Algo más épico sin duda
Roger Wolfe
Renacimiento.
Sevilla, 2017.
El valor histórico de un escritor y su interés estrictamente
literario no siempre coinciden. Roger
Wolfe se inició como poeta con un libro cernudiano, simbolista, de tono menor,
muy acorde con la poesía española de mediados de los ochenta, y que por eso
mismo difícilmente destacaba del coro. En 1992, con Días perdidos en los transportes públicos, dio un puñetazo en la
mesa, hizo temblar la fina cristalería, rompió incluso algún plato y consiguió
así que todos los ojos se volvieran hacia él. Si en Diecisiete poemas hablaba –para citar el último de los textos de
esa entrega inicial que se reproduce en esta antología– de “la suave
inconsciencia del olvido”, “el ciego velo de la noche” o “el turbio fondo del
cieno”, ahora el nuevo libro comienza de la siguiente manera: “Suena el
teléfono. Manolo. Me comunica / que le han dejado un ojo como un plato”.
Por el
hueco que abrió Roger Wolfe de una patada (o de un cabezado) para airear el
algo enrarecido ambiente de la poesía española, se fueron colando otros poetas,
muy menores y efímeros la mayoría, pero también alguno de tanto éxito como
Karmelo C. Iribarren, que limó brusquedades y añadió sentimentalismo y cotidianidad
de perpetuo perdedor a la nueva fórmula.
Algo más épico sin duda, una amplia
selección realizada por el propio autor, nos permite ver lo que queda de esa
poesía que escandalizó tanto en su momento (no siempre sin razón), y que tan
novedosa parecía, como si no hubieran existido Carver y Bukowski y ciertos
cantantes, como Lou Reed, que Wolfe cita a menudo con admiración.
Sobra mucho
–la selección no parece buscar la calidad, sino dar cuenta de todos los tonos–,
pero también queda bastante. El poeta que se anunciaba en los delicados Diecisiete poemas –el título homenajea a
Dylan Thomas– lo encontramos, ya maduro y esencial, en Afuera canta un mirlo o en El
amor y media vuelta, pero también, disperso y como escondido, en textos de
los libros anteriores. Poemas breves, secos, directos al corazón, que hablan
del sinsentido del vivir o de esos instantes en que parece atisbarse la
eternidad. Enumero algunos: “La poesía”,
“Epitafio”, “Cuarenta y un años”, “Deseo de ser perro”, “Las
correspondencias”, “Parpadeo”.
La
antología va precedido de un extenso prólogo, lleno de pormenores
autobiográficos –el autor se detiene especialmente en describirnos los lugares
en que ha vivido–, de no escasos autoelogios y de algún que otro intento de
justificación: “La crueldad literaria que a menudo se me atribuye no es otra
cosa que un mecanismo de defensa –de ‘redención’ y ‘devolución de golpes’– a
través de la escritura”. Pero para que resulte eficaz estéticamente –añade– ha
de trascender “el mero exabrupto vomitivo o el energuménico berrinche
aparentemente gratuito”. En su caso, más de una vez se queda en vómito y
berrinche. Baste un ejemplo, el poema “El humo del infierno”, motivado por la
ley de “medidas sanitarias frente al tabaquismo”, según se indica en el
subtítulo. Resulta comprensible que a Roger Wolfe, fumador (raro es el poema en
el que no enciende un cigarrillo), le moleste la ley que prohíbe fumar en
lugares públicos para proteger la salud de los no fumadores, incluso que se
desahogue en un poema (otros “intelectuales” –recordemos a Francisco Rico– lo
hicieron en docenas de disparatados artículos), pero que, pasado el tiempo,
decida incluir esos versos en una selección de lo mejor de su obra dice poco de
su capacidad autocrítica: “España agonizaba ya, pero acabó / de morder el polvo
un reciente uno de enero; / el de 2006. Una ministro, con cuyo nombre / no
dejaré que esta página se manche, / flaca y seca como un pedazo de mojama, / es
responsable del más grave atentado / que quinientos años de historia han conocido”.
¿El que podamos tomar algo y charlar en una cafetería sin respirar un aire
lleno de humo es “el más grave atentado / que quinientos años de historia han
conocido”? Un poema no tiene que ser, por supuesto, “políticamente correcto”
(se entienda lo que se entienda por esa manida expresión), pero sí debe evitar
decir tonterías demasiado evidentes.
A Roger
Wolfe le gustan los chistes (“Glosa a Celaya”: “La poesía / es un arma / cargada de futuro. / Y el futuro / es del
Banco / de Santander”), las brutalidades escritas en el lenguaje de todos los
días (“Mala hostia”) o en jerga onomatopéyica: “un mommmento / no saques el
badajo todavía / y tú cachhocapullo!!! / sepárale las barras / al fiambre / y
escúpele en la raja / que voy a amartillar la nikon / y abro fuego”.
Su género
favorito es el poema en prosa, según nos indica en el prólogo, “que permite
fundir y confundir la reflexión, el aforismo, la nota al vuelo, el esbozo, el
microrrelato, el fragmento de diario, la ensoñación, la semblanza, el retazo
conversacional, la reseña, el jirón epistolar y, si me apuras hasta la lista de
la compra” para convertirlo todo “en breve y densísimo multihíbrido poético que
refleja mejor que ningún otro vehículo impreso el esplendor y la miseria de la
condición humana”. ¿Pero qué tiene que ver una miscelánea semejante –por muy
atractiva que resulte para ciertos lectores, entre los que me incluyo– con un
libro de poemas en prosa? ¿Qué tienen que ver un conjunto de notas al vuelo, de
reseñas, de fragmentos de cartas con los Pequeños
poemas en prosa de Baudelaire o el Ocnos
de Cernuda, que cita como ejemplos? Bastantes de los “poemas en forma de
prosa” –así lo subtitula– que incluye en Vela
en este entierro, como el titulado “Carmen Maura”, son naderías que solo se
sostienen en la continuidad de un diario o de un cuaderno de notas, no aislados
como “poemas en prosa”.
Lector, si
te interesa el caso Roger Wolfe, este es tu libro; el personaje, con sus luces
y sus sombras, está presente en cada una de sus páginas; si te interesa solo el
poeta Roger Wolfe, quizá deberías esperar a la publicación de otra antología,
algo más exigente.
"..para que resulte eficaz estéticamente –añade– ha de trascender “el mero exabrupto vomitivo o el energuménico berrinche aparentemente gratuito”. En su caso, más de una vez se queda en vómito y berrinche."
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo y me congratulo de coincidir una vez más con JLGM. Compré un libro de Wolfe en esa misma colección de Renacimiento, a la que soy adicto, (creo que "Días sin pan") y me quedé estupefacto. Alguien debería hacer una antología de las pintadas de la sacrosanta Transición (algunas, de mi autoría) No hay color. Seria comparar a Rimbaud (las pintadas) con el peor músico punt. A pesar del fino olfato de tu amigo A.L. hay cosas del mundo editorial que uno no entiende
Quise decir "punk", Estos correctores...
ResponderEliminarRoger Wolfe vende. Y los negocios son los negocios.
EliminarQuiso ser tiburón,
ResponderEliminarmasticar a su víctima
y escupirla.
Eligió en libertad,
sabiendo que luego
Greenpeace lo protegería.
© María Taibo
Cuán soez tu buzón,
Eliminarmas que cara la rítmica
de tu mirra.
Elogio de pubertad,
sabiondo lago
y mímica relojería.
© Pérez Ginferrer
No sé si ahora Wolfe vende tanto como parece. Una antología suya (“El invento”) que ideamos Aurora Luque y un servidor hace años no creo que haya sido un éxito de ventas. Lo cierto es que Wolfe escribe de todo y sobre todo de una manera interesante y curiosa. No es un ave común. Y ha publicado un primer libro de memorias que vale la pena y esperamos que continúe. Saludos.
ResponderEliminarVende quizá menos que vendió, pero es un escritor de raza, con fuerza y personalidad, que no deja indiferente a nadie.
EliminarPues a mí, Wolfe me parece peor que Pérez Gin Ferrer. Y (casi) peor que María Taibo
EliminarEn cierta parte de su obra, completamente de acuerdo. Pero no en toda.
Eliminary, ya qué lo menciona, ¿qué le parece Karmelo iribarren?
ResponderEliminar??
ResponderEliminarMe reservo mi opinión.
ResponderEliminarJaja, no parece usted "de esos"
ResponderEliminarAquí el perdedor sentimental que se coló -los demás entraron con su localidad en la mano, evidentemente- hace años en el sacrosanto templo de la poesía española,donde usted dice Karmelo G. Iribarren debe decir Karmelo C. Iribarren. No es la primera vez que al punto le pone la G en lugar de la C. No sé si su pretensión es dejar claro que si alguna vez se ha fijado en la portada de alguno de mis libros ha sido por pura casualidad. Creo que no, que se ha fijado más de lo que quiere dar a entender. KCI.
ResponderEliminar¡Ya está corregido! En mis textos no escasean las erratas (se nota que no puedo pagarme un buen corrector) y agradezco que me las señalen.
EliminarLas portadas de algunos de los libros de Karmelo C. Iribarren me gustan mucho (pienso en varios de Renacimiento).