Nocturno casi
Lorenzo Oliván
Tusquets. Barcelona, 2014
No sabemos si Lorenzo Oliván, al igual que Juan Ramón Jiménez –uno de sus primeros y más admirados maestros–, ha renunciado a sus libros iniciales y sentido la tentación de ir destruyendo los ejemplares que encuentra. Lo que sí sabemos es que algunos de sus lectores, ante el hermetismo de su obra última, echan de menos el ingenio, la brillantez formal y la directa emoción de Único norte o La eterna novedad del mundo.
Lorenzo Oliván ha pasado de ser un poeta fácil, que se entrega incluso en una distraída lectura, a ser otro que requiere toda nuestra atención, que no entiende la poesía como un simple desahogo sentimental, sino como un riguroso ejercicio del pensamiento. Al contrario que otros compañeros de generación, no ha querido limitarse a lo consabido y aplaudido y ha pretendido ir más allá.
Pero el poeta sigue siendo el mismo en lo fundamental. Es la suya una poesía de la meditación, pero construida a través de la mirada, no de abstracciones y vaguedades pseudofilosóficas.
Al trasluz de sus versos se ve la “marca de agua” de un poeta que ha ido creciendo sin renunciar a sus raíces. Así, el poema “Azul luz irreal”, que lleva al comienzo una cita de Wallace Stevens, constituye una variación, una espléndida variación, de un conocido soneto de Gerardo Diego en el que la luz se vuelve “diafanidad de ausencia vespertina”, anuncio de una revelación. También la “azul luz irreal sobre la nieve” convierte a la ciudad en escenario “de una inminente representación”. En el terceto final del soneto “vivo latir de Dios nos goteaba, / risa y charla de Dios libre y desnuda”, mientras un pájaro canta celebrando el prodigio; en el poema de Oliván, “tímida y deshaciéndose de lastre, / cae al final, / muy al final, / la noche”. Y cae de rodillas. “Juro que de rodillas”, afirma el último verso. En uno y otro poema asistimos a una “Revelación” (así se titula el soneto de Gerardo Diego) encarnada en un especial paisaje.
Otro poema, “Canícula”, puede relacionarse con un poema famoso de Juan Ramón Jiménez. El poeta convaleciente siente la caricia del sol: “Como un perro de luz lames mi lecho blanco, / y yo pierdo mi mano por tu pelo de oro, caída de cansancio”. En el poema de Oliván un rayo de la luz de fuera se filtra en el cuarto en penumbra en que escribe: “Contemplo en el asombro de mi carne / esta misericordia de la luz, / su domesticación jamás innoble, / perro que lame a aquel en quien confía”.
No pretenden disminuir estas comparaciones la originalidad del poeta. Sirven, por el contrario, para subrayarla. Lo mismo que ocurriría si ponemos en relación los poemas dedicados al tren por Antonio Machado con los que Lorenzo Oliván dedica al mismo tema. Así comienza “El ojo”: “Todo son pasajeros, pasajeros / al tren, tiznada aurora / y horizontes / de vías, punto en fuga a la ciudad”. Y en “El viaje”, al machadiano ajetreo de “maletas y corazones” en un vagón de tercera, se contrapone el traqueteo que “criba toda el alma, / limpia rítmicamente / impurezas” y trae al pensamiento “lo más alado y grácil que hay en él”. Más evidente resulta la relación –sin mimetismo alguno– de un poema como “Piña” y el Claudio Rodríguez de “Gorrión” o de “La espuma”.
La experiencia amorosa, tan presente en la poesía primera de Oliván, tampoco falta en este libro en el que el poeta sigue siendo el mismo, pero cernido y acendrado, aunque a menudo juegue a fingirse otro. “Casual” comienza preguntándose “cuánto de azar y de destino / hay en cada poema” y termina tratando de fijar la belleza “con una sola imagen” fugaz, sin nexos ni raíces: “tú mordiste tus labios levemente / y a partir de ese instante tus palabras / no dijeron lo mismo que decían”. En “Unidad” un encuentro erótico en la playa nocturna resulta el inevitable colofón del anhelo de unidad de la arena, las aguas y los astros.
La poética de Lorenzo Oliván se expresa en el poema “Anclaje”. El poeta trabaja con el aire, los silencios y las sombras; corre el riesgo de que “lo sutil y lo huidizo” de la poesía le arrastre a la inexistencia, le convierta en fantasma. Por eso necesita “llegar al hueso de las cosas” para encontrar un “anclaje férreo” en lo real.
Los mejores poemas de Lorenzo Oliván no pierden nunca ese anclaje con el mundo externo, aunque sometan a una extrema alquimia los datos de los sentidos –de la vista, sobre todo: el ojo es protagonista– o la anécdota experiencial o culturalista (hay un homenaje a Ornette Coleman y otro a Mark Rothko).
Dos poemas satíricos nos muestran su capacidad para el epigrama. “Festín de sombras” es uno de ellos: “En sombras, / con su hocico a ras del suelo, / roen meticulosamente el aire / de febril humedad y ávido moho / que habita en la calumnia”. El otro, más breve, una pequeña obra maestra, se titula “Apunte para un retrato”.
Cierto que no todos los poemas están a la misma altura, como no podía ser de otra manera. Cierto que algunos –especialmente los poemas en prosa– muestran una cierta proclividad a confundir desleída vaguedad con hondura conceptual, pero en lo fundamental Lorenzo Oliván sigue siendo fiel a la rosa juanramoniana de sus comienzos, ahora metamorfoseada en “la rosa de los vientos / ebria y quieta / libre y presa a la vez / de todos los contrarios”.
"...extrema alquimia los datos de los sentidos". Se ve muy bien en este poema suyo (no es fácil escribir un poema sobre música, pues la música utiliza materiales más perfectos que el lenguaje verbal), que tenemos incluido en ZdeP, y que a mí por lo menos me traslada inmediatamente a un club de jazz de una noche guardada en mi memoria:
ResponderEliminarQuisiera perseguir lo que persigues,
ver las curvas del aire desde dentro
-el alma de qué piel-,
tocarlas como a un cuerpo que se forma
delante de mis propias manos ávidas
y dar salida al insistente ritmo
de la vida que brota
en sucesión
sin fin.
¿Persiste en este mundo
el aliento primero, el de su origen?
¿La inicial ebriedad de las esferas
se mira ahora en ebriedad de alcohol,
y de música humana
y de tabaco?
Sensual constelación
del humo acariciándose,
abstraído de sí,
fundido en son de jazz,
sé tú mi órbita.
Llévame en tu espiral, envuélveme
en tu armonioso anillo, álzame al ala
intacta, en que adivine
una nueva versión del paraíso,
abierto a un acuciante desear,
donde el soplo de dios vibra en un saxo
y alguien busca
y encuentra
tu amor
serpiente.
Yo, que suelo leer con ganas todos los comentarios, le diría a la Sra. Suárez que no nos aburra con sus antologías, que este no es el contexto adecuado para hacerlas. Aproveche la benevolencia de Martín para verter pensamiento original y no copi-pegar tanto. Los versos finales que él incluye ya han sido elixir suficiente para nuestro paladar.
EliminarNo sé si la mayor frecuencia reciente de estos comentarios es un espejismo de mi memoria, se debe sólo a un azar de las lecturas o es indicio de un cambio de intención persistente. En todo caso, se agradece de veras.
ResponderEliminarTiene una explicación esta abundancia última. Resulta que, en un caso (el de Gaziel), el libro reseñado ya lo había reseñado otro crítico en el periódico y tuve que comentar otro. Pero no volverá a ocurrir. Un libro a la semana es bastante para la paciencia (que agradezco) de mis lectores. Es grande, pero no infinita.
ResponderEliminarJLGM
Juro por todo lo jurable que la mía da para bastante más. Y sé que no soy el único. En todo caso, ya digo, se agradece; y, por mí, puede JLGM poner a prueba cuanto desee la tal paciencia. Antes se cansará él de escribir que yo de leer, disfrutar con la lectura y aprender lo que pueda. Eso seguro.
ResponderEliminarPues me han dado ganas de pillarlo.
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