jueves, 28 de abril de 2022

El drama universal

  

El delito mayor
Francisco Alba
Trabe. Oviedo, 2022.

Hay libros que nos cortan el aliento. El delito mayor, de Francisco Alba, es uno de ellos. El título remite a Calderón: “porque el delito mayor / del hombre es haber nacido”. Pocas veces se ha expresado una visión tan desoladora de la existencia humana, aunque de Schopenhauer a Cioran haya tantos ejemplos anteriores. Y se hace, no de una manera abstracta, con grandes palabras, sino con elementos muy concretos y casi costumbristas, con mezcla constante de los varios registros del lenguaje, incurriendo a menudo en el humor negro y el sarcasmo.

            Apenas se deja un momento de respiro al lector. El libro ha de irse leyendo poco a poco, saliendo a respirar aire libre, o más placenteras lecturas, entre un poema y otro. Abundan las referencias culturales tanto como las experienciales, Hegel alterna con Josefa la vieyina, Trubia con Vladivostok. “Apocalipsis barato” se titula uno de los poemas y un ambiente apocalíptico, de fin del mundo, caracteriza a muchos de ellos. El texto inicial,  “Principios de economía política”, termina con estos versos definitorios: “De la civilización terrestre, ¿qué diremos? / Que dejará residuos nucleares y un vibrador de látex”.

             Frente al decir desparramado, hiriente, sorprendente, de la mayoría de los poemas sorprende la concisión de unos pocos, como “Mare serenitatis”, que reduce la historia de la Tierra a tres momentos: “Día primero: / la luz de la estrella / la playa desierta / solo agua y arena. // Día segundo: / tú que ahora mismo / estás leyendo esto / Complicación inútil. // Día tercero: / La luz de la estrella / Los mares desbocados / Ningún latido. Rocas”.

            Desnudo lirismo hay en “Fugaz estela”, que habla de un amor que existió desde el principio del mundo: “Te conocí mucho antes de nacer / no dejamos ni huella en el sendero / —no había soledad, no había sendero— / No había ni extensión ni temporalidad”. Y la poesía de la aventura, la nostalgia de los grandes viajes del tiempo de los exploradores, asoma en “Barco ruso en el puerto de Avilés”: “Ese buque en el muelle / es tan hermoso / como el signo duro / de la lengua rusa. / En la amura está escrito  / su nombre en ruso: Tierra del Norte. / Tiene (lo estoy viendo todavía) esa quietud tan rusa / de las cosas que mueren / lentamente / que regresan despacio / disgregándose / al mar de lo indistinto, al más profundo / seno de la materia”.

            Gusta Francisco Alba de entremezclar en sus versos algún conocido verso ajeno. “Canción prenatal” comienza remitiendo a César Vallejo (uno de sus maestros) y entremezclando la desolación existencial con la crítica de la sociedad contemporánea: “Considerando en frío imparcialmente / a la mujer encinta / ¿Veis a ese cuerpo en posición fetal? / ¡Hola, criatura, cómo estás! / Dime en qué barrio vive tu mamá / y yo te contaré tu porvenir”. Los versos finales juegan, como todo el libro, con el dictum de Sófocles (“No haber nacido es lo mejor que le puede ocurrir al hombre”): “El precipicio es el nacimiento. / En este mundo de francotiradores / a punto estás de hacer una locura / Asomar la cabeza”.

            En el poema siguiente, las “corrientes aguas, puras, cristalinas” de Garcilaso se utilizan “para refrigerar el núcleo del reactor”. Pero las referencias culturales de Francisco Alba van más allá de las habituales lecturas poéticas: las alusiones a la ciencia y a la filosofía, a menudo sarcásticas, son constantes. “Only gentuza” descalifica ya desde el título a los científicos del siglo XX: “Fueron cayendo uno a uno / en ciudades ardiendo o al otro lado del océano / los alucinantes sabios de Brecht / Demócrito y Arquímedes les miran / con asombro desde la nada trágica / La materia se ahoga en el mar de Dirac”.

            Un libro de tonos muy diversos y lleno de sorpresas expresivas El delito mayor, en el que la caótica puntuación, que no dificulta la inteligibilidad, acentúa la sensación de desorden que el autor quiere transmitir.

            Uno de los más extensos poemas del libro, “Pravda querida”, describe, con muchos nombres propios, con precisión extrema, un mundo rural ya desaparecido y que no se parecía en nada al idílico que la nostalgia nos quiere mostrar. “Ancha es Manchuria” —otro juego de palabras— se aproxima a la prosa y al collage periodístico para dar su versión propia de un viejo tópico: la amenaza China.

            En el centro del volumen, dos poemas, “Carmen” y “Unfallstelle” (podría traducirse como “el lugar del crimen”), aluden a un acontecimiento trágico en la vida del autor que ejemplifica como ningún otro lo que de absurdo hay en la existencia humana: “A pocos metros de donde tú caíste / hay un tumulto de terrazas donde el vulgo habla de la peste / y carteles que invitan a tomarse / el primer café del día con una sonrisa / Los vecinos de este edificio decoran en Navidad sus ventanas / Que sepan que viven dentro de un patíbulo”.

            Sorprende siempre Francisco Alba, desasosiega, inquieta, nos hace sonreír a veces para helarnos enseguida la sonrisa en los labios. Con hojas dispersas de la enciclopedia, con materiales de desecho, con basura sideral construye un monumento a “la desnudez total de nuestra nada”, como un Leopardi que hubiera leído a Eliot y conociera los programas basura de la televisión, telediarios incluidos.

           

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