Yo quisiera ser Paul Auster. Ensayos selectos
Leonardo Padura
Verbum. Madrid, 2015.
Lamenta Leonardo Padura, en “Yo quisiera ser Paul Auster”,
el artículo que da título a su último libro de ensayos, que “por ser un
escritor cubano que decidió, libre y personalmente, y a pesar de todos los pesares, seguir viviendo
en Cuba”, tenga que contestar siempre a las mismas preguntas sobre la situación
de la isla. A Paul Auster, en cambio, no le interrogan continuamente “sobre los
rumbos posibles de la economía norteamericana o por qué se quedó viviendo en su
país durante los años horribles del gobierno de Bush”.
Pero lo
cierto es que Cuba para Padura es algo más que una circunstancia biográfica más
o menos favorable para su desarrollo literario: constituye el núcleo central de
su literatura y es lo que lleva a buena parte de los lectores a interesarse por
ella.
Ya El viaje más largo, su primera
recopilación de crónicas periodísticas (Padura fue periodista antes que
novelista), llevaba el subtítulo de “En busca de una cubanía extraviada”.
Con una
descripción de La Habana vista desde la
fortaleza del Morro, comienza precisamente Yo
quisiera ser Paul Auster y a esa ciudad y a uno de sus barrios (Mantilla,
donde nació y vive el autor), se dedican sus mejores páginas, unas páginas que
quieren ir más allá de los habituales tópicos: “la revolución, la pobreza, la
alegría o el cansancio de sus gentes, sus edificios derruidos, su Malecón
(amable o agresivo) o sus niños uniformados y felices asistiendo a las
escuelas”.
Los
escritores estudiados con más atención son también cubanos: Alejo Carpentier,
al que se le dedica la más minuciosa atención, José María de Heredia, que para
él ocupa un lugar central (quizá más central que el de Martí) en la formulación
de la “cubanía”, Virgilio Piñera; o han tenido una relación especial con Cuba,
como Hemingway. La excepción la constituyen algunos escritores de novela
policíaca, especialmente Manuel Vázquez Montalbán, su maestro en el género.
A Montalbán
lo conoció Padura en Gijón el año 1988, cuando asistió como periodista a la
primera Semana Negra. La lectura de una de sus novelas le ocasionó una
impresión tan profunda que salió de ella con la convicción de que, si alguna
vez escribía una novela policíaca, “tendría que escribirla como aquel español
había escrito Los mares del sur” y su
detective tendría que ser “tan vital como aquel Carvalho, tipo escéptico y
cínico”.
A la
creación y evolución del protagonista de sus novelas policíacas, Mario Conde (cuando
se le ocurrió ese nombre aún no se había hecho famoso el otro Mario Conde, el
banquero español), dedica uno de los capítulos más sugestivos del libro, “El
soplo divino: crear un personaje”. Si al principio tenía un carácter meramente
funcional, pronto evolucionaría hasta convertirse en casi en un “alter ego” del
autor, en el portador de sus “obsesiones y preocupaciones a lo largo de veinte
años de convivencia humana y literaria”.
“La pelota
en Cuba” es otro de los capítulos más sugerentes, nos interese o no el béisbol.
¿A qué se debió la introducción de ese deporte, tan típicamente norteamericano,
en Cuba y su gran arraigo? Pues fue una manera de crear una identidad nacional
cubana distinta de la española. Cuando luego, un siglo después de su
introducción, vino la ruptura con Estados Unidos ya formaba parte de las señas
nacionales cubanas, no se veía como algo ajeno. A propósito de este hecho,
Padura cita a Sholmo Sand: “El nacimiento de una nación es sin duda un
acontecimiento histórico real, pero no es un acontecimiento completamente
espontáneo. Para reforzar una abstracta lealtad de grupo, la nación, igual que
las comunidades religiosas precedentes, necesitaba rituales, festivales,
ceremonias y mitos. Para forjarse a sí misma en una sólida entidad única, tenía
que realizar continuas actividades culturales públicas e inventar una memoria
colectiva unificadora”.
En otras
palabras, no hay nación sin nacionalismo “y una de las expresiones de las que
mejor se nutriría el nacionalismo cubano –cito ahora ya directamente a Padura–
fue, precisamente, el juego de pelota, cuyo primer club oficial, el Habana
Béisbol Club, es fundado, ni más ni menos, en el propio año de 1868” (el año en que los
revolucionarios cubanos abolen la esclavitud e incorporan así los negros a la
lucha independentista).
Tiene y no
tiene razón Leonardo Padura cuando se queja de que los críticos y, sobre todo,
los periodistas no le traten como a Paul Auter, se ocupen menos de su obra
literaria que de los alrededores sociopolíticos. Tiene razón: él ha sabido,
como Carpentier o Lezama Lima, “hallar lo universal en las entrañas de lo
local”. Y no la tiene de todo: Cuba es algo más que un país y La Habana algo
más que una ciudad, son casi un género literario; Leonardo Padura les debe
buena parte de su capacidad de seducción.
Totalmnente de acuerdo a esta crítica. Su Mario Conde, a través de su obra, y es la habana, protagonista mayor si cabe, es un universo que gira sobre el arte y la literatura, adornado por una trama de asesinato como excusa.
ResponderEliminarUn saludo