Un viejo estanque
Edición de Susana
Benet y Frutos Soriano
El haiku, la estrofa-poema japonesa de solo diecisiete
sílabas que alguien ha definido como el soneto de los haraganes –y que quizá
sería mejor calificar como el soneto de los contemplativos–, es algo más que
una composición poética: una visión del mundo.
En lengua
española se comenzó a cultivar a finales del modernismo y tuvo una primera moda
en los años veinte, coincidiendo con el auge de las vanguardias. Ni Juan Ramón
Jiménez ni Antonio Machado (“Junto al agua negra, / olor de mar y jazmines. /
Noche malagueña”) fueron inmunes a ella, pero la interpretaron aproximándola a
la poesía popular española. Otros poetas, siguiendo la moda del momento, la
confundieron con la greguería. Y algo en común tienen haikus y greguerías,
ciertamente, pero no el rebuscado ingenio, sino la mirada desprejuiciada e
ingenua sobre la realidad.
La moda del
haiku ha vuelto a cobrar fuerza en las últimas décadas, unida a la de otro
género breve, el microrrelato, y a ambas les ha dado impulso la existencia de
Internet, que permite grupos de aficionados al margen de la distancia y el
contacto personal.
En una
página web, El rincón del haiku, se
encuentra el origen de Un viejo estanque,
que a pesar de subtitularse “antología del haiku contemporáneo en español”,
tiene tanto de centón como de antología. En esa página surgió la idea, de ella
proceden muchos de los textos seleccionados, escritos tanto por poetas
“profesionales” –digámoslo así– como por aficionados. Es muy probable que el
lector de poesía, incluso el buen conocedor de la poesía contemporánea, no haya
oído nunca nombrar a la mayoría de los autores antologados, casi un centenar y
medio. Algunos nombres sí que le resultarán familiares –Luis Antonio de
Villena, Jenaro Talens, Andrés Trapiello–, pero las muestras que de ellos se
nos ofrecen no destacan especialmente en el conjunto. Y echamos en falta a
algún brillante cultivador del haiku, a la par que de las estrofas
tradicionales, Luis Alberto de Cuenca.
En ningún
otro género poético sería posible una antología como esta, llena de nombres
desconocidos y de piezas memorables. Los cultivadores del haiku parecen jugar
en una liga especial a la del resto de los poetas. Algunos de ellos solo han
escrito, o solo han publicado, haikus, como es el caso de Emilio Gavilanes, de
quien acaba de aparecer su segundo libro, El
gran silencio, en la misma colección que publica Un viejo estanque. Abundan en ese libro los haikus memorables: “Se
rompió el hilo. / Cada vez más lejanos / cometa y niño”, “En la hoja seca / que
arrastra el río / viaja una hormiga”.
El haiku,
debido a su brevedad, tiende a ser impersonal, intercambiable entre un poeta y
otro. Los mejores haikus tienen algo de “art trouvé”, de objeto encontrado,
parece que se han escrito solos, que son obra del azar. Y ciertamente el azar
combinatorio, la escritura automática, pueden ofrecer hallazgos sorprendentes.
Los haikus dan la impresión de que se escriben solos, como las buenas
instantáneas se hacen en un abrir y cerrar de ojos.
Y es que
los haikus, como todas las obras literarias, pero ellos muy especialmente, requieren
la colaboración con el lector. Una colaboración tan grande que incluso puede llegar
a decirse que es el lector el verdadero autor. Por eso para muchos lectores,
incapaces de ver más allá de unas pocas palabras, a menudo las mismas, una
colección de haikus no pasa de un amontonamiento de naderías.
Y no es que
falten las naderías, las trivialidades, en cualquier colección de haikus. No
escasean, ciertamente, en Un viejo
estanque, a veces firmadas por poetas conocidos.
Al lector
le corresponde hacer su antología en esta nutrida recopilación de más de medio
millar de mínimos poemas. Conviene prescindir, al menos en un primer momento de
los nombres. Hojear acá y allá hasta dar con el milagro, y luego dejarle su
tiempo, no anular de inmediato ese deslumbramiento con otros: “Apenas nada, /
ese jirón de niebla / desvaneciéndose”, “Para el aroma / nocturno del jazmín /
no hay alambradas”, “Aire de haiku / la luna tras las ramas / le da a la tarde”,
“Un perro pisa / la luna y la deshace. / Charco de lluvia”.
La luna, la
nieve, la lluvia, las mariposas son
protagonistas habituales de los haikus, pero cualquier aspecto de la
realidad cotidiana, para el que sabe mirar, para el que sabe escuchar los
silencios, puede convertirse en haiku: “En el café / el espejo y la anciana /
ya no se miran”, “De la mesa del pobre / caen unas migas, / festín de hormigas”,
“Pinta en el coche / sucio de su vecina / un corazón”.
En una
primera lectura los haikus parecen intercambiables de un autor a otro (y en
muchos casos así es: representan menos una personalidad que una tradición),
pero una lectura más atenta nos permite ir distinguiendo estilos, formas de ver
el mundo. Los de Jesús Aguado recrean el mundo de la India , que conoce bien:
“Hilan los saris / en la calle con cerdos. / Basura y seda”. Andrés Newman le
da a los suyos una atmósfera urbana, y en los mejores acierta a enlazar con los
tradicionales: “Persecución. / En el retrovisor / la luna llena”. Susana Benet,
antóloga que no ha querido (en contra de la mala costumbre habitual)
antologarse a sí misma, prefiere tomar como tema la doméstica cotidianidad: “Pelo
patatas. / Del día solo quedan / mondas de hastío”.
Un libro
para leer sin prisa, para leerlo una y otra vez sin terminar de leerlo nunca,
en el que están muy cerca la nadería y la sorpresa, la trivialidad y el
milagro. Tan cerca, que a veces es el mismo poema el que brilla o se apaga
según el estado de ánimo del lector. El haiku ya lo hemos dicho es algo más que
un género poético. Es un estado de ánimo, una visión del mundo y, además,
conviene advertirlo, resulta sumamente contagioso. Será raro el lector que no
acabe anotando un haiku propio en los márgenes de Un viejo estanque. Y quien hace un haiku hace un ciento.
Me ha gustado especialmente el de
ResponderEliminarPersecución.
En el retrovisor
la luna llena.
Me ha recordado un poema de Terencio Formenti, que no es un haiku pero sí:
cae
la primera gota
en el parabrisas
atentas...
las otras
se abren camino
ahora
como locas...
corren
se rozan
se acarician
se aman
pequeñas gotas
en el parabrisas
Un saludo. Considero interesante y acertado el artículo. Quizás sería justo mencionar la gran labor de Frutos Soriano al que muchos haijin consideramos como el resucitador del haiku en España.
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo.
EliminarGracias por el artículo. Estoy de acuerdo con lo dicho sobre Frutos y su gran labor que hace día tras día en Albacete. La cuna del haiku en España.
ResponderEliminarDejo un enlace donde hay haikus incluidos en la antología y que han sido traducidos al japonés por Vicente Haya. Uno de los mejores expertos en haiku que hay actualmente en España
http://blogs.periodistadigital.com/elalmadelhaiku.php?blog=355&cat=11131&page=1&disp=posts&paged=5
Un saludo
También coincido en la importancia de Frutos Soriano.
ResponderEliminarJLGM
Me sumo al comentario sobre Frutos. Yo comencé a escribir haikus al conmoverme una colección de los suyos hace años. Y en efecto, tratar de conocer y estudiar ese mundo ha sido y es una estupenda aventura. Y una cosa de la que no se suele hablar mucho, considero que el haiku puede resultar un gran beneficio para el estilo de cualquier poeta porque lo enriquece con un nuevo ángulo de la mirada sobre las cosas y enseña a embridar el verbo. Gracias José Luis.
ResponderEliminarEn la página web citada hay una antología del año 2001, http://www.elrincondelhaiku.org/int_tab_01au.php, que recoge entre otros míos este haiku: 'Tiempo de olvido: / lejanas las cometas, / dentro los hilos'. Lo he recordado al leer este otro: 'Se rompió el hilo. / Cada vez más lejanos / cometa y niño'. Ignoro si hay relación entre ambos.
ResponderEliminarAlguien comentaba desde este otro enlace http://www.lne.es/cultura/2014/02/03/trivialidades-milagros/1537266.html que por qué en una antología como esta no se había incluido a Mario Benedetti, que aún no siendo sus haikus de su agrado, no se le hubiera ocurrido no incluirlo…
ResponderEliminarPuestos a considerar esta opinión de forma justa, habría que preguntarse si no será así mismo lamentable no haber incluido, por ejemplo, a Federico Jimenez Losantos…
La cuestión es: ¿de haberlos incluido a ambos, la antología seguiría refiriéndose al haiku?
Género vacuo.
ResponderEliminarFlorece la paciencia
de los lectores.