martes, 4 de junio de 2024

Para los muy cafeteros

 

Andrés Trapiello
Fractal del salón de pasos perdidos
Alianza. Madrid, 2024.

A Dámaso Alonso le irritaba especialmente una clase de reseñas, aquellas que censuraban al autor no haber escrito el libro que el crítico creía que debería haber escrito o que no lo hubiera hecho como, en su opinión, debería haberlo hecho.

            Me imagino que a Andrés Trapiello le ocurrirá lo mismo y quizá no debería seguir leyendo. Voy a referirme a lo que se ha hecho con sus diarios en Fractal y luego a lo que se podría haber hecho si la intención era facilitar el acceso a su inabarcable Salón de los pasos perdidos –veinticuatro volúmenes publicados y doce más ya anunciados y en la pista de salida--  a los lectores que aún no lo conocen y no saben por dónde comenzar a hincarle el diente.

            La solución que se les ha ocurrido a él y a su equipo de asesoras ha sido preparar un aperitivo de ochocientas páginas, no exactamente una antología, sino un libro nuevo, o mejor tres editados juntos que reorganizan parte del material ya publicado.

Veinte frondosos árboles, los veinte primeros tomos del diario, han sido reducidos a tres bonsáis. Dentro de cada uno de ellos, no se respeta la cronología y el autor recorta y reordena con la intención de que cada uno de esos diarios en miniatura tenga la misma estructura que cualquier otro: una cita preliminar, un prólogo, un comienzo el primer día de año, un cierre el último día, pasajes líricos o humorísticos, divagaciones varias. La justificación de ese procedimiento viene dada en el titulo, Fractal. Una estructura fractal es aquella que se repite en diferentes escalas, esto es, que si partimos un objeto que tenga esa estructura en trozos más pequeños cada uno de ellos sigue conservándola.

            Andrés Trapiello y su equipo de editoras se han tomado tan al pie de la letra esa definición que han querido que las versiones reducidas de sus diarios tengan también una muestra de lo más insignificante y prescindible. En el Libro Tercero se incluye un pasaje en que el autor, desasosegado, sale de casa y compra un periódico en cuyo suplemento literario se le reseña y no muy a su gusto. ¿Tienen algún interés esas líneas sobre lo que dice no se sabe quién, un tal X, ni cuándo? No lo tenían cuando se publicaron y están más que de más en una selección que pretende atraer nuevos lectores. Los habituales ya están más que acostumbrados a su costumbre de aludir, no siempre para bien, a personas concretas y eludir su nombre sustituyéndolo por iniciales o por las X que ha convertido en marca de la casa. A veces prescinde de ellas y entonces es peor, como cuando censura a un crítico que hable de un libro de un tal Fulano, “que estuvo casado con la princesa”, sin mencionar su parentesco,  “como si tal circunstancia no tuviera que ver con la crítica ni con la literatura”. No, no tiene que ver. Y los libros de Alonso Guerrero valen lo que valen al margen de la circunstancia de haber estado casado con Letizia Ortiz. No deja en buen lugar al diarista este pasaje. “En su día el hombre confesó que no desaprovecharía esta ocasión para vender sus libros”. No hay constancia de ello y todo su comportamiento posterior indica lo contrario.

Los tijeretazos para reducir el árbol a bonsái, aunque parecen fáciles ya que las obras originales están formadas por fragmentos en gran medida independientes, no se han hecho siempre con cuidado. Una entrada de la página 669, comienza así: “Ha empezado uno la suya, Al morir don Quijote. Este sí que será un enlace”. Para entender ese abrupto comienzo tenemos que ir al diario del que procede, Apenas sensitivo. En él la entrada anterior habla del “enlace del príncipe y doña Letizia” y termina con estas palabras: “Claro que siempre nos quedará la novela de un futuro Galdós”. A esa novela y enlace se alude.

            Pero no es este lugar para pormenorizar ese tipo de descosidos. Basta subrayar la extrañeza de que se incluyan, junto a páginas antológicas, otras que los lectores fieles, pero no abducidos por el autor, preferimos olvidar, como cuando presume de haber sacado del contenedor de la basura, al que habían sido arrojados por estudiosos y lectores, a Galdós, Juan Ramón, Azorín, Unamuno o Manuel Machado. O aquellos otras en las que confiesa sin rubor su participación en premios amañados.

            ¿Cómo podría haber sido una introducción eficaz al Salón de los pazos perdidos? Bastaría un volumen de no más de trescientas páginas con una muestra de las muchas y diversas maravillas que el lector se va a encontrar en la obra completa. Habría aforismos, algunos de los cuales ya se repite como proverbial (“Si Cervantes viviese, el primer premio Cervantes se lo llevaría Lope de Vega”); piezas maestras de un impiadoso y quevediano humor, como las referidas al encuentro en Chinchilla con Arrabal; descripciones que aúnan costumbrismo y lirismo; estampas de la vida familiar; crónicas tan eficaces como las dedicadas al atentado y a las elecciones de 2004…

En Fractal están muchas de esas páginas, pero hay que armarse de paciencia para llegar a ellas. O quizá los intervalos de tedio (que el lector experimentado se salta, corrigiendo a los editores) nos permiten apreciar más los instantes de emoción y deslumbramiento.

            En el prólogo al Libro Primero afirma Andrés Trapiello que no pone los nombres propios “porque no le gusta presumir de amigos ni los diarios que parecen el Gotha”. Sn embargo, abunda en los suyos los encuentros con gente importante (en esta selección le invita a comer una ministra del PP, que lo sienta a su derecha, a pesar de que él es el único progresista de la mesa: otros tiempos), y a veces más que el Gotha sus diarios pueden parecer el Hola: una vez viaja con Sara Montiel, otra con Raphael, es testigo de la firma de libros con intermedio erótico de un cantante famoso.

            Una antología no mastodóntica de los diarios de Trapiello, hecha por alguien independiente, que no se someta a los caprichos del autor (en algún momento le da por poner un asterisco en lugar de la vocal final para evitar el masculino genérico), que sustituya las iniciales por nombres en el caso en que sean necesarios, que feche los fragmentos sería la mejor manera de mostrar a quienes se apartan de él por sus tomas de postura políticas lo que se están perdiendo.

A falta de esa antología, vale cualquiera de sus tomos (mejor, para empezar, los de menos páginas) o incluso este Fractal, imprescindible desde luego para los muy cafeteros, para el nutrido y aguerrido club de fans del Salón de los pasos perdidos, que es, a pesar de ellos y a ratos incluso de su autor, uno de los más ambiciosos empeños de la literatura española de cualquier tiempo.

9 comentarios:

  1. Por lo que dices es como leer un Quijote reducido y con ilustraciones, el que se editaba para niños. O un Quijote traducido a la lengua actual. Ejem. Nada como leer el Quijote de F Rico o los 23 tomos originales de AT. Una maravilla. Y "uno de los más ambiciosos empeños de la literatura española de cualquier tiempo".

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  2. Da la impresión de que este "Fractal" tiene un objetivo puramente comercial. Alianza debe haber descubierto un nuevo filón de lectores, algo perezosos, en esas mesnadas que se concentran en Colón y que rezan el rosario en la calle Ferraz.
    En los primeros tomos del SPP, Trapiello se quejaba de que no le admitieran en el Gotha de la literatura, en el Club de las Almendritas Saladas, (el CAS). Ahora va camino de convertirse en el presidente. ¿Acabará siendo AT el Vizcaíno Casas del siglo XXI? Ojalá. Al menos, la derecha leerá buena literatura.

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  3. Muy aficionado a los Diarios, yo he intentado leer 2 o 3 volúmenes del de Trapiello y los he dejado rápidamente, por aburridos. Cuando habla de su vida, no siendo un genio con una obra extraordinaria al lado, de la que se quisiera conocer los entresijos, a mí me aburre (es lo contrario de un Stendhal, siempre divertido, aunque cuente cosas de poco interés, o de un Léautaud, cuya mala leche y lucidez insobornable atraen siempre). Cuando habla del mundillo político o literario español, las X por todos los lados quitan todo interés a lo que cuenta (sobre todo para quienes no siguen de cerca la actualidad española).

    Sus diarios podrían interesar por su estilo (como pueden interesar los libros de Umbral, Cela, Azorín o G.Miró únicamente por su manera, reconocible, de escribir, por sus hallazgos verbales), pero el estilo de Trapiello es anodino tirando a pesado (a causa en parte de su rechazo a escribir en primera persona).

    Otras razones para leer un Diario son las opiniones sobre arte en general y literatura en particular de su autor, que en el caso de Trapiello son, con frecuencia muy discutibles. Por ejemplo, lo que piensa de los poetas del 27: "La famosa e inexpugnable generación del 27 ha empezado, ya era hora, a desmoronarse". O sus ataques a Cioran, del que visiblemente no ha leído más que algunos aforismos mal traducidos y del que tiene una idea periodística, sorprendentemente superficial (a pesar de que su pensamiento político debería interesarle mucho). O, más grave aún, las sorprendentes tonterías que escribe sobre Rimbaud, del que llega a decir que un verso en una traducción española macarrónica es bello, contrariamente al original, al que él no le ve la poesía, porque ni lo entiende ni es capaz de darse cuenta de que es pura música, ¡ y música escrita por alguien de 16 años ! (es tan estúpido como si un francés que no sabe el español se riera de la trivialidad -incontestable- de la poesía de San Juan de la Cruz traducida al francés). Trapiello llega incluso a calificar la prosa poética extraordinaria de "Una temporada en el infierno" de "prosa insignificante" o a escribir que "Las iluminaciones", obra "que los surrealistas tomaron como programa literario, acabarán siendo un catálogo de cachivaches en el momento en que al surrealismo se le vea también como una murga de feria". Si un francés que no supiera el español dijera que "Platero y yo" es un libro paleto y JRJ un poeta pueblerino no deliraría tanto como Trapiello juzgando a Rimbaud.

    La única justificación de leer enteramente el "Salón de pasos perdidos" (título mediocre, dicho sea de paso) sería para mí que le dieran a Trapiello el Nobel de literatura (y vistos los últimos premiados, todo es posible). En ese caso valdría la pena hacer un "Diccionario de tonterías" sacado de él que podría ser muy divertido.

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  4. Recomiendo a todos los que no ven por ningún lado, como Trapiello, el genio de Rimbaud (que a los 10 años escribía, por cierto, poemas en latín) que escuchen a Léo Ferré intepretar "UNE SAISON EN ENFER" (pensando que ese texto fue escrito por alguien que tenía entre 16 y 19 años) :

    https://www.youtube.com/watch?v=gaOfWFIJSlw

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  5. Sobre el estilo de Trapiello: aparte de ser inútil y de dar una impresión de torpeza extraña, me pregunto si es correcta esa oscilación entre primera y tercera persona que utiliza constantemente y que acaba siendo de una pesadez rara:

    "Creo que salió UNO ganando, porque ESTUVE luego en casa"

    "le HE PREGUNTADO a mi amigo si podía venir a contarlo a este cuaderno, y LE HA DICHO A UNO que sí. "

    "ME LO DIO sin MIRARLE A UNO a los ojos"

    "para que LOS CLIENTES no sientan pena de tener que dar tanto dinero por hacer que le remolquen A UNO."

    "Nunca LEE UNO ni ESCRIBE si ESCUCHA música, no PUEDE HACER UNO las dos cosas al mismo tiempo, o LEE o ESCUCHA música, y lo mismo cuando ESCRIBO (sic)."

    Es difícil comprender esa manía de Trapiello por el "uno", que puede dar párrafos como éste:

    "También le habría gustado a UNO decirle que cuando se tiene la opinión que tiene UNO del noventa y cinco por ciento de los colegas, del noventa y seis por ciento de los editores y del noventa y ocho por ciento de los críticos, lo normal es no estar traducido a ninguna lengua, pues bastaría que pidieran informes a UNO solo de ese noventa y cinco, noventa y seis o noventa y ocho por ciento para corroborar que la opinión que tienen sobre UNO no es mejor que la que UNO tiene de todos ellos, y aunque las traducciones puedan llegar en algún momento, será difícil que cambie UNO la idea de los porcentajes. Pero siendo la primera vez, no tenía UNO confianza para hablar de tantos por ciento..."

    (Entre paréntesis, Trapiello parece ignorar que las editoriales extranjeras publican o no un libro español tras haberlo leído. No son tan ingenuas como para pedir una opinión a las editoriales españolas que los publican. Quienes hace los informes son los lectores, especializados cada uno en una lengua, de dichas editoriales. Las malas lenguas dicen, por ejemplo, que fue Bianciotti, lector para Gallimard en los años 60, quien aconsejó que no se publicara "Cien años de soledad" - tras Proust y Céline, el tercer error gordo de la mejor editorial francesa del siglo XX).

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  6. Sobre el rechazo de Trapiello a nombrar a la gente de la que habla: con frecuencia en su "Salón" hay párrafos involuntariamente cómicos, a fuerza de X, Y y Z, como éste por ejemplo:

    "vi a X conversando amistosamente con Y; solícito, luciente, obsequioso el viejo; complacido y olímpico el joven. Nada que no hubiese hecho uno, siendo viejo o siendo joven. X quizá se había olvidado ya de que la víspera había estado hablando pestes de Y con nuestros amigos, sin resquicio para la misericordia. Bien, pensó uno, la misericordia ha hecho acto de presencia por unas horas, hasta que deje de hablar con Y. También estaba allí Z. Los denuestos contra Y se los ha oído uno a este Z directamente. Apenas conoce uno a nuestro Y, pero sabe que muchas de esas despiadadas críticas no están dictadas más que por la ley del territorio. De ser Y menos famoso, menos celebrado y menos leído, es cosa sabida que X o Z ni siquiera se ocuparían de él. De hecho, jamás les ha visto dedicar a la poesía de Y ni una frase que no sea desdeñosa."

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  7. O éste:

    "EL sainete diario lo proporciona hoy cierto libro de R. A., que acaba de publicarse ahora. El libro, prologado por X, no estaba incluido en las obras completas que de ese eminente poeta gaditano se habían publicado hace unos años. Al parecer el propio X esperó a que estas se publicaran, para reservarse la pequeña primicia, la espuma publicitaria y, claro, el placer de dinamitar las obras completas, poniendo la carga justamente en los diques de la completitud, si se puede decir así. Los periódicos recogen el rifirrafe, regocijados, como siempre que dos escritores se tiran del moño en la corrala. El libro se lo habría proporcionado a X la joven viuda del poeta. El responsable de las obras completas, amigo personal de A. y desde hace unos años enemigo acérrimo de la viuda, se ha molestado como es natural por la pifia de ese taimado X, que trata ahora, de un modo artero y con su cobardía característica, de restar importancia al hecho, y le acribilla a llamadas de teléfono, para liarle. O sea, le deja como un idiota en público, y en privado le pasa la mano por el solomo. El responsable de las obras completas naturalmente en cuanto advierte por la pantalla de su teléfono que es él, no descuelga el teléfono, de modo que la conocida impaciencia le ha llevado a X a telefonear a un amigo común [...] El amigo común, que también lo es mío, le ha contado a uno el diálogo que acaba de mantener con él. «¿Tú sabes dónde está W? Porque, claro, a lo mejor no quiere coger el teléfono… ¿Tú sabes si está enfadado?». El íntimo amigo de W le ha hecho saber, ante la insistencia del otro, aunque con la discreción de quien tampoco quiere enredar demasiado, que su amigo tenía motivos para estar enfadado con él después de las deslealtades (ya que, al parecer, el libro se lo había prometido para las obras completas, y luego lo retiró excusando no sé qué razones haladles, del tipo que tampoco era totalmente inédito ni siquiera bueno). [...] Con X estas discusiones resultan tan pueriles (y quien lo conoce puede probarlo), que pueden durar horas literales, así que o le manda uno a freír monas desde el principio o se las ha de tomar con cierta guasa. «No, eso no», le negó mi amigo. X se mantuvo en sus trece: «Sí. Se lo dimos por mí, entre otros». Entonces mi amigo le recordó que ese año estaba él también en el jurado. A X esta salida volvió a desconcertarle lo indecible, conectó el sonotone, y repitió muy deprisa: «¿Cómo, cómo has dicho? No entiendo». [...] no se rindió al pronto, y dijo, «te acordarás entonces que yo voté por teléfono». «Sí…», admitió mi amigo, «a otro». En ese momento, desarbolado por completo, X dijo con el mayor candor: «¿Ah, sí? ¿Seguro? No me acuerdo». Y un poco aturullado colgó el teléfono… Quienes conozcan a ese X sabrán que le cuesta mucho colgar el teléfono."

    ¿Cómo puede pensar su autor que textos como ésos interesan a los lectores? Yo no lo entiendo.

    Lo más extraño en el caso de Trapiello es que no parece tener editores que le corrijan sus textos o que le aconsejen no hacer las cosas raras que hace y que sólo él hace. A no ser que sea alguien que no escucha ni a editores, ni a amigos, ni a lectores. En cualquier caso yo creo que un buen corrector podría mejorar mucho su Diario (el único libro que conozco - y parcialmente - de él).

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  8. Después de leer la semanal epístola de Pablo a los crisisdepapelicenses, ya podemos leer los diarios de AT tranquilos. Basta para que el embozado y cobardica Morales diga sus chorradas sobre un autor, para asegurarse de que ese autor es, como poco, interesante y digno de ser leído, aun cuando no compartamos muchas de las apreciaciones de Trapiello, por lo demás un prosista magnífico nada próximo a Gabriel Miró o a Umbral y de literatura bien distinta.

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  9. AL LENGUARAZ PABLO MORALES, CON MI MALA LENGUA

    Como al buey, de los belfos le gotea
    —¡carambita!— un carámbano de baba
    y amarillita hiel de tontolaba,
    charlatán, parlanchín que lengüetea,
    se lame y se relame y babosea.
    ¿Limpia las culpas, los pecados lava?
    Su bilis negra escupe y cuando acaba
    qué menea y qué escurre y qué chasquea.
    De trapo y estropajo, lengua amarga
    de Maestrillo Liendres... Por cascarle,
    machacar sus huevitos de piojoso
    toro castrado y animal de carga,
    vareo mi aguijada hasta picarle:
    «Muge, ganado, un mustio ¡muuu! y mugroso».

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