La voz sola
Ana María Martínez
Sagi
Edición de Juan
Manuel de Prada
Fundación Banco
Santander. Madrid, 2019.
A mediados de los años ochenta, cuando estaba fascinado por
los raros y olvidados, por los maltratados por la vida que habían quedado al
margen de la historia de la literatura (aunque fueran protagonistas de obras
como Luces de bohemia), Juan Manuel
de Prada descubrió la figura de Ana María Martínez Sagi en las páginas de un
libro de César González Ruano, Caras,
caretas y carotas, conjunto de entrevistas a las figuras y figurones de las
postrimerías del régimen alfonsino.
Ana María
Martínez Sagi era deportista y había publicado un libro de versos; representaba
a la nueva mujer de los años veinte. Pronto se convirtió en una celebridad que
incluso suscitó los celos de otras poetas, como Pilar de Valderrama, la Guiomar
de Antonio Machado; luego pareció borrarse para siempre.
En 1997 le
dedicó Prada una pionera semblanza en las páginas de la revista Clarín (luego incluida, aumentada, en el
libro Desgarrados y excéntricos), pero
no acabó ahí su interés por el personaje. Poco después descubriría que aún
vivía y tuvo ocasión de entrevistarla. El resultado fue una novela, Las esquinas del aire, que sigue el
esquema intentado por A. J. A. Symons con su En busca del barón Corvo y reiterado por Javier Cercas hasta la
saciedad: las andanzas del autor de la biografía importan tanto como la
peripecia vital del biografiado.
Parecía que
tras Las esquinas del aire –donde
incluso se incluía una antología poética– no había más que decir sobre Ana
María Martínez Sagi, un personaje curioso y una escritora muy menor, pero ahora
Juan Manuel de Prada nos sorprende con la edición de La voz sola, más de quinientas páginas dedicadas a recopilar la obra
editada e inédita de la autora.
Al parecer,
según nos cuenta en la nota a la edición, poco antes de morir Martínez Sagi le
entregó “una caja de cartón atestada de cuadernos y carpetas”, indicándole que
en ella encontraría “poesías y prosas, algunas manuscritas, otras
mecanografiadas”, su obra inédita. Le pide que no las publique hasta pasados
quince o veinte años y, en cualquier caso, que no lo haga “mientras esté vivo
el hijo de Elisabeth Mulder. No quiero ofenderle ni alimentar maledicencias que
lo avergüencen”.
¿Realidad o
ficción? En los textos que Juan Manuel de Prada se entremezcla la minuciosa
erudición, como de trabajo académico, con lo que parece novelería: “Leí
ávidamente aquel centón de folios durante los días siguientes, sacudido de
belleza y desconcierto. Ante la prohibición que me había formulado Ana María,
logré arrancarle que me permitiera reelaborar algunos textos allí incluidos
–sobre todo ciertos pasajes de sus Andanzas
de la memoria, que esperamos publicar en breve– e incluirlos en Las esquinas del aire, el libro que por
entonces estaba escribiendo. Ana María accedió a regañadientes a mi petición, a
condición de que no revelase mis fuentes durante el plazo indicado; aunque
entonces todavía no lo adivinaba, su petición me habría de ocasionar decenas de
disgustos y amistades”.
Traduzco la
prosa de Prada al román paladino: la
escritora le entregó, antes de morir, unos textos inéditos en los que hablaba
de sus amores con Elisabeth Mulder, pero le pidió que no los publicara para
evitar maledicencias, pero sin embargo le permitió reelaborarlos y convertir
esos presuntos amores –que puede ser que no existieran más que en su imaginación–
en uno de los morbosos alicientes de Las
esquinas del aire. Curiosa manera de proceder por parte de la escritora,
dudosa manera de respetar la palabra dada por parte del albacea.
Pero aún
hay más. Al parecer la escritora le permitió “reelaborarlos” a condición de que
no indicada sus fuentes y, sin embargo, en su edición de Sinfonía en rojo, prosa y poesía selecta de Elizabeth Mulder,
reproduce amplios fragmentos indicando que proceden de “las memorias inéditas”
de Ana María Martínez Sagi.
Esas
presuntas memorias –escritas con el inconfundible estilo de Juan Manuel de
Prada– son las que esperaríamos encontrar en este nutrido volumen de la
“Colección Obra fundamental” que patrocina el Banco de Santander. Quedan, sin
embargo, para más adelante.
Lo que se
nos ofrece ahora es una amplia selección de sus versos, de muy escaso interés
en la mayoría de los casos. Hay un puñado de poemas no desdeñables –“Rue du
chat qui pêche” tiene el encanto de las Canciones
del suburbio barojianas–, pero la mayoría responden a un muy consabido
sentimentalismo modernista. A Prada lo que más le interesa subrayar son las
huellas de su lesbianismo y de su amor por la autora de Sinfonía en rojo.
El resto
del libro contiene los artículos periodísticos de Ana María Martínez Sagi, que
fue cronista de guerra en el frente de Aragón, y antes muy activa defensora del
deporte femenino. La selección “no pretende ser exhaustiva” afirma Prada,
incurriendo en un oxímoron (si es selección, ¿cómo iba a ser exhaustiva?) que
revela lo contrario de lo que aparentemente afirma: que no hay tal selección,
que reproduce todos los artículos que ha encontrado, bastantes de ellos de nulo
interés, pero que es posible que todavía alguien encuentre más.
Leemos
algunos poemas al azar o algunos artículos (los escritos en catalán aparecen en
versión bilingüe, un trato dado habitualmente solo a los poemas) y nos sorprende
que alguien los haya considerado dignos de ser incluidos en una colección de
“obras fundamentales”.
El escritor
desaforado le juega algunas malas pasadas al investigador esforzado sobre todo
de figuras menores y olvidadas, que también es Juan Manuel de Prada.
Pero aunque
algunos nos sonríamos al tropezarnos con el Prada “estilista” en el bien
documentado prólogo (“Durante un par de meses aguardé en vano su respuesta;
cuando ya mis esperanzas estaban aniquiladas, una voz antigua como el mundo,
muy debilitada o convaleciente, se asomó a mi teléfono, identificándose”), no
debemos olvidar que para él, como para tantos lectores, la literatura consiste
en escribir “los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa” en lugar de
“lo que pasa en la calle”.
¿Por qué
deja para más adelante la publicación de los inéditos que le entregó la
escritora, especialmente sus Andanazas de
la memoria, que ahora define –contradiciéndose: no hay nada que pudiera
alimentar maledicencias– como “un compendio de amables y evocadoras estampas
que no llegan a ser memorias y que rehúyen pudorosamente los aspectos más
tortuosos y trágicos de su vida”?
Yo sospecho
que si continúa ocultándolas es porque quizá pondrían de manifiesto que, en más
de una ocasión, Juan Manuel de Prada nos ha dado gato por liebre, ficción por
investigación, a la hora de hablar de Ana María Martínez Sagi, una escritora
muy menor que él ha convertido en personaje literario del que le cuesta
desentenderse. Obsesión se llama esa figura.
- Desilusionarme
ResponderEliminar- Que no me acepten en ninguna congregación
- Que mi hermano me eche de casa
- Quedarme sin trabajo
© ?