jueves, 30 de noviembre de 2023

Propuestas de felicidad

 

Historia alternativa de la felicidad
Juan Antonio González Iglesias
Penguin Randon House. Barcelona, 2023.

Juan Antonio González Iglesias es poeta, uno de los más notables de su generación, y catedrático de Filología Clásica. Para ofrecernos una Historia alternativa de la felicidad (o mejor, una propuesta alternativa) ha echado mano de sus muchos conocimientos filológicos y también de sus abundantes lecturas de la poesía contemporánea.

La lección de los mejores de ayer coincide en sus paginas con la lección de los mejores de hoy, aunque a veces –todo hay que decirlo-- esa coincidencia resulte un poco forzada. Nos hace sonreír el final del capítulo titulado “La sobria ebriedad”. ¿La trágica vida de Cleopatra habría sido distinta de haber podido leer a Claudio Rodríguez? González Iglesias cree que sí. Cleopatra “se nos presenta como ebria de buena fortuna y por tanto condenada a la desdicha. Le faltó estar ‘sobria de buena fortuna’. Si hubiera podido leer el deslumbrante Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, habría adquirido a la vez el ‘don de la sobriedad’ que también lo anima”.

            A esa aventurada hipótesis, podemos añadir otra como afirmar que Odysséas Elýtis “habría tenido igual el Premio Nobel” si solo hubiera escrito la frase “en el paraíso he recortado una isla”. Quizá quiso decir “merecido” y ya sería una hipérbole excesiva, pero “tenido” resulta una falsedad (no es un premio para frases felices).

            Se leen con gusto y provecho los setenta capítulos –por lo general breves-- de este libro, que es también una selecta antología de poesía clásica y contemporánea. González Iglesias sabe, como pedía Horacio, “instruir deleitando”. Destaca el capítulo final, dedicado a Catulo, en quien encuentra “un catálogo práctico de felicidad”.

Sin embargo, al margen de algunos lapsus fácilmente corregibles (“Los placeres inferiores” no es un libro de Francisco Brines, sino uno de sus poemas), a  mi entender incurre en un error de base que conviene subrayar: contrapone un idealizado mundo clásico a un no bien entendido mundo contemporáneo.

            Me limitaré a algunas muestras. “Lo que ahora se expresa por WhatsApp –escribe en el capítulo “Las felicitaciones”-- o por teléfono antes se comunicaba poéticamente. Tenían poemas para desear buen viaje (el propenticón) que incluso anticipan como será el retorno feliz. Poemas para felicitar la boda (el epitalamio) o para acompañar el envío de un regalo”. Pero un poema se puede enviar por WhatsApp o leer por teléfono, no hay que confundir contenido con continente. ¿Se recitaban entonces siempre poemas para desear buen viaje? ¿Se leían poemas en todas las bodas? Me imagino que sería solo en algunos casos, lo mismo que ocurre ahora.

“El que tiene lo público carece de lo privado” afirma González Iglesias citando a Gil-Albert. La privacidad ha desaparecido del mundo contemporáneo, repite una y otra vez; hoy “las personas monetizan su intimidad ofreciéndola por Internet a las multitudes”. En pleno “paroxismo internáutico”, ha habido quien “ha osado felicitar” a los que se quedan al margen. Y cita como ejemplo de esa osadía un poema propio, aunque callando el nombre: “Benditos los ignotos, / los que no tienen página / en Internet, perfil / que los retrate en Facebook, / ni artículo que hable / de ellos en Wikipedia. / Los que no tienen blog. / Ni siquiera correo / electrónico, todo / les llega si les llega / con un ritmo más lento. / Tienen pocos amigos. / No exponen sus instantes. / No desgastan las cosas / ni el lenguaje. Network / para ellos es malla / que detiene la plata de los peces. / Benditos los que viven / como cuando nacieron/ y pasan las mañanas oyendo el olmo / que creció junto al río / sin que nadie / lo plantara. / Benditos los ignotos, / los que tienen / todavía intimidad”.

            Y esos que pasan la mañana junto al olmo, habría que preguntarle al autor, ¿de qué viven? ¿Tienen esclavos como en tiempo de Horacio o santa esposa, como hace unas décadas, que se ocupan de las cuestiones prácticas de la vida? No escriben versos, por supuesto, ni menos los publican, porque entonces correrían el riesgo de “compartir sus instantes”.

Qué fácil resultan rebatir estas falacias, que suenan tan bien y tantos aplauden, confundiendo el uso con el abuso de las redes sociales. ¿De verdad cree González Iglesias que quien tiene perfil en Internet deja de ser ignoto? ¿Y que se pierde algo de intimidad por tener un blog sobre filatelia o sobre cualquier otra afición? El error conceptual en que incurre González Iglesias –y no es solo suyo, por eso conviene señalarlo-- es pensar que porque son varios cientos de millones las personas que tienen un perfil en Facebook son cientos de millones los que pueden ver las fotos de la presentación de un libro que subo a mi página. “¡Lástima grande / que no sea verdad tanta belleza!”, habría que exclamar citando a otro clásico.

Siguen existiendo privacidad e intimidad y no han disminuido, sino aumentado desde aquel tiempo en que las familias pobres vivían amontadas en una habitación y los palacios estaban llenos de cortesanos. Aunque uno esté en todas las redes sociales y tenga correo electrónico --ya casi solo una herramienta de trabajo, por cierto--, solo comparte de su intimidad aquello que quiere compartir, salvo por descuido o inadvertencia, pero esa es otra cuestión.

Intimidad siguen teniéndola no solo la mayoría de las personas –cuya privacidad no interesa a nadie--, sino los personajes públicos. ¿O acaso cree González Iglesias que tiene menos vida privada Felipe VI que Alfonso XIII, la reina Letizia que Isabel II?

            Pero González Iglesias sigue erre que erre: “La sonrisa, que es el fruto logrado de la felicidad, se comunica en silencio. En el destello de la mirada puede haber más generosidad con los demás que en ninguna publicación instantánea”. Perfecto. Pero a veces la sonrisa y el destello de la mirada están a miles de kilómetros. ¿Y cómo entonces podría disfrutar el abuelo de la sonrisa de su nieto sin el recurso a Internet?

            “¿Cómo hemos llegado nosotros a la exaltación máxima de lo público?”, se pregunta. Al parecer eso ya ocurrió hace siglos: Alexis de Tocqueville dictaminó que “los americanos carecen de intimidad”. Y ahora han bastado los años que llevamos del siglo XXI “para abolir la preciosa intimidad europea”.

            Admirable González Iglesias cuando escribe versos o nos explica los pormenores filológicos de la cultura clásica; algo menos admirable cuando da rienda suelta a su misoneísmo y moraliza sobre la decadencia contemporánea.

2 comentarios:

  1. Una de las cosas que más me gusta del autor del blog es que amplío mi vocabulario: misoneismo. Y otra que me repele de los filólogos clásicos (no sé si es el caso de Juan Antonio González,maravilloso poeta,es cuando sueltan ( o soltaban,por lo menos en los ochenta) que "estudiar Clásicas imprimía carácter". Lo curioso es que González mete muchos conceptos de nuevas tecnologías en sus poemas.

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  2. “Benditos los ignotos, los que no tienen página en Internet, perfil que los retrate en Facebook, ni artículo que hable de ellos en Wikipedia. Los que no tienen blog. Ni siquiera correo electrónico, todo les llega si les llega con un ritmo más lento. Tienen pocos amigos. No exponen sus instantes. No desgastan las cosas ni el lenguaje. Network para ellos es malla que detiene la plata de los peces. Benditos los que viven como cuando nacieron y pasan las mañanas oyendo el olmo que creció junto al río sin que nadie lo plantara. Benditos los ignotos, los que tienen todavía intimidad”.

    Y benditos los que creen que esto es un poema...

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