Marcelino, muerte y vida de un payaso
Víctor Casanova Abós
Pregunta Ediciones.
Zaragoza, 2017.
El payaso triste que protagoniza Candilejas, la película de Charles Chaplin, está inspirado en
Marcelino Orbés, un cómico de origen español que hizo famoso el nombre de
Marceline en Londres y en Nueva York a finales del siglo XIX y a principios del
XX. Chaplin, de niño, coincidió con él en un espectáculo londinense, y siempre
lo admiró, lo mismo que Buster Keaton, que le tuvo como uno de sus maestros en
el arte de hacer reír sin decir una palabra.
Fue, durante años, una estrella
en el Hippodrome neoyorquino, el teatro-circo más grande del mundo, pero su
último número lo desarrolló sin público. El 5 de noviembre de 1927 se levantó
muy temprano, bastante antes del amanecer; colocó sobre la maleta, su único
equipaje en aquella habitación de hotel, los recortes que hablaban de sus
éxitos; luego se maquilló minuciosamente, como antes de cada actuación, se puso
su traje de payaso, cogió una pistola, se arrodilló ante la especie de altar
que resumía su vida y se pegó un tiro. Lo encontraron bastantes horas después.
En el bullicioso Hotel Mansfield, muy cerca de Time Square, nadie había oído
aquel disparo, aunque fuera de madrugada, y nadie se preocupaba de aquel
cliente que vivía solo y no recibía visitas.
En Marcelino, muerte y vida de un payaso, Víctor
Casanova Abós reconstruye la historia de esta sombra desvanecida, una de
tantas, en el mundo del espectáculo. El libro, como las falsas novelas de
Javier Cercas, no nos cuenta solo el resultado de una investigación, sino cómo
se lleva a cabo. Podía haberse titulado Marcelino
y Víctor, dos españoles en Nueva York. El escritor es tan protagonista como
el personaje.
El procedimiento
de contarnos el making off a la vez
que la historia presuntamente principal resulta ya un tanto manido, pero Víctor
Casanova acierta a darle un aire nuevo. Buena parte del atractivo de estas
páginas proviene de la espontaneidad y la frescura con que el autor evoca su
interés infantil por el circo, sus estudios, sus relaciones familiares. Nacido
en 1987, oscense como Marceline (y de ahí su interés por esta figura recordada
en un periódico local), fue a estudiar un máster de relaciones internacionales a
la Universidad de Columbia y acabó quedándose en esa ciudad.
El Nueva
York de hace un siglo, cuando triunfaba en ella Marceline, y el de hoy mismo,
cuando tantos jóvenes ambiciosos siguen tratando de abrirse camino en ella, es
algo más que escenario de buena parte de las páginas del libro: otro de los
protagonistas.
La historia
de Marceline se reconstruye a partir de las páginas que los principales diarios
le dedicaron y de las alusiones que aparecen en las memorias de algunos que le
conocieron, como Charles Chaplin. Pero esa es una historia externa, en la que
no faltan las anécdotas inventadas con fines publicitarios. En alguna
entrevista, cuenta Marceline que una vez salvó al rey niño Alfonso XIII de
morir aplastado por un elefante y en otra que fue la única persona capaz de
hacer reír al rey de Inglaterra.
La historia
verdadera apenas si podemos entreverla: una infancia dura, en la que quizá fue
vendido a un circo (como era costumbre entonces) y maltratado en los
entrenamientos para hacer su cuerpo flexible para las peligrosas acrobacias; un
matrimonio fracasado, del que nos queda minuciosa constancia en la demanda de
divorcio de los malos tratos que sufrió su esposa; varios negocios –uno de
ellos un restaurante neoyorquino dedicado a la comida española–, en los que
intentó invertir sin éxito sus ganancias; un resonante fracaso en La Habana,
anticipo de la progresiva desatención del público, ganado ya por el
cinematógrafo y otras formas de humor; el disparo final.
El mayor
espectáculo del mundo tenía un reverso de explotación y miseria que Víctor
Casanova nos va desvelando poco a poco, consciente de que la sensibilidad
actual hacia los animales y las leyes sobre la protección de la infancia harían
imposibles muchos de los números de entonces.
Por estas
páginas, como en tantos espectáculos, cruza alguna estrella invitada. La más
llamativa es la de Houdini, el experto en fugas, cuyo espíritu todavía siguen
invocando sus fieles (en una de esas sesiones de espiritismo participó el autor
del libro).
Termina Marcelino, vida y muerte de un payaso con
una visita al cementerio de Kensico, a cuarenta kilómetros de Nueva York, donde
el payaso triste (valga la redundancia) reposa en una tumba sin nombre. Y ahí
reaparece el recuerdo de otro payaso, Lluiset, que Víctor Casanova admiró de
niño y al que fue a ver de mayor a Barcelona, donde seguía actuando a pesar del
parkinson y de los ochenta años. Esa evocación se cruza con la de otra figura
familiar, a la que está dedicado el volumen: “Sentirse vivos implica ser conscientes
de nuestra fragilidad, y hay quienes deciden no esconderse ni darles la
espalda. La última Navidad que pasamos juntos, mi madre compartió una cita con
los más allegados: Estamos vivos hasta el último minuto”.
Sin trampa
ni cartón está escrito este libro, autobiografía e historia, investigación y diario
íntimo, junta de sombras y autorretrato con amigos, fascinante novela sin
ficción.
Mártir de la paz,
ResponderEliminarKim bajó a los infiernos
de un alma putrefacta.
Quiso dar luz
al reino de la nada.
Como reliquias sus miembros
se lastraron en el mar.
Ahora Kim es la Cruz
clavada en un alma.
© María Taibo
Mártir calamar,
ResponderEliminarKimba de los inviernos
de un alba estupefacta,
queso andaluz
y renos de Granada.
Como delicias: sus miembros
y frutti di mare.
Ahora Kimba es lacón
a la brasa desalmada.
© Pérez Ginferrer
Estoy esperando una antología conjunta de María Taibo y Gin Ferrer en Renacimiento con prólogos de JLGM y Pere Gimferrer. A no ser que Pérez Gin Ferrer sea un seudónimo de María Taibo en cuyo caso bastaría con el prólogo de JLGM, Anímate, A. LINARES
Eliminar¡ 5 veces escrito MarcelinE en lugar de MarcelinO !
ResponderEliminarPorque ese es el nombre, Marceline, con el que se hizo famoso el payaso que tenía de nombre civil Marcelino. Con ese nombre figura en todas las informaciones periodísticas, y en la mayor parte de las páginas del libro, aunque no en el título.
EliminarA los niños les asustan los payasos, porque intuyen en ellos la presencia de la muerte.
ResponderEliminarPor lo menos, a mí me asustaban "tela". ¡Ja ja!