Janet Riesenfeld
Bailarina en Madrid
Edición de Amparo Martínez Herranz
Traducción de Aurora Rice.
Espuela de Plata / Prensas de la
Universidad de Zaragoza. Sevilla, 2024.
Con un
“Prólogo de obligada lectura” –así se titula-- comienza Janet Riesenfeld su
libro Bailarina en Madrid, publicado en 1938 y ahora por primera vez reeditado
y traducido al español. Preceden a ese prólogo tres ensayos de Julián Casanova,
Agustín Sánchez Vidal y Amparo Martínez Herranz que a pesar de su interés
constituyen, como las palabras preliminares de la autora, otros tantos escollos
antes de adentrarnos en una historia verdadera que no ha perdido nada de la
gracia ni de la frescura con que fue escrita. Conviene empezar a leer por la
página 77, con el relato de cómo pierde, por pocos minutos, el último tren de
París para Madrid. Es la mañana del 19 de julio de 1936. Comienza así su odisea
para llegar a la capital de España, donde está contratada por una compañía de
baile flamenco y la espera su prometido.
Janet Riesenfeld tenía veintidós
años cuando empieza su aventura española. Nacida en Nueva York, hija de una
ilustre familia de músicos, a esa edad ya había tenido tiempo de viajar por
Europa, aprender cuatro idiomas, ejercitarse en el baile, enamorarse
apasionadamente de un joven español que había ido a Hollywood a probar fortuna
en el cine, de olvidarse de él, de casarse con otro, de reencontrarlo en México
y volverse a enamorar, de iniciar los trámites de divorcio. La razón de su
viaje a España en ese año que pronto pasaría a la historia es doble: por un
lado, ha sido contratada por Miguel Albaicín para bailar en su compañía; por
otro, pretende casarse con su primer amor, Jaime Castanys, que ahora,
abandonadas las ambiciones como actor, se ha convertido en empresario.
El tren la deja en Hendaya y allí
fallan todos sus intentos de cruzar la frontera, aunque en uno de ellos logra pisar
tierra española en Vera del Bidasoa: “Para llegar había que subir una montaña,
en cuya cima se encontraba el primer puesto fronterizo de la zona. Aquí, en la
mismísima cumbre, había una taberna con un balcón desde donde se contemplaba la
belleza sombría y primitiva de los valles vascos”. Los aburridos guardias, que
estaban allí como olvidados del mundo, los permitieron pasar, pero en Vera la
recepción fue muy distinta: “Dos guardias jugueteando con sus pistolas nos
dejaron bien clarito que teníamos que marcharnos y deprisa”. Al volver a la taberna
fronteriza, comprueban que no son los únicos que abandonan España: “Mientras
bebíamos sidra helada, nos sorprendió el sonido de un coche que subía la cuesta
a toda velocidad. Debía de ser conocido o esperado, porque en seguida salieron
todos a ponerse junto a la carretera, puño en alto, gritando emocionados”. Se
trataba de Pío Baroja, a quien la autora define como “el gran autor radical
español”.
Bailarina en Madrid pretende
ser un alegato en favor de la República, que todavía no había sido derrotada
cuando el libro se publica, pero eso es lo que menos importa al lector actual. Resulta
fácil encontrar algunas ingenuidades en la descripción de la situación política
de entonces. Al llegar a Barcelona, le pregunta a uno de los jóvenes que la han traído desde Portbou si no querría quedarse unos días para conocer la ciudad.
Dijo que no, que llevaba dos meses casado y quería regresar pronto. “¿Su mujer
es española?”, “Oh, no, señorita. Prefiero casarme con una de cualquier
nacionalidad antes que española”, “¿Pues qué nacionalidad tiene?”, “Es
catalana”. Pero la guerra, según la joven bailarina, había acabado con esas
diferencias y todos los pueblos de España habían olvidado sus diferencias para
luchar contra el fascismo, del mismo modo que todos los partidos demócratas –de
la FAI al Partido Socialista-- “unieron sus manos en un objetivo común y un
frente único”.
Al simplismo del análisis político,
se contrapone la fidelidad con que nos refleja el ambiente de los primeros
meses de la guerra, primero en Barcelona, luego en Madrid, que por un tiempo
sigue siendo “la ciudad alegre y confiada”, para decirlo con el título de
Benavente. Son los días en que la revolución, con su caótica mezcla de heroísmo
y barbarie, se adueña de las calles, cuando incluso los republicanos moderados
sienten que sus vidas están en peligro y abandonan el país. Janet, que para
entrar en España ha tenido que hacerse pasar por corresponsal de guerra, tarda
en percatarse del riesgo. Sus amigos son destacados militantes republicanos
mientras que su novio, aunque ella tarda en enterarse, es un activo integrante
de la quinta columna. Y la familia de Miguel Albaicín, cuya madre es famosa por
haber sido modelo de Zuloaga y aparecer en los billetes, la adopta como una
más. Su fascinación por el mundo gitano es semejante a la de los viajeros
románticos.
Terminado el relato, es el momento
de completar la lectura con los ensayos preliminares. “Madrid 1936”, de Julián
Casanova, sintetiza muy bien como fueron los primeros meses de la guerra en la
capital de España, cuando las distintas milicias camparon sin control, los
meses de los paseos y de los asesinatos de Paracuellos, pero también los de los
bombardeos indiscriminados y el heroísmo revolucionario, que impidió a los
sublevados tomar la ciudad a pesar de que contaban, dentro de ella, con buen
número de simpatizantes, la llamada quinta columna. Agustín Sánchez Vidal, en
“Locuras españolas”, nos habla de la fascinación por lo hispano que caracteriza
a los Estados Unidos de principios de siglo XX y que explica tanto la fundación
de la Hispanic Society como el que una adolescente neoyorquina se convirtiera
en una bailarina flamenca. Amparo Martínez Herranz nos cuenta la continuación
de la fascinante novela que fue la vida de Janet en los muchos años que le
quedaban por vivir (nacida en 1914, no moriría hasta 1998). Trabajó en México
como actriz y bailarina, pero su verdadero camino lo encontró como guionista de
cine. Se casó con Luis Alcoriza, actor, guionista, director, y colaboró con
Buñuel y García Márquez. Ella se dedicó a los trabajos más alimenticios
mientras permitía brillar a su marido en producciones cinematográficas más
arriesgadas. Lo común en las mujeres de su tiempo.
Este libro la rescata como una
figura excepcional, tan seductora para los lectores de hoy como lo fue en el
Madrid todavía esperanzado de los primeros meses de la guerra civil.
La fascinación de algunos norteamericanos por España en aquellos tiempos proviene de Washington Irving, muy popular entonces. Creo yo.
ResponderEliminarTambién Mark Twain nos tenía gran aprecio.
La "morbosidad"(llamémoslo así) decadente de la generación del 98, incluido Pío Baroja, sobre la idea de España es la culpable de la distorsión de la leyenda negra, además claro de propagandistas británico y franceses.
Leamos autores extranjeros para conocer España. Qué cosas.