estaban allí como olvidados del mundo, los permitieron pasar, pero en Vera la recepción fue muy distinta: “Dos guardias jugueteando con sus pistolas nos dejaron bien clarito que teníamos que marcharnos y deprisa”. Al volver a la taberna fronteriza, comprueban que no son los únicos que abandonan España: “Mientras bebíamos sidra helada, nos sorprendió el sonido de un coche que subía la cuesta a toda velocidad. Debía de ser conocido o esperado, porque en seguida salieron todos a ponerse junto a la carretera, puño en alto, gritando emocionados”. Se trataba de Pío Baroja, a quien la autora define como “el gran autor radical español”.

            Bailarina en Madrid pretende ser un alegato en favor de la República, que todavía no había sido derrotada cuando el libro se publica, pero eso es lo que menos importa al lector actual. Resulta fácil encontrar algunas ingenuidades en la descripción de la situación política de entonces. Al llegar a Barcelona, le pregunta a uno de los jóvenes que la han traído desde Portbou si no querría quedarse unos días para conocer la ciudad. Dijo que no, que llevaba dos meses casado y quería regresar pronto. “¿Su mujer es española?”, “Oh, no, señorita. Prefiero casarme con una de cualquier nacionalidad antes que española”, “¿Pues qué nacionalidad tiene?”, “Es catalana”. Pero la guerra, según la joven bailarina, había acabado con esas diferencias y todos los pueblos de España habían olvidado sus diferencias para luchar contra el fascismo, del mismo modo que todos los partidos demócratas –de la FAI al Partido Socialista-- “unieron sus manos en un objetivo común y un frente único”. 

            Al simplismo del análisis político, se contrapone la fidelidad con que nos refleja el ambiente de los primeros meses de la guerra, primero en Barcelona, luego en Madrid, que por un tiempo sigue siendo “la ciudad alegre y confiada”, para decirlo con el título de Benavente. Son los días en que la revolución, con su caótica mezcla de heroísmo y barbarie, se adueña de las calles, cuando incluso los republicanos moderados sienten que sus vidas están en peligro y abandonan el país. Janet, que para entrar en España ha tenido que hacerse pasar por corresponsal de guerra, tarda en percatarse del riesgo. Sus amigos son destacados militantes republicanos mientras que su novio, aunque ella tarda en enterarse, es un activo integrante de la quinta columna. Y la familia de Miguel Albaicín, cuya madre es famosa por haber sido modelo de Zuloaga y aparecer en los billetes, la adopta como una más. Su fascinación por el mundo gitano es semejante a la de los viajeros románticos.

            Terminado el relato, es el momento de completar la lectura con los ensayos preliminares. “Madrid 1936”, de Julián Casanova, sintetiza muy bien como fueron los primeros meses de la guerra en la capital de España, cuando las distintas milicias camparon sin control, los meses de los paseos y de los asesinatos de Paracuellos, pero también los de los bombardeos indiscriminados y el heroísmo revolucionario, que impidió a los sublevados tomar la ciudad a pesar de que contaban, dentro de ella, con buen número de simpatizantes, la llamada quinta columna. Agustín Sánchez Vidal, en “Locuras españolas”, nos habla de la fascinación por lo hispano que caracteriza a los Estados Unidos de principios de siglo XX y que explica tanto la fundación de la Hispanic Society como el que una adolescente neoyorquina se convirtiera en una bailarina flamenca. Amparo Martínez Herranz nos cuenta la continuación de la fascinante novela que fue la vida de Janet en los muchos años que le quedaban por vivir (nacida en 1914, no moriría hasta 1998). Trabajó en México como actriz y bailarina, pero su verdadero camino lo encontró como guionista de cine. Se casó con Luis Alcoriza, actor, guionista, director, y colaboró con Buñuel y García Márquez. Ella se dedicó a los trabajos más alimenticios mientras permitía brillar a su marido en producciones cinematográficas más arriesgadas. Lo común en las mujeres de su tiempo.

            Este libro la rescata como una figura excepcional, tan seductora para los lectores de hoy como lo fue en el Madrid todavía esperanzado de los primeros meses de la guerra civil.

1 comentario:

  1. La fascinación de algunos norteamericanos por España en aquellos tiempos proviene de Washington Irving, muy popular entonces. Creo yo.
    También Mark Twain nos tenía gran aprecio.
    La "morbosidad"(llamémoslo así) decadente de la generación del 98, incluido Pío Baroja, sobre la idea de España es la culpable de la distorsión de la leyenda negra, además claro de propagandistas británico y franceses.
    Leamos autores extranjeros para conocer España. Qué cosas.

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