Un mentido color
Felipe Benítez Reyes
Visor. Madrid, 2021.
A partir de cierta edad, los poetas suelen dejar de escribir
libros de poemas –aunque sigan publicándolos-- para limitase a añadir algunos
nuevos poemas a su obra completa. Pasó con Antonio Machado, pasó con Rubén
Darío, pasa con Felipe Benítez Reyes. El caso de Guillén es distinto. Tras la
publicación de Aire nuestro en 1968, hasta su muerte en 1983 no
dejó de escribir poemas, pero dejó de escribir poesía.
No anima demasiado
a su lectura el título del último libro de Benítez Reyes, Un mentido color;
tampoco las dos citas (del Diccionario de Autoridades y de Sebastián de
Covarrubias) con que pretende justificarlo o el primer poema con su “corazón
sin rumbo / en la noche indecisa”, su “retórica del daño” y otras literaturizadas
vaguedades. Los poemas de Benítez Reyes ganan cuando alzan el vuelo desde un
referente concreto: la nieve que cae “liviana y grávida”, unos gorriones que se
acercan a su balcón, una sinagoga en Úbeda.
Al puñado
de espléndidos poemas que justifican la entrega, se añaden unos cuantos
ejercicios retóricos (“Cancionero arcaizante de plenilunio”. “Versión libre de
un poema de Jules Laforgue”, “Canción y coda” y su variación) que acreditan el
buen hacer del poeta, pero que lo alejan de la sensibilidad contemporánea para
acercarlo al denostado garcilasismo. Cuando Benítez Reyes se deja llevar por su
gusto por la divagación y la frase demorada y llena de incisos, el lector
pronto pierde pie y se pone a pensar en otra cosa. En algún caso, incluso se
podría hacer un experimento: reducir los casi treinta versos (que constituyen
una única oración) de “Silvia” a los dos primeros y los dos últimos. Comprobaríamos
entonces que el poema –un poema de amor conyugal-- no parece perder nada y sí
ganar en intensidad.
El Benítez
Reyes al que estamos acostumbrados, ingenioso y certero, lo encontramos en las
viñetas mitológico-costumbristas de “Al hilo del poema ‘For a Moment’, de D. H.
Lawrence”, en el que reviven Medusa, Saturno, Mercurio, Hércules y Eurídice de
peculiar manera: “El repartidor a domicilio ejerce de Mercurio / con su moto
que suena como una gran carroza / de hierro atormentado”. También lo hallamos en
la enumeración, llena de aciertos imaginativos y expresivos, de “Las artes y
las ciencias”
En el poema
“Los gorriones”, acorde con el tema, deja a un lado su ingenio y habitual
utillaje retórico: “Cada amanecer tienen dispuestos / unas migas de pan en la
terraza”. El poema gana así en verdad y cercanía, aunque haya quien prefiera el
oropel neomodernista. Con idéntico tono menor comienza “Las olas”: “Hoy hablaré
de vosotras / las olas que rompisteis en la mar de mi infancia”. La evocación
de la olas es también la del asombro de aquel “niño frente al dragón rampante /
de la cresta de espuma que de pronto rugía / con las fauces abiertas”.
“Un
perfume” acumula sinestesias: “Se oyen aquí, por dentro del aroma, / las playas
desplegadas como un velo de oro, / el agua frutal de las fuentes frías, / de
los arroyos veloces, / la majestad del sol, con su corona de fuego, / en el
muro encalado”. El poeta muestra aquí que puede competir con los mejores
creativos publicitarios: “Abres el frasco y parece abrirse el día / en un
huerto cercado por un mar”.
A la
estética novísima –no en vano está dedicado a José María Álvarez—nos remite
“Aparición de Ezra Pound en Venecia”. Los primeros versos podría haberlos
firmado el mejor Gimferrer, el que se llamaba Pedro y escribía Arde el mar: “De
repente, / en un embarcadero verdecido de líquenes, / en un callejón de rumores acuáticos, / el holograma
fantasmagórico de Ezra Pound”. El poema –no importan esas resonancias-- aúna
culturalismo y verdad y es una de las piezas imprescindibles del volumen.
“Venus de Itálica” vuelve a la sencillez expresiva. Comienza con unos versos
que parecen limitarse a copiar la cartela que acompaña a la escultura: “Figura
mutilada de mujer. / Aproximadamente siglo II, d. de C., / bajo el imperio de Adriano”.
A ratos nos recuerda al Jorge de Sena de Metamorfosis, en especial al
poema “Cabeza romana de Milreu”, traducido por Víctor Botas en Segunda mano,
especialmente en versos como “Doncella en su esplendor decapitada, /
helada allá en sí misma, / joven siglo tras siglo y sin ser nadie”.
A Fernando
Pessoa se le homenajea doblemente: con las variaciones sobre tres versos de los
sonetos ingleses (una de ellas escrita en inglés) y con el poema más extenso
del libro, “El tramo final de un jueves narrado por Bernardo Soares, ayudante
de contabilidad”, en el que a ratos creemos escuchar más que al Bernardo Soares
del Libro del desasosiego al Álvaro de Campos de “Tabacaría”. “Yo que,
como decía, no he sido nada…”, termina el largo monólogo de Benítez Reyes; “No
soy nada. / Nunca seré nada. / No puedo querer ser nada”, comienza el del
heterónimo pessoano.
Un
mentido color es siempre excelente literatura y contiene un puñado de
poemas que no desmerecen en una selección de la mejor poesía de Felipe Benítez
Reyes. A algunos les parecerá poco, pero, si somos sinceros, no resulta en esto
distinto de los más renombrados poetas de cualquier edad cuando llegan a cierta
edad (con la excepción de Borges, por supuesto)..
No está mal. La edad no es significativa.
ResponderEliminarVictor Menéndez
Un poemario que merece ser leído, sin duda.
ResponderEliminarUn abrazo, y gracias por compartir. Feliz 2022
Me ha gustado el libro. Estoy de acuerdo en que sobran algunos versos en poemas concretos. Añado que tampoco me chifla el título. Feliz 2022.
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