Cela, piel adentro
Camilo José Cela
Conde
Ediciones Destino.
Madrid, 2016.
Es bien sabido que los escritores muy aclamados en vida
pasan, tras su muerte, a una especie de purgatorio del que unos pocos salen convertidos
en clásicos mientras que la mayoría se hunden en el infierno del olvido o en el
limbo sin lectores de los trabajos académicos.
Camilo José
Cela, por méritos propios, entró en el purgatorio mucho antes de su
desaparición física, aunque siguiera siendo presencia continua en la prensa
seria y menos seria (pero no, ciertamente, por su actividad literaria).
El año
1989, en la estela del Nobel, su hijo Camilo José Cela Conde le dedicó un
libro, Cela, mi padre, que ahora
reescribe desde otra perspectiva y con un añadido documental importante: las
cartas que el escritor, cuando todavía no se había convertido en un figurón, le
dirigía a su primero novia y luego esposa, Charo Conde.
El libro,
que algo tiene de novela picaresca, se lee con gusto en la primera mitad, en la
que el protagonismo del escritor alterna con los recuerdos de infancia de su
hijo. Cela Conde, además de profesor de antropología y sociología, es un
escritor sabio y bien humorado. A ratos nos recuerda al Gerald Durrell de Mi familia y otros animales; la ironía
con que ambos tratan al “gran hombre” de la familia (en el caso de Gerald su
hermano Lawrence Durrel) resulta muy similar.
No sale
demasiado bien parado el personaje de Cela del retrato que se quiere fiel, y lo
más imparcial posible, de su hijo. Cela Conde no carga las tintas, no lo necesita.
Han cambiado los tiempos y la mayoría de las anécdotas que se nos cuentan,
presuntamente graciosas, nos hacen sentir vergüenza ajena. Casi todas ellas
tienen que ver con pedorretas y otros desahogos verbales que todavía hacen reír
hoy en las películas dirigidas a un público que no ha superado la edad mental
de los nueve o diez años. Alguna solo encajaría en la paródica biografía de
algún dictador norcoreano: “Estaba internado en el hospital de la Cruz Roja de
Palma de Mallorca cuando se negó a que le bajaran a la sala de operaciones si
no salían a aplaudirle todos los de planta. Enfermeras, personal subalterno,
monjas, enfermos, familiares, y médicos tuvieron que alinearse a lo largo del
corredor y vitorear al paso de CJC, que iba metido en la camilla y saludaba con
la mano a un lado y otro”.
En una
película de Berlanga, con guion de Azcona, quedaría gracioso. Lo que ya no
quedaría gracioso en ninguna parte son sus ocurrencias al ir a visitar a la
nuera embarazada. “Si nace un niño, le doy un millón de dólares”, dijo. “¿Y si
es una niña?”, se atrevió a preguntarle la mujer. “Entonces que se conforme con
que la admitamos en la familia”.
¿Y cómo fue
Cela antes de convertirse en el personaje al que se le perdonaba y se le reía todo?
Hubo ciertamente una etapa de lucha por la vida, de la que Cela Conde nos da
significativos detalles, etapa por cierto en la que Cela escribió sus obras más
significativas, por las que se les seguirá recordando. Si después de los
cuarenta años no hubiera vuelto a escribir más, su lugar en la historia de la
literatura sería el mismo que el que ahora ocupa.
El éxito
económico y la decadencia literaria parecieron venir de la mano. Da la
impresión de que cuando aceptó escribir una novela por encargo de un dictador
venezolano –inicio de su fortuna– vendió
su alma al diablo y no volvió a recuperarla nunca.
Pero de que
era un gran escritor no cabe ninguna duda y de que, al menos en sus obras
mayores, no condescendía con la facilidad tampoco. Escribía a mano,
trabajosamente, tachando y corrigiendo una y otra vez, confiando siempre en el
buen criterio de su mujer, Charo Conde, algo más que eficaz mecanógrafa.
Camilo José
Cela era consciente de que, tras La
colmena, todas sus obras eran obras menores, a veces muy menores y de que
los críticos estaban esperando una novela a la altura de aquel título
emblemático. San Camilo, 1936 sería
ese título largamente esperado. Charo Conde leyó las primeras páginas y en
seguida llamó a su hijo: “Quiero darte algo de tu padre para que lo leas”. Cela
Conde lo leyó: “Pero esto es muy malo”. “Ya lo sé, pero no pienso decírselo. Se
lo has de decir tú”. El matonismo de Cela parece que no era solo cosa del
personaje. El hijo cuenta lo que ocurrió: “Me armé de valor, subí al templo de
trabajo de mi padre y le dije lo que pensaba. Nunca lo hubiera hecho. A lo
largo de mi vida ha habido muy pocas veces en las que mi padre y yo hayamos
tenido una pelea de verdad; aquella fue una de ellas y, a ciencia cierta, la de
más alcance”. A pesar del enfado, el libro fue reescrito y rehecho infinitas
veces y, aunque recibido con diversidad de opiniones, quizá sea su última obra
significativa.
Camilo José
Cela fue un escritor que supo aprovecharse de las contradicciones del
franquismo. En 1951, cuando presuntamente estaba boicoteado por el régimen,
daba una conferencia en Tetuán a la que acudían el Alto Comisario de la zona y
todas las autoridades civiles y militares. Ese mismo año aparecerá en Argentina
La colmena, prohibida en España, pero
meses antes se anuncia su publicación y se anticipa, con ilustración de Enrique
Herreros, en una revista oficial: “Cuadernos
Hispanoamericanos se complace en ofreces a sus lectores de España y América
las primicias de la última novela del autor de La familia de Pascual Duarte”. Curiosa manera de prohibir un libro.
De las
andanzas últimas del escritor, premio Planeta e inverosímil (pero probablemente
verdadera) acusación de plagio, Cela Conde prefiere callar piadosamente. Cela, piel adentro describe a un
escritor y también a un país miserabilista, homófobo y misógino que,
afortunadamente, ya nos resulta ajeno.
No están bien vistos los pobres. El cine los ha pintado violentos, borrachos, inhumanos. Son como el chivo expiatorio de nuestros ofrendados cuerpos. Yo siempre admiré a las familias pobres y unidas, ricas en humildad y amor. ¡Quién fuera una de ellas!
ResponderEliminar© María Taibo