La mirada quieta
(de Pérez Galdós)
Mario Vargas Llosa
Alfaguara. Madrid,
2022.
Sorprende que un libro dedicado a Benito Pérez Galdós
comience con esta rotunda afirmación. “Tengo a Javier Cercas por uno de los
mayores escritores de nuestra lengua”. Al protagonista del libro, en cambio, se
le regatean todos los méritos: escribe mal con bastante frecuencia, le sobran
páginas, apenas corrige lo que escribe, publica la primera versión de sus
novelas cuando debía haber publicado la cuarta o la quinta, no aprendió la
lección de Flaubert sobre el narrador omnisciente e invisible y por eso fue, ya
en su tiempo, un novelista anticuado.
A Vargas
Llosa no le gusta Galdós, aunque haya dedicado largos meses a leer su obra por
entero. Tampoco le gusta Proust y, sin complejo alguno, así lo declara en la
misma página en que confiesa su fervor por Cercas: “Confieso que lo he leído a
remolones; me costó trabajo terminar En busca del tiempo perdido, obra
interminable, y lo hice a duras penas, disgustado por sus larguísimas frases,
la frivolidad de su autor, su mundo pequeñito y egoísta, y, sobre todo, sus
paredes de corcho, construidas para no distraerse oyendo los ruidos del mundo,
que a mí me gustan tanto”.
Para gustos
se hicieron autores y no vamos a discutir los de Vargas Llosa. Lo malo es
cuando intenta razonarlos y hacer crítica literaria. Subraya, como mérito mayor
de Cercas, que es un valiente: “Quiere su tierra catalana, vive en ella y,
cuando escribe artículos políticos criticando la demagogia independentista, es
convincente e inobjetable”.
A Galdós,
en cambio, desde ese punto de vista se le pueden hacer múltiples objeciones: no
comparte las ideas de Vargas Llosas sobre el liberalismo económico, la belleza
y el arte de las corridas de toros, la utilidad de los usureros (un oficio que
Vargas Llosa considera “condenado por la Biblia”). Incluso llega a escribir que
el rechazo de los prestamistas es “una aberración histórica que, sin embargo,
llegó a estar bien asentada en España, principalmente por culpa de las
enseñanzas de la Iglesia. Ella impidió a este país desarrollar su economía,
como hacían otras naciones europeas, menos prejuiciosas respecto al comercio y
a la modernidad, más abiertas al progreso que el pueblo español”.
El panfleto
político se entremezcla en La mirada quieta con la crítica valorativa..
Abundan los juicios despectivos sobre las obras de Galdós: las novelas sobre
Torquemada “están escritas apresuradamente y no valen gran cosa”; Gloria “cuenta
una historia sin pies ni cabeza”; Miau “destaca más por sus defectos que
por sus aciertos”. A pesar de todo, termina concediéndole que fue “un gran
escritor”, sobre todo si se le compara con los escritores de su tiempo, un
tiempo —el siglo XIX, el
comienzo del siglo XX— en el que no hay en España grandes escritores, “con
excepción de un Valle-Inclán o de un Azorín”.
Para escribir su libro sobre Galdós,
Vargas Llosa, que lo desconocía casi por entero (afirma solo haber leído Fortunata
y Jacinta en su juventud), decidió leer pacientemente toda su obra
completa, desde la primera página hasta la última, exceptuando solo los
artículos periodísticos. Ese atracón explica en buena parte el rechazo. La
literatura no se lee así: cada obra literaria requiere su momento y, a un autor
de otro tiempo y de obra abundante, no resulta adecuado leerle completo y de un
tirón. ¿Quién no acabaría odiando a Lope de Vega si leyera todas sus piezas
teatrales una tras otra?
No distingue Vargas Llosa, al estudiar a Galdós, entre las
obras de aprendizaje —La sombra, El audaz—, las novelas de la primera
época —sus polémicas novelas de tesis— y las novelas contemporáneas, que son
las que le ponen a la cabeza de los narradores de su tiempo. Tampoco diferencia
entre las dos primeras series de los Episodios Nacionales —que pueden
considerarse como una obra unitaria y así las consideró el autor— y las series
posteriores, de muy distinta intención y estética. Unamuno señaló que la
tercera serie, iniciada en 1898, estaba influida por su novela Paz en la
guerra y su concepción de la intrahistoria (y por eso los grandes sucesos
históricos ocupan a menudo un lugar secundario).
La misma aplicación que a las novelas dedica a las obras de
teatro, que descalifica en su mayoría, pero no sin antes contarnos minuciosa y
tediosamente su argumento.
Los razonamientos literarios de
Vargas Llosa son, cuando menos, peregrinos: “los guiones teatrales no sirven de
gran cosa, salvo que tengan gran calidad literaria, como los de Shakespeare y
Molière, y, entre los más modernos, los de Bertolt Brecht o Samuel Beckett, por
citar a dos autores contradictorios, porque en ese estado se hallan
inconclusos; su vocación natural es convertirse en espectáculos”. Por eso solo
se ocupa “de las obras teatrales representadas de Benito Pérez Galdós y no de
los guiones que nunca subieron a las tablas”. Aunque las obras teatrales de
Galdós hace tiempo que no se representan, Vargas Llosa sorprendentemente habla
de ellas como si estuvieran en cartelera: “Voluntad se deja ver,
entretiene y hace pasar un buen rato a quienes se llegan a verla”.
Vargas Llosa da con frecuencia la
impresión de que no entiende lo que lee. La de Bringas, nos dice,
“comienza con la bella descripción de un mausoleo que ha fabricado don
Francisco Bringas”, quien se dedicaría a “fabricar cenotafios, a los que añade
una buena ración de pelos como contribución personal”. No, lo que hace es
representar con pelo de familiares difuntos, como estaba de moda entonces, una
estampa sepulcral para regalar a una persona de su consideración.
No se entera de que El doctor
Centeno no es una novela “bastante descoyuntada”, sino episódica porque su
protagonista, como el Lazarillo, es mozo de muchos amos. Se le escapa la
referencia al Buscón en la primera parte y la relación de la segunda con
La educación sentimental, de su admirado Flaubert. También el homenaje
al Licenciado Vidriera, el uso del estilo indirecto libre (ya empleado
en La desheredada) y que se anticipa a Henry James en narrar en tercera
persona, pero con el punto de vista de un personaje (véase como se nos cuenta la
seducción de Amparo, luego protagonista de Tormento, por Pedro Polo).
Insiste mucho Vargas Llosa, desde el
título del libro, en la “mirada quieta” de Galdós que inmoviliza la acción en
una especie de sucesivas fotografías. Él mismo lo desmiente al referirse al
recorrido que, en La fontana de oro, “hace Clara, de noche, por un
Madrid proceloso y exaltado, lleno de pícaros y mendigos, donde nadie quiere
darle la dirección que busca, y en la que incluso un curita fornicario trata de
abusar de ella”. Jesús Munárriz titula —bien significativamente—“Traveling de
la calle de Toledo” uno de los fragmentos seleccionados en Páginas
magistrales, su selección de fragmentos que acreditan a Galdós, contra lo
que quiere el tópico, como un maestro del estilo.
Sería interminable una enumeración
de los disparates de Vargas Llosa, sale a casi uno por página: a Emilia Pardo
Bazán la llama “diablillo lujurioso”, a propósito de la utilización por Galdós
del diálogo teatral en algún capítulo de sus novelas dice que “ya se utiliza en
el Ulises”; insiste en que Galdós no es un renovador teatral, pero sí
Jardiel Poncela (y dedica un párrafo a reivindicarlo); le reprocha el uso de
los pronombres átonos pospuestos en lugar de antepuestos al verbo (“díjome” en
lugar de “me dijo”), sin darse cuenta de que es un uso habitual en la época; le
acusa de burlarse de los personajes por hacerles hablar en “jerga”, esto es,
por tratar de reproducir su forma incorrecta de expresarse, algo propio de toda
la narrativa naturalista y uno de los mayores logros de Galdós. Otros errores: incluye
La razón de la sinrazón, que es la última novela de Galdós, entre sus
obras teatrales, y se olvida de La loca de la casa. ¿Para qué seguir?
Sería el cuento de nunca acabar. Más le habría valido a Vargas Llosa entretener
sus ocios con la lectura completa y el estudio libro a libro de su admirado
Javier Cercas. Y confiemos en que en un próximo ensayo no se dedique a ajustar
cuentas con el “frívolo” Proust.
¡Vay tunda! Un libro menos que leer. Te has ganado otro enemigo. No me queda claro a qué viene la referencia a Cercas. ¿Tiene que ver con aquella polémica con Muñoz Molina a propósito de Galdós?
ResponderEliminarA saber a qué viene la oportunidad de este libro que yo no pienso leer.
ResponderEliminarCon pocas excepciones, los escritores sudamericanos de la segunda mitad del siglo XX despreciaban la literatura realista y naturalista, y no sólo española, también Miguel Angel Asturias.
El tiempo pone a cada uno en su sitio.
Victor Menendez
Excelente reseña, José Luís. Al leerla, advierto que se ajusta a la impresión que me ha dado, invariablemente, cuanto ha escrito Vargas Llosa de un tiempo a esta parte. Es desconcertante, se lo lee y se prueba que es pura y simplemente imposible acordar con muchas de sus opiniones simplemente porque son simplificadoras, arbitrarias hasta el capricho… Su libro sobre Borges es otro ejemplo de lo mismo. Yo encuentro que le falta esa forma de clara simpatía o amor que Thomas Mann veía que puede ser compatible con el más firme pesimismo en el sentir y en la visión de quien escribe, pero que, si está ausente de su crítica, la priva de más de un grano de verdad. Es lo que advertía en Spengler, con cuyas aserciones tantas veces acuerda, pero sin poder darle plenamente la razón más allá de la letra.
ResponderEliminarMuchos juicios de Vargas Llosa no pasan de mezquinos desahogos inapelables.
Saludos desde (la otra) Córdoba.
S. Sánchez
Magnífica reseña. Vargas prefiere a Cercas y desprecia a Galdós. Que Dios misericordioso le conserve la vida, ya que no el entendimiento.
ResponderEliminarEs una gozada leer estas críticas tan agudas, certeras y razonadas, donde mi admirado JLGM brilla de tal manera que no solamente nos ilustra sobre las pamplinas del 'echao palante' Vargas Llosa, sino que además lo hace al modo ilustrado, esto es, deleitando (en mi caso el deleite va también de la mano del desternillamiento).
ResponderEliminarLuis, efectivamente yo también me lo he pasado pipa leyéndola. Es una crítica antológica. Bravísimo! Jaime
ResponderEliminarComo no pienso leerlo, ni menos comprarlo, pregunto: ¿Cita el poema de Cernuda sobre Galdós por algún lado? Simple curiosidad.
ResponderEliminarNo, no lo cita por ninguna parte. Quizá no lo conozca.
ResponderEliminarAlgunas perlas más del excelso don Mario sobre Galdós. "Galdós nunca hubiera retratado en sus novelas a un monstruo (sic) como Putin." No debió leer "El terror de 1824." Otra: "No sé si Galdós merecía el premio Nobel." Los Vargas Llosa de su tiempo lo tuvieron más claro e intrigaron debidamente para que Galdós nunca obtuviera el premio. Y lo consiguieron. Lo mismo que un siglo después promocionaron al gran liberal peruano, con más éxito y dinero público mediante. El liberalismo madrileño es así.
ResponderEliminarA mí no me encanta Galdós, aunque por motivos distintos que a V Llosa. Su forma de narrar, tan convencional, tiende a aburrirme. Pero comprendo que la crítica de Llosa está descarriada. Me pasma que no le guste Proust, un grande entre los grandes. Y que califique a Cercas de uno de "los mayores" en castellano es ya puro delirio. Tanto que he pensado "hablará de la edad?". Pero no, claro, Cercas no es ningún viejo.
ResponderEliminarLo peor, quizás, calificar a Pardo Bazán de diablo lujurioso. Está entre lo deprimente y lo ofensivo. Parece que no salimos de la misma basura ideológica de siglos, donde la buena salud sexual de la mujer se tacha de lujuria, y para la que goza de ella siempre está presto el añejo, pero inextinguible, adjetivo de cuatro letras. Esto sí que es "la mirada quieta", la de V Llosa.
Estoy leyendo "La fontana de oro", 1870, la primera gran novela de Galdós, publicada cuando tenía 27 años. Una maravilla. Como novela y como documento histórico. Para enterarse de los verdaderos orígenes del liberalismo español hay que leer esta joya y olvidarse de las chorradas reaccionarias de don Mario. Por cierto, qué sentido del humor maravilloso tenía Galdós. Comparable al de Dickens. Y qué humanidad para entender a todos sus personajes como personas sometidas a las inclemencias del tiempo, fueran o no de de su cuerda ideológica. Piedad cristiana y liberalismo auténtico. Qué sabrá de eso el marido de la Preysler.
ResponderEliminarNunca es tarde para leer a Galdós. Enhorabuena. Durante el largo confinamiento releí las tres primeras series de los Episodios y me pareció un descubrimiento. No recordaba nada de la primera lectura en los años de Facultad. A MVLL le pasa lo que a un amigo mio: todo lo que no suene a Flaubert o Faulkner no le interesa
EliminarLos escritores partidistas le dan un tiro en el pié a su credibilidad como críticos. Son juez y parte.
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