jueves, 10 de febrero de 2022

El enigma Salazar

 

La increíble historia de António Salazar, el dictador que murió dos veces
Marco Ferrari
Traducción de Juan Vivanco Gefaell
Debate. Barcelona, 2021.

Marco Ferrari fue uno de los jóvenes izquierdistas italianos deslumbrados por la Revolución de los Claveles, como tantos otros en aquella Europa de los años setenta. A ella le dedicó un libro, A la revolución en dos caballos, que luego sería llevado al cine (es la última película en la que intervino Francisco Rabal). De esa revolución y de las víctimas de la dictadura vuelve a hablar en este volumen, solo en parte dedicado a la “increíble historia” del dictador, el hombre “que murió dos veces”, según nos indica en el título. El libro está escrito en un ameno tono ensayístico, no exento de imprecisiones. Comienza con una frase muy efectista, como de relato de García Márquez, pero que no se corresponde con la realidad: “El imperio cayó por culpa de Augusto Hilário, un simple y humilde callista”. Lo cierto es que el imperio tardó todavía seis años en caer desde el momento en que Salazar, cuando iba a ser atendido por el callista, se sentó en una silla que cedió y el golpe inició su decadencia física.

            En los años sesenta, Salazar, el dictador perpetuo (como Franco, en España) era una figura pintoresca y de otro tiempo. De austeridad ejemplar, vivía solo, acompañado de un ama de llave, dona María, que se ocupaba de todos los aspectos prácticos de la vida de Salazar desde su juventud. No se permitía el más mínimo despilfarro de las cuentas públicas: en el palacete de Belem, donde residía como jefe del gobierno, había dos contadores: uno para el piso bajo, donde estaba su despacho de jefe de Gobierno, y otro para el piso superior, donde se situaban sus estancias privadas (todos los gastos de estas corrían a su cargo).

            Pero no siempre fue Oliveira Salazar una incomprensible reliquia pintoresca que se mantenía en el poder gracias a la PIDE, la eficaz fuerza represiva del régimen, y ser un eficaz bastión del anticomunismo. Su llegada al poder le diferencia de todos los otros dictadores. No lo obtuvo  por la fuerza, sino por su talento para las finanzas. Los militares que acabaron con la democracia portuguesa (tras el período de inestabilidad que sucedió a la proclamación de la república en 1910) le fueron a buscar a su cátedra de Coímbra en 1926 para que se ocupara del ministerio de Finanzas. Pidió manos libres para ejercerlo. No consiguió la libertad de acción que quería y a los 13 días abandonó el cargo. Le volvieron a llamar e 1928. Su peso en el gobierno sería cada vez mayor, hasta que en 1932 ocupa el cargo de primer ministro, en el que continuaría de manera real hasta 1968 y de manera virtual hasta 1970 (estas son las dos muertes de las que habla Ferrari, sus sucesores le hicieron creer que seguía al mando).

            ¿Cómo pudo un hombre austero, dedicado a los números, sin carisma alguno, ser tenido por la encarnación misma del alma portuguesa? A finales de los años veinte y principios de los treinta, la democracia liberal parecía cosa del pasado. El modelo del nuevo gobernante era entonces Mussolini, a quien pronto surgieron imitadores en los más diversos países, desde Primo de Rivera en España hasta Mustafá Kemal en Turquía. Tendemos a juzgar a Mussolini por su trágico final y por sus desvaríos tras convertirse en marioneta de Hitler, pero en 1932 cuando Emil Ludwig publicó sus Conversaciones con Mussolini, un resonante éxito mundial, era admirado por todos y Churchill llegó a decir que “si fuese italiano, vestiría la camisa negra de los fascistas de Mussolini”.

            En los años treinta, Salazar suscitaba la admiración de buena parte de los intelectuales europeos, comenzando por Paul Valery, que prologaría el libro de António Ferro Salazar El hombre y su obra, que en su versión española fue prologado por Eugenio d’Ors. Hubo un tiempo en que Salazar representaba la nueva política “del espíritu” (la expresión es de Valery) y como tal admirado e imitado por toda la derecha europea.

            El papel que Goebbels, el mago de la propaganda, representó para Hitler, lo representó para Salazar António Ferro, un hombre de Orpheu, el principal órgano de expresión del movimiento vanguardista portugués a cuyo frente estaba Fernando Pessoa.

            Sin Antonio Ferro, Salazar no habría llegado a ser lo que fue. Ferro creó el mito. Comenzó dándole legitimidad ante los monárquicos portugueses al conseguir que el rey, don Manuel II, le elogiara desde su exilio de Londres en una entrevista de 1930: “El señor Oliveira Salazar es un hombre superior, sin duda. Que los portugueses dejen al señor Oliveira Salazar continuar su obra. Él es una esperanza de nuestro resurgimiento económico y el crédito de Portugal en el extranjero gana con su permanencia en la cartera de Finanzas”. Salazar estaba por encima del enfrentamiento entre republicanos y monárquicos, era el nuevo don Sebastián. Al frente del Secretariado de Propaganda Nacional, creado a su imagen y semejanza, António Ferro dio una imagen atractiva, y acorde con los tiempos, del rígido seminarista que fue siempre Salazar. Trajo a Lisboa a Marinetti, a Pirandello, a Maeterlinck, a Unamuno, a Eliot. Fue el quien le dio a Pessoa, su reconocido maestro, el premio por su libro Mensagem, el premio que tan mal sentó a sus jóvenes admiradores, todos ellos antisalazaristas.

            Como una dictadura tan arcaica como la de Salazar, pudo durante un tiempo representar la modernidad de la derecha europea, es un enigma que no nos aclara este libro, pero que resulta mucho más fascinante que las muchas pintorescas anécdotas que en él se contienen.

9 comentarios:

  1. Por los apellidos del traductor, lo supongo hijo de Luis Felipe Vivanco y María Luisa Gefaell.

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  2. Otro libro haría falta. Las relaciones con Franco no eran las mejores posibles,consecuentemente las relaciones de Portugal y España, "back to back" que dirían los ingleses.
    Franco era militar, vencedor de una guerra, caudillo; Salazar no se le podía comparar. Además acogió a Don Juan en su exilio de Estoril.
    Los dictadores civiles no debían ser vistos con buenos ojos por Franco, algo parecido sucede con Peron (tilde en la o).
    Otro libro, pues.
    Victor Menéndez

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  3. Ese libro no hace falta, Víctor. Las relaciones entre ambos dictadores ya están estudiadas y carecen del mayor interés. Lo inexplicable es la admiración de Valery y de Eliot por el primer Salazar.

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  4. Más inexplicable me parece, Martín, que los seguidores de "Orpheu" fuesen antisalazaristas.
    Cada uno lee a Pessoa (y a Ferro) como le da la gana.
    Mejor así.
    Lo de Eliot no me extraña nada.
    Victor Menéndez

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    1. Pues es exactamente así. Copio, de la introducción de Ángel Campos Pámpano a su antología y traducción de Pessoa, "Un corazón de nadie":
      "...comenzaron a circular clandestinamente por Lisboa unos poemillas satíricos antisalazaristas, sin firma, cuyo autor
      no era otro que el poeta de Mensaje. La burla no alcanza sólo al dictador, ese «pobrecillo tiranuelo» que, en su aus-
      teridad «no bebe vino / ni café», pero «se bebe la verdad / y la libertad / con tal agrado / que empiezan a faltar / en el
      mercado», sino que se extiende también a todo el Estado corporativo, al Imperio Colonial, «al consorcio de curas y
      doctores» que ilegalizan el divorcio, etcétera. «Desde el discurso de Salazar –escribe el poeta–, con motivo de la en-
      trega de premios de la Secretaría de Propaganda Nacional, hemos aprendido, los que escribimos, que la regla restricti-
      va de la censura –no hay que decir esto o lo otro– ha sido desde entonces reemplazada por la regla soviética del po-
      der: hay que decir esto o lo otro.»
      No creo que las palabras de FP admitan muchas "lecturas" distintas.

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    2. Las admiten. Se presentó al premio, se sintió muy honrado al recibirlo y no lo rechazó. Muchos de esos textos solo se conocieron póstumante. Polìticamente, Pessoa era bastante contradictorio. Y siempre nacionalista.

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  6. Durante el periodo de entreguerras la derecha europea tuvo una evolución abiertamente conservadora y autoritaria que renegaba del liberalismo del siglo XIX, apostando por fórmulas corporativas, orgánicas, caudillistas etc etc. Antes de Franco, durante la Segunda República, a Gil Robles le conocían sus seguidores como "el jefe" y hasta "el caudillo." Gil Robles era un corporativista católico como Salazar o Dolfuss, el diminuto canciller austríaco que aplastó a cañonazos a los socialistas vieneses, implantó un estado "cristiano"=dictadura y fue liquidado finalmente por los nazis. Este era el modelo a seguir para una derecha autoritaria que no era exactamente fascista porque el fascismo le quedaba a la izquierda por su populismo y aire modernizante. Los mejores ejemplos para ella eran Primo de Rivera padre, Salazar, Dolfuss, Metaxas o Antonescu. Salazar era el ideal: un conservador piadoso que había liquidado la débil democracia portuguesa y establecido un "Estado novo" que era lo más viejo del mundo. Una dictadura paternalista que necesitaba relativamente de poca represión para controlar a una sociedad subdesarrollada y desmovilizada como la portuguesa. El franquismo era todavía más reaccionario que el salazarismo y mucho más brutal como producto de una guerra civil. Gil Robles elogiaba a Salazar, Franco también, Maurras elogiaba a Franco, Churchill a Mussolini y hasta a Hitler, Madariaga en 1935 apostaba por un régimen autoritario y corporativo sin sufragio universal ("Anarquía a jerarquía") y Ortega y Gasset defendía un gran "partido nacional" por encima de las clases sociales. Era el ambiente reaccionario de la época, que contagió incluso a ilustres liberales-conservadores. Había que meter en cintura a las masas rebeldes. Estaba, además, el miedo al comunismo. Pero sobre todo era el miedo a la democracia. El caso Hitler era algo distinto por las evidentes dimensiones revolucionarias del nazismo, pero la derecha española saludó alborozada su ascenso al poder en 1933. Maeztu escribió algunos artículos delirantes elogiando al superhombre Adolf. Y Gil Robles visitó la Alemania nazi en septiembre de 1933 para aprender propaganda. Volvió exultante y escribió un artículo titulado "Antidemocracia" que merece pasar con nota a las páginas escogidas de la ultraderecha española.

    De las ideas políticas de Pessoa escribió algunas cosas interesantes Raúl Morodo, que creo fue embajador español en Lisboa. Le considera un precursor de las revoluciones nacionales. O sea, de la derecha autoritaria. También insiste en su nacionalismo mesiánico. Pero, como indica JLGM, Pessoa era contradictorio, porque, a la vez, era un defensor del Estado mínimo, anglófilo (como Salazar), individualista, y prácticamente un anarquista de derechas. Recuérdese su magnífico cuento "El banquero anarquista." Digamos que el genial poeta fue un rompeolas de todas las derechas autoritarias de su momento, pero con un curioso, y desconcertante, espíritu libertario.

    Un cordial saludo.

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