Ramón Pérez de Ayala
A.M. D. G. La vida de un colegio de
jesuitas
Adaptación teatral de Manuel Martín
Galeano
y Juan López de Carrión
Edición de Amparo de Juan Bolufer
Sevilla. Renacimiento, 2014.
La
historia, como la memoria individual, cuenta el pasado desde el presente, no
siempre lo falsea, pero siempre lo reescribe. En noviembre de 1931 se estrenó
la adaptación teatral de una novela de Pérez de Ayala, por esas fechas
embajador de la República en Londres (además de director del Museo del Prado y
diputado por Asturias). Fue uno de los mayores escándalos del teatro español,
equiparable al de la Electra de Galdós treinta años antes. Los titulares
de El Heraldo pueden dar una idea de lo que supuso el estreno: “La
catástrofe del Teatro Beatriz”, “Cipriano Rivas Cherif, director artístico de
la Compañía, nos habla de la denuncia que ha presentado al director general de Seguridad”.
“Rafael Sánchez Guerra, espectador de A. M. D. G., es agredido por los
cavernícolas cuando pretendía imponer la serenidad”, “¿Quiénes repartieron las
entradas entre los luises? Anoche en la iglesia de la calle de Zorrilla había
una buena cantidad de localidades. Lo que dice el director de Seguridad. Los
setenta detenidos son multados con 500 pesetas cada uno. Si hubo lenidad en los
agentes de la autoridad serán separados del Cuerpo”.
Pocas veces un estreno teatral ha
llenado tantas páginas en un diario, y El Heraldo no fue el único que se
ocupó tan por extenso del acontecimiento. Desde que se anunció el estreno de A.M.D.G.
La vida de un colegio de jesuitas, la derecha antirrepublicana se preparó
para replicar con contundencia y vengar la ofensa que había supuesto en mayo la
quema de conventos y el artículo de la Constitución que suponía la separación
de la Iglesia y el Estado y la expulsión de los jesuitas.
Sabíamos de ese escándalo, pero
desconocíamos la obra que lo había motivado. Amparo de Juan Bolufer ha
encontrado una versión de la misma, aunque no la versión final, en la
Biblioteca de Asturias que lleva el nombre de Pérez de Ayala y donde se guarda
su legado. La publica acompañada de un minucioso estudio que nos permite
reconstruir los hechos de aquel momento y las polémicas que los acompañaron, al
margen de manipulaciones posteriores.
La principal fue debida al propio
Pérez de Ayala, que quiso dar a entender que se había mantenido al margen de
esa adaptación y que, arrepentido de la ofensa que en su nombre se había hecho
a los sentimientos religiosos de los españoles, prohibió a partir de entonces
la reedición de la novela en que se basaba. Amparo de Juan demuestra, muestra
más bien, que no era cierto. Desde 1928, Pérez de Ayala había propugnado la
adaptación teatral de sus novelas; la autorización para la de A.M.D.G.
la dio en mayo de 1931. Asistió a los ensayos e introdujo modificaciones hasta
el último momento, el nombre que figuraba en la publicidad era solo el suyo, no
el de los adaptadores. De hecho, el único original conservado, un mecanoscrito
con abundantes correcciones, lleva el subtítulo de “Original de Ramón Pérez de
Ayala”. Los nombres de los adaptadores, Manuel Martín Galeano y Juan López de
Carrión, resultan confundidos por más de un estudioso. Agustín Coletes Blanco,
en su fundamental Gran Bretaña y los Estados Unidos en la vida de Ramón
Pérez de Ayala, atribuye la versión a Julio de Hoyos, mientras que Carlos
Luis Álvarez se la adjudicaría a Julio Gómez de la Serna.
Ramón Pérez de Ayala, más admirable quizá
como escritor que como ciudadano, jugaba en 1931 con dos barajas. En Londres
quería presentarse como un embajador respetuoso con todos los convencionalismos
de la vida diplomática, culto y liberal, nada revolucionario; en Madrid, en
cambio, para congraciarse con las autoridades republicanas y con el movimiento
de opinión que las apoyaba, mostraba su lado más radical y daba alas a un
anticlericalismo que no dudaba en recurrir a la violencia y que era uno de los
puntos débiles del nuevo régimen.
El escándalo provocado por el
estreno de A.M.D.G. le causaría importantes problemas en su labor de
embajador, ya que las revistas conservadoras inglesas reprodujeron los ataques
de la prensa española, y no mejoró su consideración por parte de los
republicanos, muchos de los cuales le consideraron –y no sin razón-- como uno
de los que más contribuyeron al desprestigio del nuevo régimen con su afán por
acaparar cargos.
Como resulta previsible, la
adaptación teatral simplifica la novela y acentúa su tesis antijesuítica
convirtiéndola en un hiriente panfleto. En algún punto, sin embargo, resulta
muy actual, como en la denuncia de la pederastia, si no siempre tolerada, siempre
ocultada (hasta ayer mismo) por las autoridades religiosas, partidarias de que
los trapos sucios se laven, si se lavan, en casa. Rechina, en cambio, la
manifiesta homofobia, tan propia de su tiempo y especialmente de Pérez de
Ayala.
El final de esta adaptación, que no
fue el que se llevó al escenario, resulta especialmente llamativo por su tono
mitinero y de incitación a la violencia en un momento especialmente delicado.
Una multitud se acerca al colegio de los jesuitas, con palos y armas rompen los
cristales de las ventanas; está compuesta por “intelectuales, profesores,
obreros, estudiantes, etc., etc., enardecidos”. Sonreímos al pensar en cómo se
las arreglaría Rivas Cherif para caracterizar a unos de “intelectuales”, a
otros de “profesores”, etc., etc. “. ¡Abajo las órdenes religiosas!”, grita el
cabecilla, mientras todos corean: “¡Expulsión, expulsión!”. Y luego, como en un
mitin, grita “¡Viva la enseñanza laica!”, y todos responderían a una mientras
cae el telón: “¡Viva!”
El debate sobre el estreno tuvo
muchos matices, como corresponde a las diferencias ideológicas de aquellos
años, y Amparo de Juan Bolufer atiende a todos: “Oportunidad u oportunismo”,
“Obra sectaria frente a obra artística”, “Normas de cortesía teatral y límites
de la libertad de expresión”, “Ataques personales a Ramón Pérez de Ayala”. A la
minuciosidad de su erudición y al buen manejo que hace de todos los datos, solo
habría que hacerle un reproche, el de confundir una edición anotada con una
edición escolar en la que es necesario explicar “espartano”, “sibila” o ciertas
expresiones coloquiales.
El estreno de A.M.D.G. La vida de
un colegio de jesuitas fue algo más que un capítulo de la historia
literaria, supuso el primer aviso importante de lo que se estaba preparando y
que culminaría menos de cinco años después.
Me parece un poco excesivo el último párrafo de la reseña. Tiempo había tenido Pérez de Ayala en 1936 de arrepentirse de su anticlericalismo de salón. No así Azaña que lo vociferaba en cada mitin.
ResponderEliminarSalud.
¿Azaña vociferando? Creo que no estás bien informado, Víctor.
ResponderEliminarLos mítines de Azaña ante las elecciones de febrero del 36 arrastraban a cientos de miles de personas (y pagando). Cierto que la "cuestión religiosa" se había templado en su discurso.
ResponderEliminarFue él también quien más hizo para la formación del Frente Popular.
"Vociferar" es una expresión, era un gran orador.